NELSON HAMANA (*)
Seguimos con
la mala costumbre nacional de mantener una mitología de la Unidad que consiste
en que todos hagamos las mismas cosas y con los mismos criterios y que los
buenos son los míos y además son los únicos.
Recuerdo de
mis tiempos de ejercicio político, que un dirigente que era tenido por buen
estratega, tanto que se iba a enseñar a resolver problemas a otros países y que
logró buena parte de la paz de la que disfrutó por un tiempo en el Continente,
nos enseñaba que solo debía ser único el propósito, pero los frentes de lucha
era mejor que fueran múltiples, pero coincidentes.
Nadie
descalifica las protestas, nadie discute la necesidad del cambio político, pero
parece que hubiera discrepancia en lo que refiere a la necesidad de la
reconciliación nacional.
Primero hay
que definir en qué consiste la reconciliación, no se trata de ponerle buena
cara a los que han ejercido arbitrariamente el poder, no se trata de pedir
impunidad para los que hayan cometido actos de corrupción, ni tampoco puede ser
un sobreseimiento para los que escondiéndose en su condición opositora hayan
sido actores o cómplices de mal manejo de la vida pública. Se trata de lograr
que los venezolanos discutan sin odiarse, sin excluirse. No es ni siquiera ser
generosos con los que gobiernan, es exigirles que cambien su manera de gobernar
y lograrlo.
En lo que
refiere a las protestas, para que recuperen su frescura es necesario que vuelvan
a su espontaneidad y su originalidad. Para este momento las siento
absolutamente burocratizadas, repetitivas y monótonas y asisto a todas, pero
con resignación. Hasta los itinerarios se repiten una y otra vez y la represión
es tan repetitiva y predecible, que a veces pienso que son los mismos videos los
que recibo y que todo se hace con libretos ya conocidos, de uno y otro lado y
esta situación en definitiva es una forma de complicidad.
En lo que
refiere a las negociaciones, hay varios matices que deben ser destacados, por
una parte, quien debe tener la culpa de la sociedad conflictiva, estancada y
sin imaginación en la que vivimos, debe ser quien gobierna, no el que se le
opone. No tiene mucho sentido que digamos aspirar a un futuro mejor y optar
solamente por el conflicto como única solución.
Cuando se
protesta y se aspira a otra situación, lo mejor es tener bien definida la
realidad a la que se quiere llegar y señalar cuáles son los obstáculos que
impiden lograr las soluciones y escoger los caminos para llegar a ese destino.
Es indudable
que un gobierno autoritario tiene que ser presionado para que admita la
discusión, sobre todo cuando tienen quince años apareciendo como dueño de una
verdad indiscutible a la que no pueden renunciar, porque quedarían desnudos
ante un país al que no han podido manipular y sobre todo frente a los
desposeídos que entonces percibirían la magnitud de lo que han sacrificado en
aras de una ilusión de bienestar ampliamente traicionada. En ese punto es
inevitable la protesta, porque sin ella no se produce la discusión.
Por otro
lado, es necesario establecer los
objetivos y los requerimientos para recuperar la normalidad como país, pero
cuidando de no sacrificar la reivindicación de los débiles y ese es el papel de
la negociación.
No son
excluyentes, por el contrario, son y están siendo complementarios, quienes
protestan exigen cosas concretas y esas exigencias son llevadas con la fuerza
de la protesta a la negociación.
No hay
porqué descalificar al que hace las cosas de una manera distinta, ni hay por qué generar desconfianza en el que actúa por otro camino ni tampoco aprovechar o asumir el protagonismo exclusivo de ningún sector; por el contrario, hay que admitir y hacer sentir que hay un objetivo común por el que trabajamos todos.
Otro tema es
la violencia, que indudablemente es atractiva porque promete soluciones rápidas
con exigencias inmediatas, pero yo pediría que con la mano en el corazón y con
la conciencia clara se analicen sus posibilidades, su pertinencia su oportunidad y sus éxitos.
Finalmente
hay que admitir que ningún camino tiene porque ser definitivo, en política hay
que saber responder a las variaciones, al fin y al cabo se funda en
sentimientos humanos que siempre son circunstanciales y por eso son tan
difíciles de asumir.
(*) Médico anatomopatólogo UCV. Magister Scientiarum en Filosofía USB