jueves, 24 de enero de 2013

25 de enero: La conversión de San Pablo

                                                  San Juan Crisóstomo (*)


Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidando lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que veo por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociáos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Gracias sean dadas a Dios, que en todo tiempo nos lleva en el cortejo triunfal de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenia sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo.

 (*)   Antioquía, Siria;347-Comana del Ponto, actual Turquía;407. Obispo y doctor de la Iglesia

jueves, 17 de enero de 2013

EL ENIGMA



                                                                                             RUTH CAPRILES (*)



Parábola de Kafka: un ciudadano acude ante las puertas de la ley donde un portero con librea le dice que la puerta está abierta pero que en ese momento no puede entrar. El ciudadano se retira y espera. Cuantas veces acudió ante la puerta, el portero obstaculizó su paso. Pasaron años hasta que envejeció el ciudadano esperando tener acceso a la ley. Antes de exhalar su último aliento llamó al portero y le preguntó: ¿cómo es que la puerta está abierta pero en todo este tiempo no he visto a ninguno atravesarla? El portero le susurró: ¡Ah! Es que esa puerta estaba sólo para usted.

Quizá cuando resolvamos el enigma de esa parábola, podamos enderezar nuestra visión confundida por tanta arbitrariedad, tanta mentira, y descubrir qué hacer para evitar sus consecuencias.

Acudimos una y otra vez ante las puertas de la ley democrática y la puerta permanece abierta pero impedida para nosotros. El enigma no es tanto por qué no puede acceder a la ley el buen ciudadano, sino por qué no se va y se olvida de la ley. O por qué no pasa por encima del portero. El exabrupto del continuismo inconstitucional nos pone ante tres alternativas: la sumisión pasiva hasta extinguirnos, la ilegalidad, la subversión. Y los jacobinos revolucionarios entran en fase peligrosa; incuban su propio colapso. La patria muere por cualquier vía.

La parábola se desenreda. La trampa que pone este enigma al ciudadano es que puesto que pide acceso a la ley, se rige por ella y no puede violarla; ante la fuerza ilegítima de un portero no osa esgrimir similar o mayor fuerza; esa que le confiere el ser ciudadano con derecho a su ley.

De allí viene el dilema que tiene paralizada a la dirigencia de la oposición. Pretende combatir con la ley un gobierno de transgresores. Métodos virginales ante la sombra de los sátiros. ¿Se sale el portero con la suya? Si es así, se extinguirá el ciudadano pero no olvide el portero que se quedará solo y sin oficio. Él cierra finalmente la puerta de la ley que jamás dejó entrar a ciudadano alguno.

(*)  Publicado originalmente en El Universal.