Una mentira constante
Nelson Hamana Hobaica
Esta
afirmación no se refiere al fraude o a la legitimidad de los resultados, sino que
es contrario a la aseveración de que nuestro sistema electoral es el más
avanzado del mundo. No se trata de enjuiciar la calidad de la automatización,
sino de afirmar que aún cuando la tecnología sea de primera e inviolable, el
problema está en el fundamento ideológico del sistema.
Tengo la
pretensión de hablar desde una experiencia que se remonta a 52 años, cuando la
fauna política que nos gobierna aún se orinaba de manera explicable en los
pañales, desde entonces he participado en todos los niveles y formas de
elecciones, excluyendo por supuesto la elección del Papa, aunque he tenido la
ocasión de haber vivido siete papas y un Concilio.
Hay que
hacer una salvedad, no se trata de enjuiciar a las autoridades electorales, ya
que el problema es independiente de su buena o mala fe, de su imparcialidad
como árbitros y de su honorabilidad como personas, se trata del sistema electoral
en su conjunto que deja de lado una percepción vital en la democracia, el uso
del voto como una opinión que relaciona de manera directa al ciudadano con sus
dirigentes.
Uno de los
problemas fundamentales, es el del manejo militar de un acto civil, porque
cuando un uniformado vota, no se trata de un derecho privilegiado que se
concede a su oficio, sino una convocatoria a adquirir la responsabilidad de
escoger a sus gobernantes en su condición de ciudadanos con iguales derechos y
deberes.
El manejo de
la fuerza tiene sus explicaciones
constitucionales e históricas, aun cuando la justificación de una institución
fundada en la violencia es anti civilizatoria porque se inserta en la venganza y
por desgracia en ese punto hemos avanzado muy poco los humanos.
Debemos
recordar que el famoso Plan República se instala en Venezuela como consecuencia
de la insurrección de los partidos llamados “de izquierda” quienes tenían una
prédica abstencionista y amenazaban con provocarla con la intimidación y la
violencia en los centros electorales, costumbre que muy poco ha evolucionado en
las prácticas de nuestras organizaciones “revolucionarias”. Para la época las
Fuerzas Armadas venían del desprestigio que les generó la dictadura militar de
Pérez Jiménez y se empeñaban en mostrar su mejor cara civilista.
Pare
entonces su tarea era la de impedir que las amenazas de violencia cristalizaran
y en la opinión general la policía no solo era insuficiente para esas tareas
sino que estaban siendo blanco fácil del asesinato político. Las Fuerzas
Armadas no tenían contacto con el material electoral, los llamados “cotillones”
se manejaban a través de las Juntas Electorales quienes las diseminaban a las mesas,
las famosas actas seguían su camino a través de los órganos electorales y los
militares se limitaban a transportar y
custodiar a los funcionarios electorales.
Era entonces
una tarea bien definida la que correspondía a cada sector y aún
con la tendencia autoritaria de nuestras Fuerzas Armadas, se lograba trabajar
en armonía y confianza. Los centros electorales no funcionaban entonces como
cuarteles, sino como instituciones civiles bien custodiadas.
El advenimiento
de la automatización dio la facultad a los militares de transportar el material
electoral en consideración a que los
funcionarios electorales no uniformados son poco confiables para
estas tareas, lo que aunado a la discrecionalidad con la que se maneja la
autoridad en Venezuela, convierte en un verdadero martirio el Servicio
Electoral, donde da la sensación de que la participación de grupos políticos es
sospechosa, siempre y cuando no sea la
del grupo gobernante.
La
introducción de ese poder arbitrario y discrecional es el primer factor que
aleja al votante del acto de elegir y del gobernante electo. Las Fuerzas Armadas
no admiten la participación plural, ellos están limitados por el concepto de
“enemigo” que implica la guerra y no lo pueden evitar ni siquiera cuando gozan
del fervor popular.
El segundo
factor fue el de alejar a los partidos políticos del proceso electoral, en el
pasado el Consejo Supremo Electoral era un administrador y arbitro de la
aplicación de la ley y los partidos políticos tenían el deber y la facultad de
ejecutar y desarrollar los actos electorales, proporcionando su militancia para
las tareas de los órganos correspondientes, con una pluralidad que se fue
desarrollando y mejorando en la medida en la que los militantes de partido
fueron adquiriendo la sensación de normalidad y convivencia que implicaba la
elección de gobernantes lo que alejaba los sectarismos y las manipulaciones.
La
posibilidad de decidir sobre los problemas, comenzaba en la mesa electoral y se
iba elevando en instancias donde iba aumentando la pluralidad en la medida en
la que se ascendía en la jurisdicción los órganos electorales. Por otra parte,
los medios de opinión y los órganos judiciales hacían un control inmediato y
continuo de los procesos electorales.
Hoy en día
los miembros de las mesas electorales son absolutamente innecesarios, ya que
todas las decisiones están reguladas por las máquinas o por un burócrata del
Consejo Electoral, quien toma decisiones al margen de sus atribuciones en
complicidad con el Plan República.
El voto
electrónico, a más de costoso y de una eficiencia no demostrada, introduce un
intermediario incontrolable entre el elector y su voto y también entre un
miembro de un órgano electoral y el proceso del cual se responsabiliza. El
comienzo, el final y el recuento son realizados por empleados de un órgano central
electoral y los inconvenientes y decisiones están crípticamente resueltos por
un programa de computadoras que no considera el entorno en el cual se generan
los mismos.
El elector no
tiene una comunicación afectiva con el acto de votar y lo que hace se le
convierte en un proceso visual que ni toca ni siente y luego lo ve sumergirse
en una caja desde donde no se va a contar su signo o su escritura sino un
símbolo de la máquina en el que debe confiar y al final tienen que aceptar un
resultado irrecusable que depende de la credibilidad de una sola persona que
inevitablemente tendrá inclinaciones emocionales.
No en balde
todas las elecciones mediadas por máquinas han estado bajo sospecha, a pesar de
que los sistemas de control comienzan con el acceso al local que depende del
funcionario del Plan República ubicado en la puerta quien aplica restricciones
arbitrarias. El ambiente de los centros es de cuartel con limitaciones a la
circulación de las personas incluso a las que representan a los candidatos en
disputa. Luego el elector debe someterse a un sistema de información igualmente
bajo sospecha, después a un sistema biométrico redundante y por último a un
cuaderno de votación. Todos con el mismo fundamento y resultado, que solo le
agregan costos al proceso electoral además de sospechas y temores al elector.
La veneración
de la tecnología, en particular la de la informática, es generadora de
problemas sociales importantes que atentan contra los valores civilizatorios de
la comunicación humana, menos eficiente pero más personal. La automatización y
los controles ponen bajo sospecha la pulcritud, no solo de las elecciones sino
de toda la actividad humana.
Al final
terminamos anhelando los tiempos en los que nos bastaban los cinco sentidos y
la participación más cercana en nuestros procesos de decisión. La
automatización no resolvió problemas y agregó nuevos. Las elecciones son una
relación eminentemente humana de los ciudadanos y esa no se puede endosar ni
delegar en una máquina ni en la decisión y el control de sola persona. La
automatización es una forma exagerada de centralización y esta es generadora de
dos repuestas, los que están de acuerdo y los que están en contra y esto se
llama polarización, situación indeseable y violenta en un régimen de
libertades, donde lo deseable no es la obediencia sino la discusión.
Una elección
ideal es la que tenga pocos controles, la que confíe en el elector y en la que
confíe el elector, y la que permita la más plena participación. Será buena
cuando yo vote camino del trabajo, donde baste mi palabra y mi cédula de identidad
y donde la mancha de tinta en el dedo sea prueba suficiente de mi honestidad
porque a nadie se le ocurre vulnerar la unicidad del voto y luego pueda esperar
a las noticias de la mañana porque confío en la honorabilidad de los que
manejan el sistema, de lo contrario el proceso es defectuoso y siempre estará
manchado por la sospecha y quiérase o no es un acto de violencia.
Todo esto
hace de nuestro sistema algo imperfecto y arbitrario y la única manera de
buscar la perfección del voto es aumentando y aceptando la diversidad y la
clara conciencia de que una votación no es un acto de poder sino de
participación. El voto y la democracia deben ser reales y no instrumentos de
control y su resultado debe ser producto de la actuación concurrente de los que
participan, no de la veneración de los sistemas
De momento,
en Venezuela se debe aspirar a:
·
Suprimir
el control militar del proceso electoral. Es un acto ciudadano, donde no
importa si lleva o no un uniforme, donde basta el deseo honesto de participar. Los
militares son muy malos y violentos controlando el orden público y las
votaciones no son un acto de guerra. No existe la sociedad cívico militar, la
ciudadanía es un problema de tareas, no de dignidades y naturalezas
·
Eliminar
los procesos automatizados, para volver a acercar el acto electoral al
ciudadano, no en balde países más comprometidos con la informática siguen
usando sistemas manuales. Los procesos muy costosos siempre serán sospechosos
de lucro indebido.7
·
Devolver
la participación a los partidos políticos y confiar los controles a las
organizaciones ciudadanas, no armadas. Tenemos que ser devotos de la pluralidad
y aceptar que la votación es un acto político y no burocrático, en ella se
decide el control del poder y la organización del Estado, no es un acto de
devoción personal.
En una
elección se nos va la vida ciudadana, que es muy diferente de la que se
arrebata con la violencia particularmente la sectaria y tarifada.
Quizás
entonces podremos votar y volver a nuestras actividades regulares confiando en
que los procesos serán claros y confiables.
Que Dios nos
bendiga porque confiamos en el futuro.