lunes, 11 de octubre de 2021

LA AMANSADORA DE LAS TORMENTAS

                                                                       MARITZA CHAVIER ALMAO (*)







Las esperadas lluvias habían llegado, pero estas venían con todo, reclamando lo suyo, queriendo llenar la capa arenosa y nutrir los manantiales; nuestra querida aguada que nos auxiliaba en las sequías. Esas tierras alguna vez fueron lecho marino, lo testimoniaban los fósiles  que a cada paso encontrábamos, sueltos o incrustados en la rocas.


Con las primeras gotas, el cielo se oscureció y se puso amenazante, rugía y lanzaba rayos a diestra y siniestra. Papá le tenía miedo a estas tormentas, cosa que contrastaba con su fornido cuerpo y su firme carácter, en momentos como ese, se sentaba en una silla de madera en un rincón de la sala asegurándose que sus pies estuvieran sobre el travesaño y nos indicaba que hiciéramos lo mismo. Se cubría con una chamarra de esas de lana a cuadros, solo se le veía su prominente nariz, mientras mamá siempre tranquila, se quedaba en el corredor amansando la tormenta. Desde mi silla trinchera podía ver la delgada figura de mamá que se perfilaba con el fulgor de los relámpagos, cual sacerdotisa;  mientras lanzaba al patio la sal gruesa en forma de cruz, podía oír su clamor al cielo :“Aplaca señor tu ira y tu rigor, dulce Jesús de mi vida misericordia , misericordia señor”. El cielo le devolvía un rayo y un trueno que retumbaba, ella corría por el corredor a la cocina a quemar palma bendita, mientras la tormenta eléctrica seguía su curso. 


Ella regresaba presurosa con sus puños apretados con la sal que lanzaba invocando a la protectora contra rayos y tormentas, exclamando“Santa Bárbara bendita!”. La tormenta se iba apaciguando, el trueno se iba recostando a la cumbre con su ruido sordo. Mi mamá había vencido, papá se ponía de pie y otra vez era el hombre fuerte que se iba a evaluar los daños y en su cara se dibujaba una sonrisa mientras pensaba que la represa ya tendría agua. 






Esa fortaleza de mamá había hecho que papá ante cualquier aflicción consultara con ella, y no solo él sino los conocidos y hasta los niños cuando enfermaban pedían: “llamen a la señora Rosita”.Así que ella era amansadora de muchas tormentas. Quizás por eso me hice psiquiatría para ser como ella: amansadora de tormentas.










(*) Psiquiatra

Miembro titular de la S.V.P.

  


 

LA AMANSADORA DE LAS TORMENTAS

MARITZA CHAVIER ALMAO


Las esperadas lluvias habían llegado, pero estas venían con todo, reclamando lo suyo, queriendo llenar la capa arenosa y nutrir los manantiales; nuestra querida aguada que nos auxiliaba en las sequías. Esas tierras alguna vez fueron lecho marino, lo testimoniaban los fósiles  que a cada paso encontrábamos, sueltos o incrustados en la rocas.

Con las primeras gotas, el cielo se oscureció y se puso amenazante, rugía y lanzaba rayos a diestra y siniestra. Papá le tenía miedo a estas tormentas, cosa que contrastaba con su fornido cuerpo y su firme carácter, en momentos como ese, se sentaba en una silla de madera en un rincón de la sala asegurándose que sus pies estuvieran sobre el travesaño y nos indicaba que hiciéramos lo mismo. Se cubría con una chamarra de esas de lana a cuadros, solo se le veía su prominente nariz, mientras mamá siempre tranquila, se quedaba en el corredor amansando la tormenta. Desde mi silla trinchera podía ver la delgada figura de mamá que se perfilaba con el fulgor de los relámpagos, cual sacerdotisa;  mientras lanzaba al patio la sal gruesa en forma de cruz, podía oír su clamor al cielo :“Aplaca señor tu ira y tu rigor, dulce Jesús de mi vida misericórdia , misericórdia señor”. El cielo le devolvía un rayo y un trueno que retumbaba, ella corría por el corredor a la cocina a quemar palma bendita, mientras la tormenta eléctrica seguía su curso. Ella regresaba presurosa con sus puños apretados con la sal que lanzaba invocando a la protectora contra rayos y tormentas, exclamando“Santa Bárbara bendita!”. La tormenta se iba apaciguando, el trueno se iba recostando a la cumbre con su ruido sordo. Mi mamá había vencido, papá se ponía de pie y otra vez era el hombre fuerte que se iba a evaluar los daños y en su cara se dibujaba una sonrisa mientras pensaba que la represa ya tendría agua. 

Esa fortaleza de mamá había hecho que papá ante cualquier aflicción consultara con ella, y no solo él sino los conocidos y hasta los niños cuando enfermaban pedían: “llamen a la señora Rosita”.Así que ella era amansadora de muchas tormentas. Quizás por eso me hice psiquiatría para ser como ella: amansadora de tormentas.

  

miércoles, 6 de octubre de 2021

BARAGUA EN VACACIONES

  

                       


                                                             MARITZA CHAVIER ALMAO
(*)


"Ya se terminan las sabias explicaciones, 

ya van a dar principio las vacaciones

bendito día, bendito día

que a nuestro pecho lleva dulce alegría"…

 

Rezaba el himno que entonábamos en la escuela de mi pueblo, en el mes de julio. Cada día que pasaba nos hacía redoblar el vigor con que lo cantábamos, las estrofas se escapaban por las ventanas y recorrían los caminos alertando al río y sus matas de mamón, a los cardones y sus dulces frutos, a las cabras y sus cabritos, a las abejas y su miel. Una bandada de loros voló con su algarabía para celebrar que volveríamos a los campos con todo el tiempo para los juegos y el retozo, a la plaza, a los corredores y los patios donde se nos permitiera dar rienda suelta a tanto júbilo que salía de nuestras gargantas. Podría correr tras las mariposas amarillas, las naranjas y las celestes, danzar con mi hermana bajo un árbol de vera, mientras el viento lanzaba sobre nuestras cabezas confites de hojas y flores. Sentir de cara a la tierra el olor de la verdolaga, correr tras las perdices hasta oír el llamado de mamá: "¡MUCHACHOS, A COMER!". 

 

Más tarde, nos mandaban a reposar; entonces jugábamos metras tendidos en el corredor, apuntando a los agujeros de los ladrillos. El largo corredor con sus pretiles era el sitio más concurrido de la casa en El Bubal, orientado al norte, frente a la cumbre de Torore; hacia él abrían las puertas de la sala, la habitación de la abuela, la alcoba y la alcobita. De los aleros del corredor colgaban matas de bella a las once y mala madre; en sus paredes lucían unos cuadritos que adornaban con imágenes de paisajes de lugares desconocidos y fríos, un espejo con la imagen de una hermosa mujer en la parte superior y el viejo almanaque de los hermanos Rojas, ilustrado con un chivo, que había originado la frase repetida en el pueblo: “Es más viejo que el chivito del almanaque”. 

 


El almanaque con su chivo parecía muy apropiado para adornar nuestra casa; total, vivíamos en un hato de chivos; además, era el lugar de consulta para papá y mamá sobre los nombres que deberían llevar sus hijos, las celebraciones de fiestas, sobre todo las religiosas y, algo muy importante para papá, la información sobre las fases de la luna. Él conocía el cielo tan bien como sus caminos de arriero, y en las noches sin luna, bajo el bordado de estrellas, nos daba lecciones de astronomía: "Allá las que brillan, la osa menor; por allá vendrá el lucero del alba”. Una luz parpadeaba a lo lejos y papá con cierta melancolía decía: "Llueve en los confines del mundo". Le preocupaba la sequía tan prolongada para sus animales, para su siembra, pero recuperaba rápidamente la alegría para hacernos cantar: "Mira la luna, mira el lucero, mira tu papa comiendo suero”.

Al caer la noche: "¡A dormir niños! ", reclamaba mamá.

 

"¡Bendición papá, bendición mamá!". 

 

 

Maritza Chavier Almao

(*) Psiquiatra

Miembro titular de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría.

Taller de escritura y narrativa