Juan Guerrero (*)
No existe algo que sea más degradante a la condición humana que un
individuo traicionando, delatando a un semejante. Esta oprobiosa
actitud se vivió de manera dantesca en los años de la Europa dominada
por el nacionalsocialismo o como generalmente se le ha conocido;
nazismo.
Fueron tiempos terribles, momentos cuando no era posible confiar en
nadie ni mucho menos en quienes se acercaron al poder para protegerse,
adulando a sus jefes. A esos individuos se les llamó de varias
maneras: colaboracionistas, comisarios culturales o delatores.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial la gran mayoría de ellos,
intelectuales, artistas, académicos o simples políticos, comerciantes
y parroquianos, fueron tomados por las turbas, linchados y colgados
entre los escombros que dejó semejante torbellino bélico.
Esa práctica del individuo transformado en agente colaboracionista de
un régimen fue adecuándose para poder sobrevivir con los nuevos
tiempos.
Los regímenes totalitarios, autoritarios y militaristas, tanto de
derecha como de izquierda, han sabido valerse de estos tristes y
grises personajes quienes, una vez utilizados, son desechados como
podredumbre humana que no tiene más valor para su uso.
Los más osados han sabido encontrar protección de padrinos, quienes
les ubican casi siempre fuera, lejos del país de origen mientras el
resto es sentenciado, generalmente asesinado con tiros de gracia.
A esta gente nadie le tiene confianza ni menos respeto, pues han
vendido su honor por dinero, por un cargo público o por favores
financieros.
No existe algo que sea más degradante a la condición humana que un
individuo traicionando, delatando a un semejante. Esta oprobiosa
actitud se vivió de manera dantesca en los años de la Europa dominada
por el nacionalsocialismo o como generalmente se le ha conocido;
nazismo.
El Mariscal Pétain saluda a Hitler |
Fueron tiempos terribles, momentos cuando no era posible confiar en
nadie ni mucho menos en quienes se acercaron al poder para protegerse,
adulando a sus jefes. A esos individuos se les llamó de varias
maneras: colaboracionistas, comisarios culturales o delatores.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial la gran mayoría de ellos,
intelectuales, artistas, académicos o simples políticos, comerciantes
y parroquianos, fueron tomados por las turbas, linchados y colgados
entre los escombros que dejó semejante torbellino bélico.
Esa práctica del individuo transformado en agente colaboracionista de
un régimen fue adecuándose para poder sobrevivir con los nuevos
tiempos.
Los regímenes totalitarios, autoritarios y militaristas, tanto de
derecha como de izquierda, han sabido valerse de estos tristes y
grises personajes quienes, una vez utilizados, son desechados como
podredumbre humana que no tiene más valor para su uso.
Los más osados han sabido encontrar protección de padrinos, quienes
les ubican casi siempre fuera, lejos del país de origen mientras el
resto es sentenciado, generalmente asesinado con tiros de gracia.
A esta gente nadie le tiene confianza ni menos respeto, pues han
vendido su honor por dinero, por un cargo público o por favores
financieros.
Casualmente el laureado Premio Nobel de Literatura 2014, Patrick
Modiano, aborda en su obra literaria la temática de los
colaboracionistas en la Francia ocupada por los ejércitos hitlerianos.
En Venezuela siempre hemos tenido estos seres grises, anodinos y
vendidos al mejor postor, sea por dinero, por cobardía o por
resentimiento, bien social o político.
El caso más emblemático fue el del marqués del Toro, quien cambiaba de
bando según la intensidad del conflicto independentista. Unas veces se
las jugó con los patriotas mientras otras, con carta de súplica ante
el mismísimo rey pidiendo clemencia, se pasaba al bando realista.
Terminó enterrado en el Panteón Nacional.
El Marqués del Toro |
Ahora en la Venezuela del siglo XXI al régimen de turno le ha dado por
denominar a estos agentes del deshonor humano “patriotas cooperantes”
con pago, bono o gratificación incluida.
Varios de ellos desde hace algún tiempo, intelectuales y artistas, se
han ganado un cargo en el servicio exterior mientras otros,
fablistanes y llamados académicos, medran alrededor del régimen
esperando su mendrugo a cambio de información.
Quienes conocen a estos individuos les dicen popularmente “sapos” y
también “chupamedias”.
Triste terminar señalado por los ciudadanos decentes de un país de
manera tan deleznable. Despreciado. Es humillante para un hijo, un
nieto, saber que su padre, su abuelo se le conoce de esa manera porque
una vez inclinó la cabeza y fue débil ante el Poder.
con pago, bono o gratificación incluida.
Varios de ellos desde hace algún tiempo, intelectuales y artistas, se
han ganado un cargo en el servicio exterior mientras otros,
fablistanes y llamados académicos, medran alrededor del régimen
esperando su mendrugo a cambio de información.
Quienes conocen a estos individuos les dicen popularmente “sapos” y
también “chupamedias”.
Triste terminar señalado por los ciudadanos decentes de un país de
manera tan deleznable. Despreciado. Es humillante para un hijo, un
nieto, saber que su padre, su abuelo se le conoce de esa manera porque
una vez inclinó la cabeza y fue débil ante el Poder.
(*) Este artículo fue censurado previamente por el "Consejo Consultivo" de El Universal, y según correo recibido de fuente confiable, el autor retiró su firma como colaborador de dicho diario.