Nelson Hamana (*)
No me voy a referir ni al bello y protestatario poema de
Andrés Eloy Blanco ni a la que muchos venezolanos están esperando, sino a la
más transparente y ejemplar de Benedicto, Pontífice de la Iglesia Católica.
Me atrevo a
hacerlo a raíz del cúmulo de apreciaciones aparecidas en los medios de
comunicación y que ha pasado a ser el tema de moda y el que “vende”,
característica esencial de nuestro modo de ser y entendernos en la actualidad.
Lo primero
que hay que concederle es su valor profético, ya que anuncia muchas cosas en
relación al Primado de la Sede Romana, cuya tradición no se remonta
necesariamente a Pedro, pero a pesar de que este primado no es originario en la
tradición de las primeras comunidades cristianas, si ha tenido suficiente peso
en la vida de sus fieles como para poder
evadirla.
El primer
anuncio concierne a la temporalidad y condición terrenal de la misión, que si
puede, y debe estar limitada por las características de quien la ejerce y que
la Vida en el Espíritu no la hace inexpugnable para enfrentar el poder político
externo e interno a la estructura de la Iglesia, y además advierte que el
papado no es el valor único congregante de la comunidad, sino que lo es el
testimonio de la comunidad entera, que debe ser reconocida “porque se aman los
unos a los otros”, y es notoria en los más visibles de su seno, y así el peso
mayor recae sobre sus hombros como “siervo de los siervos de Dios”
La unidad de
la Iglesia es un problema de comunión y no de jerarquía y lo que le da coherencia más allá de la
doctrina es el ser una comunidad de esperanza y amor, sin las que la fe pierde
todo su sentido. No es especulativa esta posición si nos damos cuenta de la
secuencia de sus Encíclicas. La saga de las mismas comienza con Juan Pablo II,
sobre la fe: Fides et Ratio (La Fe y la Razón) y sigue con dos de Benedicto:
“Deus Caritas est” (Dios es Amor) y “Spe Salvis” (La Esperanza Salvífica).
Esta postura es consistente con la revelación que se nos da en el Evangelio de
Jesús de Nazaret, cuyo profetismo consistió en apostar de manera incondicional
y contracultural por el Reino de su Padre, que era de redención de los más
débiles y marginados en la sociedad de su tiempo, opresión que se ha repetido
reiteradamente hasta nuestros días. Esta forma de asumir la realidad era la de
confianza en el Padre, pero esta no hubiera pasado de un ejercicio místico y retórico sin la esperanza de que podía ser
real y con la presencia del amor suficiente para arriesgar su propia vida y
perderla, por los débiles.
Entendemos
que Su Santidad no gozó del favor de los medios de comunicación, pero antes que
nada, quiero recordar un artículo de Vargas Llosa, donde reclamaba que los
medios habían dejado de informar para ocuparse de divertir, poniendo como
ejemplo la implacable actividad de los reporteros cazadores de imágenes
(paparazzi) con la Sra. Mennen, que no solo vulneraban la privacidad de los
perseguidos, sino que convertían sus
imágenes en objetos de chantaje, con lo que podemos llegar a la otra cualidad
de nuestros medios, no se trata de informar sino de vender y el criterio
fundamental es el de hablar de cosas abundantes y atractivas al margen de su
veracidad. Se trata más bien de desinformar para dominar, ya que como dice Paul
Gergen en su libro “El Yo saturado”, el exceso de información es
desinformación. Corresponde entonces al verdadero compromiso del profetismo
cristiano, el mantenerse firme en la línea de las convicciones y los
compromisos para la reivindicación de los débiles, aunque deterioren la tan
apreciada “imagen” de los dirigentes de nuestro tiempo.
Tomando en
cuenta estos criterios, pienso que Benedicto tenía un compromiso fundamental,
el del magisterio católico, no el de vender información que generara diversión,
ilusión, o causara impresión, sino de sentar cátedra sobre algunos de los
problemas que se le planteaban y nuestros medios, monopolizados por severos
intereses económicos no claudican ante la santidad. Hasta el humilde Twitter tiene
un amargo sabor a palangre.
Otro
profetismo importante, al reconocer su vulnerabilidad personal ante el
Pontificado, fue la desmitificación del poder supremo y omnímodo del Papa, con
lo que presta un gran servicio al Ecumenismo que reclama el Concilio Vaticano
II. En la historia de la Iglesia los dos mayores cismas han girado en torno la
autoridad y poder pontificio. La Iglesia
de Oriente, estuvo casi 10 siglos discutiendo el problema dogmático de la
naturaleza del Espíritu Santo, pero se consumó la separación en medio de un
enfrentamiento del poder de Roma y el de Constantinopla. La crisis de la
Reforma ha girado en torno a la Gracia y la Libertad, problema teológico
discutido y resuelto entre el Consejo Mundial de Iglesias Luteranas y la
Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo prefecto era para entonces Ratzinger,
actual papa. Sin embargo, es claro que la separación se consumó y se hizo
irreparable cuando fueron condenadas sin discusión las “tesis” de Lutero. En
los dos casos lo que privó fue la forma en la que se ejerció la autoridad y ese
problema provocó una separación difícil de resolver si se parte de la
omnipotencia y es el problema de la primacía el que sigue pendiente. Ya Juan
Pablo II lo advirtió cuando pidió a los teólogos que reflexionaran sobre el
problema.
El
compromiso del Pontífice católico es mucho más extenso en lo que concierne a su
responsabilidad histórica a partir del Concilio Vaticano II, cuando la
comunidad cristiana ya no se limita a la congregación de los bautizados y ni
siquiera es el signo ritual del bautismo el que los caracteriza, sino el
seguimiento de Jesús de Nazaret que los congrega en torno al anuncio del
Evangelio lo conozcan o no y los agrupa en torno a los débiles y desposeídos y
el Papa se sabe un testigo fundamental de ese compromiso.
Por lo que
refiere a algunos casos concretos que enfrentó durante su pontificado, hay que
colocar en primer lugar el de la pederastia, donde se le ha acusado de
encubridor. Sin embargo en su pronunciamiento público censuró las conductas,
las reconoció como dolorosas y exigió que no se hicieran concesiones. Hay que
saber algunas cosas en relación a la autoridad del Papa, que no es jerárquica,
sino congregante, ejemplar y magisterial. Tiene la obligación de concertar y
hacer congruentes y demostrar con su propia vida el valor de las doctrinas. La
conducta aberrante es un delito que compromete a la jurisdicción civil, ya que
en lo que se refiere a la enseñanza, nadie discutió su naturaleza reprobable.
Hay que advertir que desde la reunificación de Italia, la Santa Sede conserva solo
un pequeño territorio donde la autoridad se ejerce a través de la doctrina y la
enseñanza, ya que incluso los delitos del orden civil o penal que ocurran en su
espacio son manejados por el Estado italiano y en lo que refiere al orden
espiritual, incluso el concepto de pecado se discute intensamente en la Iglesia
y las sanciones solo comprometen las prácticas sacramentales de los sacerdotes
y las enseñanzas de quienes tienen ese carisma, o a lo sumo, se les pide que se
retiren de las prácticas de la comunidad (Excomunión). Cuando la Iglesia va más
allá de esa enseñanza ejemplar está vulnerando un orden que no le corresponde y
es una indebida intromisión en la vida de los ciudadanos.
La
homosexualidad es un problema diferente al de la pederastia, y está pendiente
de discusión, no solo en su dimensión moral religiosa, sino cultural y
biológica, lo que resultaba difícil antes, por la censura indiscriminada de la
que era objeto y ahora, por su aceptación indiscriminada, y en medio de
prejuicios es imposible discutir.
El celibato
de los ministros no es un problema de fácil solución cuando ha sido una
práctica secular y los mismos sacerdotes tienen un cierto temor a esta
responsabilidad. No hay ningún peso doctrinal o tradicional que lo impida, ya
que Pedro era casado y su suegra aparece en los relatos de los evangelios. Es
una situación que debe resolverse por varios caminos. El Concilio Vaticano II
enseñó sobre el valor de los no ordenados en la vida de la Iglesia y el
sacerdocio real se lo otorga a las comunidades en las que se organizan los
católicos. Incluso en nuestro país con una tradición marcadamente autoritaria
de la Jerarquía hay comunidades de base, no solo dedicadas a la oración o a la
contemplación, que al fin y al cabo son formas de la caridad, tal como
testifica Benedicto cuando anuncia lo que hará después de resignar sus tareas
papales, sino con la acción y la renovación social a partir de las escrituras.
En todo caso, la asociación de la pederastia con el celibato, no solo es
injusta, sino que no habla muy bien del manejo de las inclinaciones y el deseo
en la especie humana. La mujer como fuente de pecado desapareció hace mucho
tiempo de la práctica cristiana sensata y el disfrute sexual humanizado es una
forma legítima y santificadora dentro de la comunidad.
La
ordenación de las mujeres, es otro problema de difícil solución. Ya hay
teólogas que se dedican a dilucidar el papel de la mujer en la vida de la
Iglesia. En opinión de grandes estudiosos, no hay obstáculo teológico ni
doctrinario alguno, e incluso Pablo, a quien se le atribuye la defensa del
celibato, tuvo como ayudante a Santa Tecla en la fundación de comunidades. Por
el contrario, en los Evangelios se favorece la presencia de la mujer en el
testimonio de Jesús y la Vocación Mariana en el seno del catolicismo es un
respeto patente por el valor de la mujer en la construcción de la vida
cristiana, a pesar de las deformaciones. Ya hay numerosas actividades de la
Iglesia donde queda destacada la participación de la mujer. En varios países
los consejos de administración parroquial están en manos de mujeres y en
Venezuela hay una gran cantidad de mujeres participando con el sacerdote en la
práctica ritual de los sacramentos y en la enseñanza, no solo secular, sino en
la religiosa. La posición radical a este respecto puede parecer simpática, pero
también puede generar una violencia cultural donde las mujeres son arrojadas a
las fieras. Las costumbres no se decretan, se conquistan.
Hay que
advertir, que a diferencia de muchas formas políticas actuales, la Iglesia no
actúa por demolición sino por construcción. Es radical en el compromiso, en el
testimonio y en la defensa de los oprimidos., pero en la acción se parece a la
naturaleza, es paciente y meticulosa, actúa mirando a la eternidad, lo que le
comporta el riesgo de ser timorata, pero no debemos olvidar que sobre ella ha
caído la responsabilidad de ser soporte de la cultura occidental.
En la famosa
polémica del preservativo, lamentablemente, repetir solo lo que él Papa dijo no
es atractivo para los medios de comunicación y además enfrenta los intereses de
transnacionales poderosas que los producen y los venden, o los Estados que
tranquilizan su conciencia ante la miseria y la ignorancia repartiéndolos. Su
opinión y la suscribo, es que el preservativo no impide la propagación del VIH,
ya que siendo éste producto de la promiscuidad sexual, solo es controlable
convirtiendo a la sexualidad en un acto de humanización que comporta una
relación de compromiso y responsabilidad. Esta actitud involucra no solo al
problema de la transmisión de enfermedades sino a la procreación. Debe mirarse
a la cara la miseria, la opresión y la ignorancia, donde se asientan estas
situaciones de manera más grave y en otros niveles del desarrollo material, la
relación sexual no puede ser manejada con criterios de mercadeo, porque lo que
está en juego no es el “pecado” como acontecimiento social, sino la muerte de
lo humano como evento cultural.
En el tema
de la teología de la liberación que nace en Europa y que fructifica en América
a raíz del Concilio Vaticano II, y que se convierte en inspiración para las
reuniones de los obispos latinoamericanos en Medellín, Puebla, y Aparecida, Benedicto,
como prefecto de la Congregación para la Sagrada Doctrina de la Fe, solo exigió
una separación entre la lectura del Evangelio a partir de los pobres y la
praxis marxista que ya entonces y aun ahora en la realidad, se convierte en un
totalitarismo feroz, y “muy pronto traiciona a los pobres”. Esta teología al
final es una elaboración que se ha venido desarrollando paulatinamente en
América Latina, donde el profetismo de la pobreza y de los pobres es el
componente esencial de nuestra cultura cristiana, pero se separa de la práctica
del odio y la venganza de las pretendidas revoluciones y también del ritualismo
y las costumbres que languidecen en las prácticas europeas.
En lo que
refiere a la muerte del burrito de Belén, problema por lo demás anecdótico, es
aconsejable que los opinadores sobre este tema lean el libro sobre la infancia
de Jesús, donde Ratzinger explica el origen de esta tradición, que aun cuando
ciertamente no aparece en los evangelios, si aparece en el libro de Isaías, en su
comienzo. De todas maneras, los protagonistas no fueron el asno y el buey, sino
el pesebre ante el cual se inclinaron el asno y el buey por ser la fuente de su
alimento, y los Reyes Magos impulsados por las convicciones de su cábala. Lo
importante son las personas para quienes el nacimiento era Buena Noticia:
María, una pobre de Yahvé, José un varón justo, judío y los pastores, quienes
ejercían un oficio despreciado en la sociedad de entonces, ellos son el centro
de los que recibieron con alegría la vida de Jesús.
No hago una
apología de Benedicto, ese estilo desapareció hace muchos siglos de la Iglesia
Católica, se trata de coexistir con el mundo real, donde las cosas no tienen
una sola perspectiva, sino que la discusión y la convergencia más allá del
acuerdo, son la esencia de la cultura cristiana.
En
conclusión, la tarea de un Papa no es la de ser simpático y carismático, sino
la de ser profético y ejemplar, sobre todo en lo que refiere a las virtudes
teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Si no conviene a la cultura imperante, él
debe hacer como Jesús, confiar en que el Reino del Padre es posible, que hay
otra manera de vivir distinta a la que vivimos y que será mejor, aunque no nos
resulte más confortable.
No entro en
las maquinaciones del Cónclave, porque en primer lugar, estoy poco ilustrado al
respecto y confío en que el Colegio de Cardenales actúe con el Espíritu del
Padre, para el bien, no solo de la Iglesia sino de la humanidad entera. Si de
verdad hay un cúmulo de conspiraciones de grupos perversos en el seno de la
Curía Romana que han obligado a la renuncia de Benedicto y logran dominar la
opinión de los electores, entonces es probable que sean menos los que
permanezcan al lado de las estructuras, pero no olvidemos que Jesús quedó solo
en la Cruz y ha estado resucitando desde entonces y es posible que nos resulte
mejor vernos cara a cara con el Padre y le hablemos con la dulzura, la humildad
y el amor de los evangelios, donde solo nos quede el Padrenuestro. También se
habló de conspiraciones en la elaboración del Concilio Vaticano II y sin
embargo prevaleció el Espíritu de Dios, que sembró cambios que fructifican una
y otra vez, a pesar de los intentos de los poderosos por traicionarlos y
hacerlos fracasar. Desde entonces no hemos podido dejar de ver en el
sufrimiento de los oprimidos la cara de Jesús anunciando que otro mundo es posible.
(*) Médico Anatomopatólogo. Magister en Filosofía. Estudioso de Teología.