martes, 26 de febrero de 2013

LA RENUNCIA

                                                                                          Nelson Hamana (*)



No me voy a referir ni al bello y protestatario poema de Andrés Eloy Blanco ni a la que muchos venezolanos están esperando, sino a la más transparente y ejemplar de Benedicto, Pontífice de la Iglesia Católica.

            Me atrevo a hacerlo a raíz del cúmulo de apreciaciones aparecidas en los medios de comunicación y que ha pasado a ser el tema de moda y el que “vende”, característica esencial de nuestro modo de ser y entendernos en la actualidad.

            Lo primero que hay que concederle es su valor profético, ya que anuncia muchas cosas en relación al Primado de la Sede Romana, cuya tradición no se remonta necesariamente a Pedro, pero a pesar de que este primado no es originario en la tradición de las primeras comunidades cristianas, si ha tenido suficiente peso en la vida de sus fieles como para  poder evadirla.

            El primer anuncio concierne a la temporalidad y condición terrenal de la misión, que si puede, y debe estar limitada por las características de quien la ejerce y que la Vida en el Espíritu no la hace inexpugnable para enfrentar el poder político externo e interno a la estructura de la Iglesia, y además advierte que el papado no es el valor único congregante de la comunidad, sino que lo es el testimonio de la comunidad entera, que debe ser reconocida “porque se aman los unos a los otros”, y es notoria en los más visibles de su seno, y así el peso mayor recae sobre sus hombros como “siervo de los siervos de Dios”

            La unidad de la Iglesia es un problema de comunión y no de jerarquía y  lo que le da coherencia más allá de la doctrina es el ser una comunidad de esperanza y amor, sin las que la fe pierde todo su sentido. No es especulativa esta posición si nos damos cuenta de la secuencia de sus Encíclicas. La saga de las mismas comienza con Juan Pablo II, sobre la fe: Fides et Ratio (La Fe y la Razón) y sigue con dos de Benedicto:  Deus Caritas est” (Dios es Amor) y “Spe Salvis” (La Esperanza Salvífica). Esta postura es consistente con la revelación que se nos da en el Evangelio de Jesús de Nazaret, cuyo profetismo consistió en apostar de manera incondicional y contracultural por el Reino de su Padre, que era de redención de los más débiles y marginados en la sociedad de su tiempo, opresión que se ha repetido reiteradamente hasta nuestros días. Esta forma de asumir la realidad era la de confianza en el Padre, pero esta no hubiera pasado de un ejercicio místico  y retórico sin la esperanza de que podía ser real y con la presencia del amor suficiente para arriesgar su propia vida y perderla, por los débiles.

            Entendemos que Su Santidad no gozó del favor de los medios de comunicación, pero antes que nada, quiero recordar un artículo de Vargas Llosa, donde reclamaba que los medios habían dejado de informar para ocuparse de divertir, poniendo como ejemplo la implacable actividad de los reporteros cazadores de imágenes (paparazzi) con la Sra. Mennen, que no solo vulneraban la privacidad de los perseguidos, sino que convertían  sus imágenes en objetos de chantaje, con lo que podemos llegar a la otra cualidad de nuestros medios, no se trata de informar sino de vender y el criterio fundamental es el de hablar de cosas abundantes y atractivas al margen de su veracidad. Se trata más bien de desinformar para dominar, ya que como dice Paul Gergen en su libro “El Yo saturado”, el exceso de información es desinformación. Corresponde entonces al verdadero compromiso del profetismo cristiano, el mantenerse firme en la línea de las convicciones y los compromisos para la reivindicación de los débiles, aunque deterioren la tan apreciada “imagen” de los dirigentes de nuestro tiempo.

            Tomando en cuenta estos criterios, pienso que Benedicto tenía un compromiso fundamental, el del magisterio católico, no el de vender información que generara diversión, ilusión, o causara impresión, sino de sentar cátedra sobre algunos de los problemas que se le planteaban y nuestros medios, monopolizados por severos intereses económicos no claudican ante la santidad. Hasta el humilde Twitter tiene un amargo sabor a palangre.

            Otro profetismo importante, al reconocer su vulnerabilidad personal ante el Pontificado, fue la desmitificación del poder supremo y omnímodo del Papa, con lo que presta un gran servicio al Ecumenismo que reclama el Concilio Vaticano II. En la historia de la Iglesia los dos mayores cismas han girado en torno la autoridad y poder pontificio. La  Iglesia de Oriente, estuvo casi 10 siglos discutiendo el problema dogmático de la naturaleza del Espíritu Santo, pero se consumó la separación en medio de un enfrentamiento del poder de Roma y el de Constantinopla. La crisis de la Reforma ha girado en torno a la Gracia y la Libertad, problema teológico discutido y resuelto entre el Consejo Mundial de Iglesias Luteranas y la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo prefecto era para entonces Ratzinger, actual papa. Sin embargo, es claro que la separación se consumó y se hizo irreparable cuando fueron condenadas sin discusión las “tesis” de Lutero. En los dos casos lo que privó fue la forma en la que se ejerció la autoridad y ese problema provocó una separación difícil de resolver si se parte de la omnipotencia y es el problema de la primacía el que sigue pendiente. Ya Juan Pablo II lo advirtió cuando pidió a los teólogos que reflexionaran sobre el problema.

            El compromiso del Pontífice católico es mucho más extenso en lo que concierne a su responsabilidad histórica a partir del Concilio Vaticano II, cuando la comunidad cristiana ya no se limita a la congregación de los bautizados y ni siquiera es el signo ritual del bautismo el que los caracteriza, sino el seguimiento de Jesús de Nazaret que los congrega en torno al anuncio del Evangelio lo conozcan o no y los agrupa en torno a los débiles y desposeídos y el Papa se sabe un testigo fundamental de ese compromiso.        

            Por lo que refiere a algunos casos concretos que enfrentó durante su pontificado, hay que colocar en primer lugar el de la pederastia, donde se le ha acusado de encubridor. Sin embargo en su pronunciamiento público censuró las conductas, las reconoció como dolorosas y exigió que no se hicieran concesiones. Hay que saber algunas cosas en relación a la autoridad del Papa, que no es jerárquica, sino congregante, ejemplar y magisterial. Tiene la obligación de concertar y hacer congruentes y demostrar con su propia vida el valor de las doctrinas. La conducta aberrante es un delito que compromete a la jurisdicción civil, ya que en lo que se refiere a la enseñanza, nadie discutió su naturaleza reprobable. Hay que advertir que desde la reunificación de Italia, la Santa Sede conserva solo un pequeño territorio donde la autoridad se ejerce a través de la doctrina y la enseñanza, ya que incluso los delitos del orden civil o penal que ocurran en su espacio son manejados por el Estado italiano y en lo que refiere al orden espiritual, incluso el concepto de pecado se discute intensamente en la Iglesia y las sanciones solo comprometen las prácticas sacramentales de los sacerdotes y las enseñanzas de quienes tienen ese carisma, o a lo sumo, se les pide que se retiren de las prácticas de la comunidad (Excomunión). Cuando la Iglesia va más allá de esa enseñanza ejemplar está vulnerando un orden que no le corresponde y es una indebida intromisión en la vida de los ciudadanos.

            La homosexualidad es un problema diferente al de la pederastia, y está pendiente de discusión, no solo en su dimensión moral religiosa, sino cultural y biológica, lo que resultaba difícil antes, por la censura indiscriminada de la que era objeto y ahora, por su aceptación indiscriminada, y en medio de prejuicios es imposible discutir.

            El celibato de los ministros no es un problema de fácil solución cuando ha sido una práctica secular y los mismos sacerdotes tienen un cierto temor a esta responsabilidad. No hay ningún peso doctrinal o tradicional que lo impida, ya que Pedro era casado y su suegra aparece en los relatos de los evangelios. Es una situación que debe resolverse por varios caminos. El Concilio Vaticano II enseñó sobre el valor de los no ordenados en la vida de la Iglesia y el sacerdocio real se lo otorga a las comunidades en las que se organizan los católicos. Incluso en nuestro país con una tradición marcadamente autoritaria de la Jerarquía hay comunidades de base, no solo dedicadas a la oración o a la contemplación, que al fin y al cabo son formas de la caridad, tal como testifica Benedicto cuando anuncia lo que hará después de resignar sus tareas papales, sino con la acción y la renovación social a partir de las escrituras. En todo caso, la asociación de la pederastia con el celibato, no solo es injusta, sino que no habla muy bien del manejo de las inclinaciones y el deseo en la especie humana. La mujer como fuente de pecado desapareció hace mucho tiempo de la práctica cristiana sensata y el disfrute sexual humanizado es una forma legítima y santificadora dentro de la comunidad.

            La ordenación de las mujeres, es otro problema de difícil solución. Ya hay teólogas que se dedican a dilucidar el papel de la mujer en la vida de la Iglesia. En opinión de grandes estudiosos, no hay obstáculo teológico ni doctrinario alguno, e incluso Pablo, a quien se le atribuye la defensa del celibato, tuvo como ayudante a Santa Tecla en la fundación de comunidades. Por el contrario, en los Evangelios se favorece la presencia de la mujer en el testimonio de Jesús y la Vocación Mariana en el seno del catolicismo es un respeto patente por el valor de la mujer en la construcción de la vida cristiana, a pesar de las deformaciones. Ya hay numerosas actividades de la Iglesia donde queda destacada la participación de la mujer. En varios países los consejos de administración parroquial están en manos de mujeres y en Venezuela hay una gran cantidad de mujeres participando con el sacerdote en la práctica ritual de los sacramentos y en la enseñanza, no solo secular, sino en la religiosa. La posición radical a este respecto puede parecer simpática, pero también puede generar una violencia cultural donde las mujeres son arrojadas a las fieras. Las costumbres no se decretan, se conquistan.

            Hay que advertir, que a diferencia de muchas formas políticas actuales, la Iglesia no actúa por demolición sino por construcción. Es radical en el compromiso, en el testimonio y en la defensa de los oprimidos., pero en la acción se parece a la naturaleza, es paciente y meticulosa, actúa mirando a la eternidad, lo que le comporta el riesgo de ser timorata, pero no debemos olvidar que sobre ella ha caído la responsabilidad de ser soporte de la cultura occidental.

            En la famosa polémica del preservativo, lamentablemente, repetir solo lo que él Papa dijo no es atractivo para los medios de comunicación y además enfrenta los intereses de transnacionales poderosas que los producen y los venden, o los Estados que tranquilizan su conciencia ante la miseria y la ignorancia repartiéndolos. Su opinión y la suscribo, es que el preservativo no impide la propagación del VIH, ya que siendo éste producto de la promiscuidad sexual, solo es controlable convirtiendo a la sexualidad en un acto de humanización que comporta una relación de compromiso y responsabilidad. Esta actitud involucra no solo al problema de la transmisión de enfermedades sino a la procreación. Debe mirarse a la cara la miseria, la opresión y la ignorancia, donde se asientan estas situaciones de manera más grave y en otros niveles del desarrollo material, la relación sexual no puede ser manejada con criterios de mercadeo, porque lo que está en juego no es el “pecado” como acontecimiento social, sino la muerte de lo humano como evento cultural.

            En el tema de la teología de la liberación que nace en Europa y que fructifica en América a raíz del Concilio Vaticano II, y que se convierte en inspiración para las reuniones de los obispos latinoamericanos en Medellín, Puebla, y Aparecida, Benedicto, como prefecto de la Congregación para la Sagrada Doctrina de la Fe, solo exigió una separación entre la lectura del Evangelio a partir de los pobres y la praxis marxista que ya entonces y aun ahora en la realidad, se convierte en un totalitarismo feroz, y “muy pronto traiciona a los pobres”. Esta teología al final es una elaboración que se ha venido desarrollando paulatinamente en América Latina, donde el profetismo de la pobreza y de los pobres es el componente esencial de nuestra cultura cristiana, pero se separa de la práctica del odio y la venganza de las pretendidas revoluciones y también del ritualismo y las costumbres que languidecen en las prácticas europeas.

            En lo que refiere a la muerte del burrito de Belén, problema por lo demás anecdótico, es aconsejable que los opinadores sobre este tema lean el libro sobre la infancia de Jesús, donde Ratzinger explica el origen de esta tradición, que aun cuando ciertamente no aparece en los evangelios,  si aparece en el libro de Isaías, en su comienzo. De todas maneras, los protagonistas no fueron el asno y el buey, sino el pesebre ante el cual se inclinaron el asno y el buey por ser la fuente de su alimento, y los Reyes Magos impulsados por las convicciones de su cábala. Lo importante son las personas para quienes el nacimiento era Buena Noticia: María, una pobre de Yahvé, José un varón justo, judío y los pastores, quienes ejercían un oficio despreciado en la sociedad de entonces, ellos son el centro de los que recibieron con alegría la vida de Jesús.

            No hago una apología de Benedicto, ese estilo desapareció hace muchos siglos de la Iglesia Católica, se trata de coexistir con el mundo real, donde las cosas no tienen una sola perspectiva, sino que la discusión y la convergencia más allá del acuerdo, son la esencia de la cultura cristiana.

            En conclusión, la tarea de un Papa no es la de ser simpático y carismático, sino la de ser profético y ejemplar, sobre todo en lo que refiere a las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Si no conviene a la cultura imperante, él debe hacer como Jesús, confiar en que el Reino del Padre es posible, que hay otra manera de vivir distinta a la que vivimos y que será mejor, aunque no nos resulte más confortable.

            No entro en las maquinaciones del Cónclave, porque en primer lugar, estoy poco ilustrado al respecto y confío en que el Colegio de Cardenales actúe con el Espíritu del Padre, para el bien, no solo de la Iglesia sino de la humanidad entera. Si de verdad hay un cúmulo de conspiraciones de grupos perversos en el seno de la Curía Romana que han obligado a la renuncia de Benedicto y logran dominar la opinión de los electores, entonces es probable que sean menos los que permanezcan al lado de las estructuras, pero no olvidemos que Jesús quedó solo en la Cruz y ha estado resucitando desde entonces y es posible que nos resulte mejor vernos cara a cara con el Padre y le hablemos con la dulzura, la humildad y el amor de los evangelios, donde solo nos quede el Padrenuestro. También se habló de conspiraciones en la elaboración del Concilio Vaticano II y sin embargo prevaleció el Espíritu de Dios, que sembró cambios que fructifican una y otra vez, a pesar de los intentos de los poderosos por traicionarlos y hacerlos fracasar. Desde entonces no hemos podido dejar de ver en el sufrimiento de los oprimidos la cara de Jesús  anunciando que otro mundo es posible.
 
(*) Médico Anatomopatólogo. Magister en Filosofía.  Estudioso de Teología.