RAFAEL MUCI-MENDOZA (*)
A rribo
muy temprano al Palacio de las Academias, antiguo convento
franciscano en el mero centro de Caracas y sede de las Academias Nacionales
y entre ellas, la de Medicina, un oasis de paz en medio de la estridencia,
la vocinglería y la contaminación. Me recibe en el Patio Vargas la estatua
homónima del prohombre allí erigida desde 1883 por el presidente Guzmán
Blanco por porfía de don Agustín Aveledo: con la frente erguida quizá
reafirmando su concepto de rectitud, ley y justicia, reflejo de la que fuera
su vida: el semblante austero, la mano derecha como buscando el corazón
grande, asiendo en su mano izquierda una placa donde se lee Esculapio y
recostado sobre un pilote con las inscripciones Hipócrates y Galeno, y
además, un rosal con una única rosa altiva, tersa y hermosa. Mientras los
rayos del sol se reflejan desde el oriente en las gotitas de rocío que
cubren sus pétalos, me quedo mirándola embelesado hasta que mi éxtasis es
interrumpido por el jardinero, Grinolfo Chiquito, un costeño colombiano
injertado en esos patios solariegos a quien llaman ¨avión¨ -¨porque llego
muy temprano, me rinde el tiempo y sin prisas desempeño mi trabajo con amor,
rectitud y responsabilidad¨-. Con el entrecejo fruncido y los ojos de
singular brillo me previene entusiasmado como si es que no fuera producto de
sus mimos. -¨¿Muy linda, verdad doctor?¨ - dice -, pero de inmediato suelta
la perla, ¨¡no debe acercarse a ella una mujer con la regla, se pudrirían la
rosa y el rosal...! Es el pensamiento mágico -me digo-, presente nada menos
que en una emulación del Jardín de Academo..., aquella escuela filosófica
fundada por Platón alrededor del 388 a.C. en los jardines de Academos,
olivar sagrado en las afueras de Atenas dedicado a Atenea, la diosa de la
sabiduría, y en cuyo frontispicio se leía, «Aquí no entra nadie que no sepa
geometría», -¡pobre de mí que aún cuento con los dedos...!-. Cobijados desde
tempranos tiempos de la civilización por el pensamiento mágico, tantas veces
pensamos y razonamos para generar ideas carentes de fundamentación lógica;
mediante él atribuimos un efecto a un hecho sin que realmente exista una
relación de causa-efecto comprobable, como es el caso de la rosa, el
menstruo y su orgulloso jardinero. Viandantes y académicos estamos, sin
excepción, imbuidos de supersticiones enlazadas con la bruma de los tiempos
y a nuestras más tiernas experiencias infantiles y para las cuales nunca ha
existido una vacuna salvadora y ojalá que nunca exista...
Mientras refiero esta anécdota viene otra a mi memoria: Por allá en 1960,
cursaba mi último año de la carrera médica en el Hospital Vargas de Caracas
y la consulta externa del Servicio de Medicina Interna se ubicaba a la
izquierda, no más al trasponer la marquesina del Hospital. Dos días por
semana atendíamos los pacientes de primera consulta y los de controles
sucesivos. A los estudiantes, a los más deslucidos, se nos confiaban los
primeros; ignoro el porqué, ¿no debían ser de los profesores para que
observándolos aprendiéramos directamente de su arte? Cuatro escritorios se
enfrentaban con sus correspondientes sillas. Era allí donde comenzábamos a
interrelacionarnos con el hombre enfermo y sus amenazantes penas. Me
agradaba escuchar sus relatos, apreciar su cortesía como quitarse el
sombrero de cogollo ante nuestra presencia, apretar sus manos encallecidas
por el trabajo bruto, conocer de qué distante sitio del país provenían y el
lenguaje a veces inextricable que empleaban, que arrastraba palabras del
español del Siglo de Oro y otras producto de la deformación del tiempo y la
ignorancia; por ejemplo, ansina, en lugar de así, mesmo por mismo, endilgar
por encaminar, vide por vi, agora por ahora, esguazar por desguazar,
aguaitar en vez mirar, opado por tener los párpados hinchados... Y todo
aquel conocimiento me lo daban sin regateos y de balde. Era pues necesario
conocerlo para así hacer contacto efectivo con sus necesidades, disecar el
contenido de sus quejas y traducirlo en términos de enfermedad... Para
entonces, poco conocíamos del ¨pathos¨ o sufrimiento humano normal de una
persona; ese sufrimiento existencial único del ser persona habitante de este
mundo y contrario al otro, el sufrimiento patológico o mórbido en todo su
significado, tema desconocido que el Maestro Otto Lima Gómez nos habría de
insuflar con sus prédicas y con su praxis. Yo en lo particular, era objeto
de urgentes e inclementes críticas, ¨¡Debes hacerlo con prontitud!, ¨¡Muci,
tu si eres roñero, te tardas mucho con cada paciente...!¨ Una y otra vez me
juraba que una vez que tuviera mi propia consulta, me tomaría todo el tiempo
que me viniese en gana -así de retrechero me afirmaba para mis adentros- y
así fue y así ha sido siempre. Tragedias muy orgánicas pero también muy
emocionales, comedias y tragicomedias se embrazan en mi consulta. Trato de
comprender el significado de la queja «orgánica» y hurgo dentro de las vidas
hasta donde el recato me lo permita, pues tantas veces, tras el ruido de la
hojarasca de sus lamentos, suele hallarse la verdad negada, el temor oculto,
el miedo de sufrir y de morir...: la verdad más verdadera. Desde entonces se
me había revelado que desde la Antigua Grecia la palabra era un recurso
terapéutico principalísimo que la prisa y el tráfago propio de nuestros
convulsionados días nos impiden y nos niegan...
Cuando se ha ejercido la medicina por más de media centuria ya no podemos
saber los orígenes de nuestras maneras de pensar, suerte de mixtura de
convivencia con nuestros padres y hermanos, nuestros maestros,
conversaciones con nuestros pacientes, lecturas, conferencias asistidas,
libros leídos, conversaciones con colegas, estudiantes, hasta sesiones
personales de psicoanálisis, que influencian, van modelando nuestras ideas y
nuestro comportamiento como esa deseable pátina que cubre las cosas nobles.
En mis primeros pinitos por la medicina interna, a raíz de una crisis de
pánico, una crisis existencial, inicié un psicoanálisis ortodoxo, técnica de
conocimiento interior que era entonces muy criticada y vilipendiada por los
psiquiatras de mi hospital, ¡pamplinas -exclamaban-, eso no sirve más!, tal
vez porque para ellos y para mí no era fácil de descubrir como no fuera con
mucho dolor y pena, las propias miserias; así que mantenía muy en privado lo
que hacía. En aquellos tiempos y por mi comprensible inmadurez de aun
adolescente y médico recién graduado, mantenía entonces mi psicoanálisis en
secreto porque no quería que nadie se enterara de que poseía una suerte de
¨mente contrahecha y repugnante¨, casi que un estigma, y sólo un amigo muy
cercano, bioquímico para más señas, que conocía mi oculta verdad, me
aseguraba de la necedad de continuar mi psicoanálisis donde cada tarde sólo
un dolor mental terebrante y continuado salía a flote y mis moderados
recursos económicos se esfumaban, siendo que con una simple pastilla
producto del ingenio humano, de un conjunto de ¨moléculas de la mente¨, tal
como si fuera un hipertenso o un diabético, acabaría con todas mis
penurias...
Comenzaban a aparecer los llamados psicofármacos que proclamaban curación de
todos los males del alma y se decía que la nueva psicofarmacología había
cambiado el paradigma de ¨culpar a la madre¨, pues desde tiempos de Freud se
aceptaba que los desórdenes mentales se enraizaban en experiencias
traumáticas en el seno de la familia y particularmente en la relación con la
madre; pero era innegable que el péndulo de las creencias se había movido
peligrosamente en el sentido opuesto para negar de plano y del todo el
delito del amor incestuoso por la madre y pasar ahora a ¨culpar al cerebro¨
-concepto más frío, ¨más científico¨, menos conflictivo y mucho más
aceptable-, en cuyas intrincadas redes y al favor de un desbalance químico
de neurotransmisores se generaba todo sesgo mental; así, la esquizofrenia se
producía simplemente por exceso del neurotransmisor dopamina -eso podíamos
aceptarlo-, y la depresión, a deficiencia del neurotransmisor serotonina
-eso también podíamos aceptarlo-; la ansiedad y otras disfunciones mentales
serían así atribuidas al arrochelamiento de otros neurotransmisores. Pero la
química cerebral no solo tendría que ver con lo anormal sino también con la
explicación de las variaciones normales de toda personalidad o del
comportamiento; normalidad observada desde entonces con sospecha y muchas
veces vistas con tufo a borderline que traía aparejada la creciente marea de
la medicalización de la vida cotidiana. ¿Quería decir esto que yo había
perdido mi tiempo recostado en el sillón del psicoanalista por tantos
años...? ¿Quería ello decir que mi biografía no tenía nada que ver con
aquellos síntomas tan extraños, terroríficos y recurrentes que me asaltaban
cuando menos lo pensaba o con aquellas otras oportunidades en que me sentía
deprimido, agitado o nervioso...? Mi hogar, mis padres, mis numerosos
hermanos, el ambiente donde crecí, mi carácter acomplejado, retraído y tan
tímido, mis experiencias más tempranas, mis magros éxitos y numerosísimos
fracasos, ¿es que nada tuvieron que ver...? Pero, ocurría que ahora más
interesaba la condición patológica que la persona: ¨el todo orgánico¨, el
milieu neuronal y su árbol dendrítico y sus distorsiones, sencillamente
producto de un desbalance de neurotransmisores y por tanto el santo grial a
buscar con ímpetu implicaría olvidar el contacto humano, la palabra como
recurso terapéutico y emprender la investigación de ¨misiles inteligentes¨,
de ¨balas mágicas¨, de mensajeros químicos tan despabilados que por arte de
magia arreglarían el entuerto con una sola receta; pero, ¿y qué tal que la
medicación sólo produjera ¨cambios cosméticos¨, modificaciones artificiales
en la fachada de la personalidad, tan solo lechadas de cal sobre una
percudida tapia de barro y por ello deberíamos consumir drogas a perpetuidad
so pena de perder ese barniz de oropel que oculta traumas y conflictos no
resueltos...?
La era moderna nos ha traído las drogas psicoterapéuticas agrupadas como
antipsicóticos -antiesquizofrénicos-, neurolépticos, ansiolíticos (sedantes
o tranquilizantes menores) y estabilizadores del humor como el litio,
primariamente empleado para reconciliar el vaivén entre la manía y la
depresión, esos enfermos indignamente llamados «bipolares». Pero por ahí
vino también el Largactil® o clorpromazina con sus maravillosos efectos de
aquietar olas encrespadas y los rayos y centellas enviados por Zeus, pero al
mismo tiempo y en ocasiones nos dejaba a Némesis, diosa de la venganza, la
fortuna y la justicia portadora del castigo: el parkinsonismo y otros
trastornos extrapiramidales del movimiento como efectos secundarios
indeseables. Dígame usted la experiencia, golpeante y terrible de presenciar
una discinesia tardía, punición inducida por neurolépticos, un trastorno
motor asociado a tratamientos prolongados o a dosis altas de estos novísimos
antagonistas dopaminérgicos, ¨simple¨ efecto colateral de la droga con sus
grotescos movimientos de la boca, y parecido a un tic recurrente, la
protrusión involuntaria y extrema de la lengua ... Pero a ello pronto los
médicos nos acostumbramos para no lidiar con los dolores del paciente, que
si a ver vamos, retrata, calca, imita los nuestros y eso, sí que no lo
podemos tolerar... Las compañías farmacéuticas han tenido una enorme
influencia en la promoción de estos mensajes ¨milagrosos¨ tanto a médicos
como a potenciales consumidores de sus drogas... Prozac® ¨la píldora de la
felicidad¨: ahora eche un pie y no se preocupe, que el mundo sigue
andando...
Jamás en la historia se había hablado tanto de ningún otro libro de medicina
como de la última versión del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,
DSM-5), la denominada ¨Biblia de la Psiquiatría¨, que inició su lanzamiento
inmerso en un momento en que la comunidad científica, los profesionales y el
gran público general mostraban su preocupación ante los cambios en el
quehacer de la psiquiatría. A este respecto no debe ser pasado por alto que
el precio del manual asciende a $199, cifra muy superior a la de su versión
anterior, constituyendo la principal fuente de ingresos de la Asociación
Americana de Psiquiatría.
El debate, erróneamente reducido y explicado -en algunos medios de
comunicación- como un enfrentamiento entre profesionales de la psiquiatría y
la psicología, nace del mismo gremio de la psiquiatría. De hecho, uno de los
más acérrimos opositores al DSM-5 es Allen Frances, psiquiatra y presidente
del grupo de trabajo del DSM-IV (la versión anterior), quien desde hace
varios años lleva manifestando su recelo hacia la ampliación de diagnósticos
que recoge el DSM-5. En un artículo del Psychiatric Times, del 26 de junio
de 2009, Frances ya escribía: "el DSM-5 será una bonanza para la industria
farmacéutica, pero a costa de un enorme sufrimiento para los nuevos
pacientes falsos positivos que queden atrapados en la excesiva amplia red
del DSM-5".
http://autismodiario.org/wp- content/uploads/2012/04/dsm- iv-vs-v.jpg
Tan sólo unas semanas antes de la presentación oficial del DSM-5, Insel
emitió un comunicado en el que lo criticaba, y anunciaba que el NIMH se
desligaba de este sistema de clasificación, alentando públicamente a los
científicos a no utilizarlo y anunciando su pretensión de desarrollar un
nuevo sistema de diagnóstico basado en biomarcadores y no en juicios
clínicos (denominado Research Domain Criteria). En sus declaraciones, Insel
desprestigiaba el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría al
afirmar que el DSM "no se puede considerar una biblia, sino tan sólo un
diccionario". Unos días después, el 6 de mayo, el presidente del Grupo de
Trabajo del DSM-5 de la Asociación de Americana de Psiquiatría, David
Kupfer, respondiendo a dichas afirmaciones, expresaba sus recelos hacia el
modelo biologicista que defiende el director del NIMH, teniendo en cuenta la
falta de evidencias tras más de 30 años de investigación: "hemos estado
diciendo a los pacientes durante varias décadas que estamos a la espera de
encontrar unos biomarcadores. Todavía seguimos esperando. Finalmente, en un
intento de volver las aguas a su cauce, el NIMH publicó una declaración
conjunta con la Asociación Americana de Psiquiatría, aclarando que ambas
instituciones comparten su compromiso de mejorar el diagnóstico y el
tratamiento de los trastornos mentales: "Los pacientes, las familias y las
aseguradoras pueden estar seguros de que existen tratamientos eficaces
disponibles y que el DSM es el recurso clave para ofrecer la mejor atención
disponible", reza dicha declaración.
No obstante, la polémica -lejos de disolverse- ha disparado un aluvión de
críticas y debates en todo el mundo, y prueba de ello es que los grandes
medios de comunicación internacionales, como The New York Times, The
Guardian, The Economist, Daily News o Scientific American, se han hecho eco
de las distintas opiniones vertidas por los expertos hacia este manual. En
tan sólo un mes, salieron a la venta dos libros, "Saving Normal" (de F.
Allen) y "The Book of Woe" (de Gary Greenberg), se han publicado cientos de
artículos y se han lanzado importantes campañas de recogida de firmas a
escala mundial, advirtiendo de los peligros que entraña el uso del DSM-5 y
solicitando la abolición de los sistemas de clasificación diagnóstica. Una
visita por Youtube https://www.youtube.com/watch? v=JCuNVVU_yH4, puede
introducirle en la polémica y serle de gran utilidad.
El debate está dividiendo al gremio de la psiquiatría y aunque el punto
candente se sitúa en EE.UU., se está extendiendo con rapidez en Europa,
-sobre todo, en el Reino Unido- e incluso está calando de lleno en el mundo
árabe. De esta manera, la cadena de TV Al Jazeera emitió una entrevista con
Robert Whitaker, periodista de investigación experto en el área de la
medicina y la ciencia, y autor del libro Anatomy of an Epidemic (Anatomía de
una epidemia) y Allen Frances. En dicha entrevista, Allen Frances apuntó que
los diagnósticos "siempre se expanden, nunca se reducen" y se abordaron
aspectos tan trascendentes como los perjuicios que genera la expansión de
las categorías diagnósticas y su asociación con el aumento de la
medicalización de la población.
El debate mundial que ha abierto el cuestionamiento del DSM-5 supone un
replanteamiento de los cimientos en los que se sustenta la psiquiatría, por
lo que está siendo considerado como una revolución histórica en salud
mental. Sin embargo, llama la atención que en nuestro país este tema aún no
haya tenido repercusión médica alguna especialmente en el ámbito de la
psiquiatría y la psicología, a y la exposición mediática que se merece.
Colofón
Las teorías químicas de los desórdenes mentales son particularmente
seductoras y sugieren que existiendo una simple explicación para un problema
tenido como complejo y a menudo recalcitrante al tratamiento, también
existiría una solución cabalística, algo parecido al pensamiento mágico de
mi buen jardinero Grinolfo. Vivimos en tiempos de poca tolerancia a la
ambigüedad y a la incertidumbre, y por tanto, queremos sin devaneos ir
directo a la solución, y allí, nos espera un gordo calvo y bonachón con
chaleco, leontina y un tabaco a la diestra: es la industria farmacéutica que
vende al contado y que en connivencia con psicólogos y psiquiatras complace
nuestros deseos y nos suple la panacea al cambio de unos cuantos ochavos o
maravedíes. En las últimas décadas se han escrito libros que no solo
exageran la capacidad de las drogas terapéuticas para curar los desórdenes
mentales sino que proclaman que las mismas pueden producir cambios o
modificaciones de la ¨personalidad¨ solo ajustando algún tornillo
bioquímico, según el caso, media vuelta a la derecha o a la izquierda, tal
como en un artilugio de relojería o en una simple bomba aspirante-impelente,
lo que liberaría un conjunto de finos y benéficos neurotransmisores que por
desgracia sólo realizarán ¨ajustes cosméticos¨ mientras la procesión sigue
por dentro y los deudos expulsan mocos incontenibles. Teoría no más válida
que aquellas teorías hipocráticas que resolvían el problema ajustando el
balance de los cuatro humores básicos: sangre, flema, bilis negra y bilis
amarilla. Pero es más, esas nuevas teorías son a juro aceptadas como
verdaderas y los libros y la propaganda millonaria de la industria que mueve
los cordajes del guiñol, han determinado que la personalidad y la salud
mental están determinadas ¨completamente¨ por esos niveles de
neurotransmisores enloquecidos que pueden ser ¨metidos en el corral¨ por
arte de novísimas píldoras... Así, su efectividad es consistentemente
exagerada presentándose anécdotas de ¨curaciones milagrosas¨ y sus efectos
colaterales o nocivos son simplemente minimizados. Robert Whitaker el
periodista estadounidense y escritor ya mencionado, que escribe
principalmente sobre la medicina, la ciencia y la historia, establece que
tanto los antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son
sólo ineficaces, sino perjudiciales; además, advierte de los peligros que
adquiere la escalada de consumo de psicofármacos en la que se ve inmersa la
mayor parte de los pacientes; una espiral de consumo de la que es
extremadamente difícil volver a salir y trae a colación las declaraciones de
Steve Hyman, exdirector del National Institute of Mental Health (NIMH) de
EE.UU. y hasta hace poco rector de la Universidad de Harvard, quien
reconoció que el consumo de fármacos psicoactivos prolongado en el tiempo,
produce "alteraciones sustanciales y de larga duración en la función
neuronal". Pero además, para Whitaker el problema no termina aquí, ya que
una vez que el paciente comienza a presentar efectos secundarios derivados
del consumo de psicofármacos, a menudo acude al médico en busca de un
tratamiento para aliviar estos nuevos síntomas, de tal manera que la mayoría
de los pacientes acaban consumiendo un coctel de psicofármacos para un
coctel de diagnósticos. Este consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una
atrofia cerebral, tal y como ha quedado de manifiesto en los estudios
realizados por Nancy Andreasen, una prestigiosa neurocientífica y psiquiatra
que ha sido galardonada por su línea de investigación en el análisis del
funcionamiento neuronal de personas con trastornos mentales a través de
técnicas de neuroimagen. Según uno de los hallazgos del equipo de Andreasen,
el consumo de psicofármacos está asociado atrofia o "encogimiento" del
cerebro y este efecto está directamente relacionado con la dosis y la
duración del tratamiento farmacológico. En declaraciones al New York Times,
Andreasen señaló que "el consumo de psicofármacos impide que la corteza
prefrontal reciba la entrada de lo que necesita y empieza a experimentar
apagones. Lo que se traduce en síntomas psicóticos. Esto también hace que la
corteza prefrontal se atrofie lentamente". Pienso que tenemos que dejar de
creer que los psicofármacos son el mejor y único tratamiento para la
enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Tanto la psicoterapia como
el ejercicio físico han demostrado ser tan eficaces para la depresión como
los psicofármacos y sus efectos son más duraderos; sin embargo, por
desgracia, no existe una industria para impulsar estas alternativas; todo lo
contrario, aquello que proféticamente denunciaba Iván Ilich en su libro
«Némesis Médica» (1975) sobre la ¨medicalización de la vida¨ es un monstruo
de mil cabezas que apenas muestra sus numerosas fauces que expelen fuegos de
iatrogénesis o transmisión contagiosa de enfermedades por la profesión
médica (del griego iatrós, médico).
Ivan Ilich. ¨Némesis médica, expropiación de la salud¨ Barral, 1975
La historia de la medicina está llena de ejemplos de cuán sencillo puede
sobrevenir la confusión y el extravío cuando generalizaciones se realizan
sobre bases de informes anecdóticos o de teorías forjadas, y aún, cuando
entran en conflicto con intereses espurios como los puramente económicos.
Por ello, sigue siendo de gran importancia evaluar fríamente las evidencias
y argumentos -retirando la mano peluda de la industria, por supuesto- que
soportan las teorías químicas hoy día prevalentes en los ¨desórdenes¨ o las
¨condiciones¨ mentales supuestamente causados por errores solucionables con
drogas terapéuticas. Porque la evidencia señala, aun cuando la teoría pueda
ser inexacta o errónea, que las grandes compañías farmacéuticas y de seguros
ejercerán presión para que confiemos más y más en las drogas y menos y menos
en el contacto humano, en la interacción sanadora con el paciente y sus
angustias y temores, presente en nuestro armamentario terapéutico desde la
Antigua Grecia hasta que un negocio de ¡ochenta mil millones de dólares al
año!, siga forjando ¨condiciones mentales¨ donde siendo todos enfermos,
quepamos todos los seres humanos... Las compañías evitarán pagar por una
adecuada psicoterapia, pero de mil amores compensarán a los médicos con
aquello sólo absolutamente necesario para indicar tratamientos
farmacológicos mediante una revisión mensual que no se prolongue más allá de
los 10 o 15 minutos para ejecutar el ¨ajuste¨ de las dosis y ya... Total,
todo queda en casa y el pobre paciente, tan confiado él, quedará en manos de
la ¨ciencia¨, sus exageraciones, sus dislates, su perversidad, su frialdad
afectiva y su desmesurado interés por el vil metal...
https://www.youtube.com/watch? v=i5tbp1Rtqkc
Entonces, entre la negada culpa de la madre y el mito de la esperanza de la
bioquímica y sus neurotransmisores villanos y salvadores a la misma vez,
¿dónde se ubica el paciente...? Bien, estoy satisfecho, creo que no perdí mi
tiempo...
franciscano en el mero centro de Caracas y sede de las Academias Nacionales
y entre ellas, la de Medicina, un oasis de paz en medio de la estridencia,
la vocinglería y la contaminación. Me recibe en el Patio Vargas la estatua
homónima del prohombre allí erigida desde 1883 por el presidente Guzmán
Blanco por porfía de don Agustín Aveledo: con la frente erguida quizá
reafirmando su concepto de rectitud, ley y justicia, reflejo de la que fuera
su vida: el semblante austero, la mano derecha como buscando el corazón
grande, asiendo en su mano izquierda una placa donde se lee Esculapio y
recostado sobre un pilote con las inscripciones Hipócrates y Galeno, y
además, un rosal con una única rosa altiva, tersa y hermosa. Mientras los
rayos del sol se reflejan desde el oriente en las gotitas de rocío que
cubren sus pétalos, me quedo mirándola embelesado hasta que mi éxtasis es
interrumpido por el jardinero, Grinolfo Chiquito, un costeño colombiano
injertado en esos patios solariegos a quien llaman ¨avión¨ -¨porque llego
muy temprano, me rinde el tiempo y sin prisas desempeño mi trabajo con amor,
rectitud y responsabilidad¨-. Con el entrecejo fruncido y los ojos de
singular brillo me previene entusiasmado como si es que no fuera producto de
sus mimos. -¨¿Muy linda, verdad doctor?¨ - dice -, pero de inmediato suelta
la perla, ¨¡no debe acercarse a ella una mujer con la regla, se pudrirían la
rosa y el rosal...! Es el pensamiento mágico -me digo-, presente nada menos
que en una emulación del Jardín de Academo..., aquella escuela filosófica
fundada por Platón alrededor del 388 a.C. en los jardines de Academos,
olivar sagrado en las afueras de Atenas dedicado a Atenea, la diosa de la
sabiduría, y en cuyo frontispicio se leía, «Aquí no entra nadie que no sepa
geometría», -¡pobre de mí que aún cuento con los dedos...!-. Cobijados desde
tempranos tiempos de la civilización por el pensamiento mágico, tantas veces
pensamos y razonamos para generar ideas carentes de fundamentación lógica;
mediante él atribuimos un efecto a un hecho sin que realmente exista una
relación de causa-efecto comprobable, como es el caso de la rosa, el
menstruo y su orgulloso jardinero. Viandantes y académicos estamos, sin
excepción, imbuidos de supersticiones enlazadas con la bruma de los tiempos
y a nuestras más tiernas experiencias infantiles y para las cuales nunca ha
existido una vacuna salvadora y ojalá que nunca exista...
Mientras refiero esta anécdota viene otra a mi memoria: Por allá en 1960,
cursaba mi último año de la carrera médica en el Hospital Vargas de Caracas
y la consulta externa del Servicio de Medicina Interna se ubicaba a la
izquierda, no más al trasponer la marquesina del Hospital. Dos días por
semana atendíamos los pacientes de primera consulta y los de controles
sucesivos. A los estudiantes, a los más deslucidos, se nos confiaban los
primeros; ignoro el porqué, ¿no debían ser de los profesores para que
observándolos aprendiéramos directamente de su arte? Cuatro escritorios se
enfrentaban con sus correspondientes sillas. Era allí donde comenzábamos a
interrelacionarnos con el hombre enfermo y sus amenazantes penas. Me
agradaba escuchar sus relatos, apreciar su cortesía como quitarse el
sombrero de cogollo ante nuestra presencia, apretar sus manos encallecidas
por el trabajo bruto, conocer de qué distante sitio del país provenían y el
lenguaje a veces inextricable que empleaban, que arrastraba palabras del
español del Siglo de Oro y otras producto de la deformación del tiempo y la
ignorancia; por ejemplo, ansina, en lugar de así, mesmo por mismo, endilgar
por encaminar, vide por vi, agora por ahora, esguazar por desguazar,
aguaitar en vez mirar, opado por tener los párpados hinchados... Y todo
aquel conocimiento me lo daban sin regateos y de balde. Era pues necesario
conocerlo para así hacer contacto efectivo con sus necesidades, disecar el
contenido de sus quejas y traducirlo en términos de enfermedad... Para
entonces, poco conocíamos del ¨pathos¨ o sufrimiento humano normal de una
persona; ese sufrimiento existencial único del ser persona habitante de este
mundo y contrario al otro, el sufrimiento patológico o mórbido en todo su
significado, tema desconocido que el Maestro Otto Lima Gómez nos habría de
insuflar con sus prédicas y con su praxis. Yo en lo particular, era objeto
de urgentes e inclementes críticas, ¨¡Debes hacerlo con prontitud!, ¨¡Muci,
tu si eres roñero, te tardas mucho con cada paciente...!¨ Una y otra vez me
juraba que una vez que tuviera mi propia consulta, me tomaría todo el tiempo
que me viniese en gana -así de retrechero me afirmaba para mis adentros- y
así fue y así ha sido siempre. Tragedias muy orgánicas pero también muy
emocionales, comedias y tragicomedias se embrazan en mi consulta. Trato de
comprender el significado de la queja «orgánica» y hurgo dentro de las vidas
hasta donde el recato me lo permita, pues tantas veces, tras el ruido de la
hojarasca de sus lamentos, suele hallarse la verdad negada, el temor oculto,
el miedo de sufrir y de morir...: la verdad más verdadera. Desde entonces se
me había revelado que desde la Antigua Grecia la palabra era un recurso
terapéutico principalísimo que la prisa y el tráfago propio de nuestros
convulsionados días nos impiden y nos niegan...
Cuando se ha ejercido la medicina por más de media centuria ya no podemos
saber los orígenes de nuestras maneras de pensar, suerte de mixtura de
convivencia con nuestros padres y hermanos, nuestros maestros,
conversaciones con nuestros pacientes, lecturas, conferencias asistidas,
libros leídos, conversaciones con colegas, estudiantes, hasta sesiones
personales de psicoanálisis, que influencian, van modelando nuestras ideas y
nuestro comportamiento como esa deseable pátina que cubre las cosas nobles.
En mis primeros pinitos por la medicina interna, a raíz de una crisis de
pánico, una crisis existencial, inicié un psicoanálisis ortodoxo, técnica de
conocimiento interior que era entonces muy criticada y vilipendiada por los
psiquiatras de mi hospital, ¡pamplinas -exclamaban-, eso no sirve más!, tal
vez porque para ellos y para mí no era fácil de descubrir como no fuera con
mucho dolor y pena, las propias miserias; así que mantenía muy en privado lo
que hacía. En aquellos tiempos y por mi comprensible inmadurez de aun
adolescente y médico recién graduado, mantenía entonces mi psicoanálisis en
secreto porque no quería que nadie se enterara de que poseía una suerte de
¨mente contrahecha y repugnante¨, casi que un estigma, y sólo un amigo muy
cercano, bioquímico para más señas, que conocía mi oculta verdad, me
aseguraba de la necedad de continuar mi psicoanálisis donde cada tarde sólo
un dolor mental terebrante y continuado salía a flote y mis moderados
recursos económicos se esfumaban, siendo que con una simple pastilla
producto del ingenio humano, de un conjunto de ¨moléculas de la mente¨, tal
como si fuera un hipertenso o un diabético, acabaría con todas mis
penurias...
Comenzaban a aparecer los llamados psicofármacos que proclamaban curación de
todos los males del alma y se decía que la nueva psicofarmacología había
cambiado el paradigma de ¨culpar a la madre¨, pues desde tiempos de Freud se
aceptaba que los desórdenes mentales se enraizaban en experiencias
traumáticas en el seno de la familia y particularmente en la relación con la
madre; pero era innegable que el péndulo de las creencias se había movido
peligrosamente en el sentido opuesto para negar de plano y del todo el
delito del amor incestuoso por la madre y pasar ahora a ¨culpar al cerebro¨
-concepto más frío, ¨más científico¨, menos conflictivo y mucho más
aceptable-, en cuyas intrincadas redes y al favor de un desbalance químico
de neurotransmisores se generaba todo sesgo mental; así, la esquizofrenia se
producía simplemente por exceso del neurotransmisor dopamina -eso podíamos
aceptarlo-, y la depresión, a deficiencia del neurotransmisor serotonina
-eso también podíamos aceptarlo-; la ansiedad y otras disfunciones mentales
serían así atribuidas al arrochelamiento de otros neurotransmisores. Pero la
química cerebral no solo tendría que ver con lo anormal sino también con la
explicación de las variaciones normales de toda personalidad o del
comportamiento; normalidad observada desde entonces con sospecha y muchas
veces vistas con tufo a borderline que traía aparejada la creciente marea de
la medicalización de la vida cotidiana. ¿Quería decir esto que yo había
perdido mi tiempo recostado en el sillón del psicoanalista por tantos
años...? ¿Quería ello decir que mi biografía no tenía nada que ver con
aquellos síntomas tan extraños, terroríficos y recurrentes que me asaltaban
cuando menos lo pensaba o con aquellas otras oportunidades en que me sentía
deprimido, agitado o nervioso...? Mi hogar, mis padres, mis numerosos
hermanos, el ambiente donde crecí, mi carácter acomplejado, retraído y tan
tímido, mis experiencias más tempranas, mis magros éxitos y numerosísimos
fracasos, ¿es que nada tuvieron que ver...? Pero, ocurría que ahora más
interesaba la condición patológica que la persona: ¨el todo orgánico¨, el
milieu neuronal y su árbol dendrítico y sus distorsiones, sencillamente
producto de un desbalance de neurotransmisores y por tanto el santo grial a
buscar con ímpetu implicaría olvidar el contacto humano, la palabra como
recurso terapéutico y emprender la investigación de ¨misiles inteligentes¨,
de ¨balas mágicas¨, de mensajeros químicos tan despabilados que por arte de
magia arreglarían el entuerto con una sola receta; pero, ¿y qué tal que la
medicación sólo produjera ¨cambios cosméticos¨, modificaciones artificiales
en la fachada de la personalidad, tan solo lechadas de cal sobre una
percudida tapia de barro y por ello deberíamos consumir drogas a perpetuidad
so pena de perder ese barniz de oropel que oculta traumas y conflictos no
resueltos...?
La era moderna nos ha traído las drogas psicoterapéuticas agrupadas como
antipsicóticos -antiesquizofrénicos-, neurolépticos, ansiolíticos (sedantes
o tranquilizantes menores) y estabilizadores del humor como el litio,
primariamente empleado para reconciliar el vaivén entre la manía y la
depresión, esos enfermos indignamente llamados «bipolares». Pero por ahí
vino también el Largactil® o clorpromazina con sus maravillosos efectos de
aquietar olas encrespadas y los rayos y centellas enviados por Zeus, pero al
mismo tiempo y en ocasiones nos dejaba a Némesis, diosa de la venganza, la
fortuna y la justicia portadora del castigo: el parkinsonismo y otros
trastornos extrapiramidales del movimiento como efectos secundarios
indeseables. Dígame usted la experiencia, golpeante y terrible de presenciar
una discinesia tardía, punición inducida por neurolépticos, un trastorno
motor asociado a tratamientos prolongados o a dosis altas de estos novísimos
antagonistas dopaminérgicos, ¨simple¨ efecto colateral de la droga con sus
grotescos movimientos de la boca, y parecido a un tic recurrente, la
protrusión involuntaria y extrema de la lengua ... Pero a ello pronto los
médicos nos acostumbramos para no lidiar con los dolores del paciente, que
si a ver vamos, retrata, calca, imita los nuestros y eso, sí que no lo
podemos tolerar... Las compañías farmacéuticas han tenido una enorme
influencia en la promoción de estos mensajes ¨milagrosos¨ tanto a médicos
como a potenciales consumidores de sus drogas... Prozac® ¨la píldora de la
felicidad¨: ahora eche un pie y no se preocupe, que el mundo sigue
andando...
Jamás en la historia se había hablado tanto de ningún otro libro de medicina
como de la última versión del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,
DSM-5), la denominada ¨Biblia de la Psiquiatría¨, que inició su lanzamiento
inmerso en un momento en que la comunidad científica, los profesionales y el
gran público general mostraban su preocupación ante los cambios en el
quehacer de la psiquiatría. A este respecto no debe ser pasado por alto que
el precio del manual asciende a $199, cifra muy superior a la de su versión
anterior, constituyendo la principal fuente de ingresos de la Asociación
Americana de Psiquiatría.
El debate, erróneamente reducido y explicado -en algunos medios de
comunicación- como un enfrentamiento entre profesionales de la psiquiatría y
la psicología, nace del mismo gremio de la psiquiatría. De hecho, uno de los
más acérrimos opositores al DSM-5 es Allen Frances, psiquiatra y presidente
del grupo de trabajo del DSM-IV (la versión anterior), quien desde hace
varios años lleva manifestando su recelo hacia la ampliación de diagnósticos
que recoge el DSM-5. En un artículo del Psychiatric Times, del 26 de junio
de 2009, Frances ya escribía: "el DSM-5 será una bonanza para la industria
farmacéutica, pero a costa de un enorme sufrimiento para los nuevos
pacientes falsos positivos que queden atrapados en la excesiva amplia red
del DSM-5".
http://autismodiario.org/wp-
Tan sólo unas semanas antes de la presentación oficial del DSM-5, Insel
emitió un comunicado en el que lo criticaba, y anunciaba que el NIMH se
desligaba de este sistema de clasificación, alentando públicamente a los
científicos a no utilizarlo y anunciando su pretensión de desarrollar un
nuevo sistema de diagnóstico basado en biomarcadores y no en juicios
clínicos (denominado Research Domain Criteria). En sus declaraciones, Insel
desprestigiaba el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría al
afirmar que el DSM "no se puede considerar una biblia, sino tan sólo un
diccionario". Unos días después, el 6 de mayo, el presidente del Grupo de
Trabajo del DSM-5 de la Asociación de Americana de Psiquiatría, David
Kupfer, respondiendo a dichas afirmaciones, expresaba sus recelos hacia el
modelo biologicista que defiende el director del NIMH, teniendo en cuenta la
falta de evidencias tras más de 30 años de investigación: "hemos estado
diciendo a los pacientes durante varias décadas que estamos a la espera de
encontrar unos biomarcadores. Todavía seguimos esperando. Finalmente, en un
intento de volver las aguas a su cauce, el NIMH publicó una declaración
conjunta con la Asociación Americana de Psiquiatría, aclarando que ambas
instituciones comparten su compromiso de mejorar el diagnóstico y el
tratamiento de los trastornos mentales: "Los pacientes, las familias y las
aseguradoras pueden estar seguros de que existen tratamientos eficaces
disponibles y que el DSM es el recurso clave para ofrecer la mejor atención
disponible", reza dicha declaración.
No obstante, la polémica -lejos de disolverse- ha disparado un aluvión de
críticas y debates en todo el mundo, y prueba de ello es que los grandes
medios de comunicación internacionales, como The New York Times, The
Guardian, The Economist, Daily News o Scientific American, se han hecho eco
de las distintas opiniones vertidas por los expertos hacia este manual. En
tan sólo un mes, salieron a la venta dos libros, "Saving Normal" (de F.
Allen) y "The Book of Woe" (de Gary Greenberg), se han publicado cientos de
artículos y se han lanzado importantes campañas de recogida de firmas a
escala mundial, advirtiendo de los peligros que entraña el uso del DSM-5 y
solicitando la abolición de los sistemas de clasificación diagnóstica. Una
visita por Youtube https://www.youtube.com/watch?
introducirle en la polémica y serle de gran utilidad.
El debate está dividiendo al gremio de la psiquiatría y aunque el punto
candente se sitúa en EE.UU., se está extendiendo con rapidez en Europa,
-sobre todo, en el Reino Unido- e incluso está calando de lleno en el mundo
árabe. De esta manera, la cadena de TV Al Jazeera emitió una entrevista con
Robert Whitaker, periodista de investigación experto en el área de la
medicina y la ciencia, y autor del libro Anatomy of an Epidemic (Anatomía de
una epidemia) y Allen Frances. En dicha entrevista, Allen Frances apuntó que
los diagnósticos "siempre se expanden, nunca se reducen" y se abordaron
aspectos tan trascendentes como los perjuicios que genera la expansión de
las categorías diagnósticas y su asociación con el aumento de la
medicalización de la población.
El debate mundial que ha abierto el cuestionamiento del DSM-5 supone un
replanteamiento de los cimientos en los que se sustenta la psiquiatría, por
lo que está siendo considerado como una revolución histórica en salud
mental. Sin embargo, llama la atención que en nuestro país este tema aún no
haya tenido repercusión médica alguna especialmente en el ámbito de la
psiquiatría y la psicología, a y la exposición mediática que se merece.
Colofón
Las teorías químicas de los desórdenes mentales son particularmente
seductoras y sugieren que existiendo una simple explicación para un problema
tenido como complejo y a menudo recalcitrante al tratamiento, también
existiría una solución cabalística, algo parecido al pensamiento mágico de
mi buen jardinero Grinolfo. Vivimos en tiempos de poca tolerancia a la
ambigüedad y a la incertidumbre, y por tanto, queremos sin devaneos ir
directo a la solución, y allí, nos espera un gordo calvo y bonachón con
chaleco, leontina y un tabaco a la diestra: es la industria farmacéutica que
vende al contado y que en connivencia con psicólogos y psiquiatras complace
nuestros deseos y nos suple la panacea al cambio de unos cuantos ochavos o
maravedíes. En las últimas décadas se han escrito libros que no solo
exageran la capacidad de las drogas terapéuticas para curar los desórdenes
mentales sino que proclaman que las mismas pueden producir cambios o
modificaciones de la ¨personalidad¨ solo ajustando algún tornillo
bioquímico, según el caso, media vuelta a la derecha o a la izquierda, tal
como en un artilugio de relojería o en una simple bomba aspirante-impelente,
lo que liberaría un conjunto de finos y benéficos neurotransmisores que por
desgracia sólo realizarán ¨ajustes cosméticos¨ mientras la procesión sigue
por dentro y los deudos expulsan mocos incontenibles. Teoría no más válida
que aquellas teorías hipocráticas que resolvían el problema ajustando el
balance de los cuatro humores básicos: sangre, flema, bilis negra y bilis
amarilla. Pero es más, esas nuevas teorías son a juro aceptadas como
verdaderas y los libros y la propaganda millonaria de la industria que mueve
los cordajes del guiñol, han determinado que la personalidad y la salud
mental están determinadas ¨completamente¨ por esos niveles de
neurotransmisores enloquecidos que pueden ser ¨metidos en el corral¨ por
arte de novísimas píldoras... Así, su efectividad es consistentemente
exagerada presentándose anécdotas de ¨curaciones milagrosas¨ y sus efectos
colaterales o nocivos son simplemente minimizados. Robert Whitaker el
periodista estadounidense y escritor ya mencionado, que escribe
principalmente sobre la medicina, la ciencia y la historia, establece que
tanto los antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son
sólo ineficaces, sino perjudiciales; además, advierte de los peligros que
adquiere la escalada de consumo de psicofármacos en la que se ve inmersa la
mayor parte de los pacientes; una espiral de consumo de la que es
extremadamente difícil volver a salir y trae a colación las declaraciones de
Steve Hyman, exdirector del National Institute of Mental Health (NIMH) de
EE.UU. y hasta hace poco rector de la Universidad de Harvard, quien
reconoció que el consumo de fármacos psicoactivos prolongado en el tiempo,
produce "alteraciones sustanciales y de larga duración en la función
neuronal". Pero además, para Whitaker el problema no termina aquí, ya que
una vez que el paciente comienza a presentar efectos secundarios derivados
del consumo de psicofármacos, a menudo acude al médico en busca de un
tratamiento para aliviar estos nuevos síntomas, de tal manera que la mayoría
de los pacientes acaban consumiendo un coctel de psicofármacos para un
coctel de diagnósticos. Este consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una
atrofia cerebral, tal y como ha quedado de manifiesto en los estudios
realizados por Nancy Andreasen, una prestigiosa neurocientífica y psiquiatra
que ha sido galardonada por su línea de investigación en el análisis del
funcionamiento neuronal de personas con trastornos mentales a través de
técnicas de neuroimagen. Según uno de los hallazgos del equipo de Andreasen,
el consumo de psicofármacos está asociado atrofia o "encogimiento" del
cerebro y este efecto está directamente relacionado con la dosis y la
duración del tratamiento farmacológico. En declaraciones al New York Times,
Andreasen señaló que "el consumo de psicofármacos impide que la corteza
prefrontal reciba la entrada de lo que necesita y empieza a experimentar
apagones. Lo que se traduce en síntomas psicóticos. Esto también hace que la
corteza prefrontal se atrofie lentamente". Pienso que tenemos que dejar de
creer que los psicofármacos son el mejor y único tratamiento para la
enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Tanto la psicoterapia como
el ejercicio físico han demostrado ser tan eficaces para la depresión como
los psicofármacos y sus efectos son más duraderos; sin embargo, por
desgracia, no existe una industria para impulsar estas alternativas; todo lo
contrario, aquello que proféticamente denunciaba Iván Ilich en su libro
«Némesis Médica» (1975) sobre la ¨medicalización de la vida¨ es un monstruo
de mil cabezas que apenas muestra sus numerosas fauces que expelen fuegos de
iatrogénesis o transmisión contagiosa de enfermedades por la profesión
médica (del griego iatrós, médico).
Ivan Ilich. ¨Némesis médica, expropiación de la salud¨ Barral, 1975
La historia de la medicina está llena de ejemplos de cuán sencillo puede
sobrevenir la confusión y el extravío cuando generalizaciones se realizan
sobre bases de informes anecdóticos o de teorías forjadas, y aún, cuando
entran en conflicto con intereses espurios como los puramente económicos.
Por ello, sigue siendo de gran importancia evaluar fríamente las evidencias
y argumentos -retirando la mano peluda de la industria, por supuesto- que
soportan las teorías químicas hoy día prevalentes en los ¨desórdenes¨ o las
¨condiciones¨ mentales supuestamente causados por errores solucionables con
drogas terapéuticas. Porque la evidencia señala, aun cuando la teoría pueda
ser inexacta o errónea, que las grandes compañías farmacéuticas y de seguros
ejercerán presión para que confiemos más y más en las drogas y menos y menos
en el contacto humano, en la interacción sanadora con el paciente y sus
angustias y temores, presente en nuestro armamentario terapéutico desde la
Antigua Grecia hasta que un negocio de ¡ochenta mil millones de dólares al
año!, siga forjando ¨condiciones mentales¨ donde siendo todos enfermos,
quepamos todos los seres humanos... Las compañías evitarán pagar por una
adecuada psicoterapia, pero de mil amores compensarán a los médicos con
aquello sólo absolutamente necesario para indicar tratamientos
farmacológicos mediante una revisión mensual que no se prolongue más allá de
los 10 o 15 minutos para ejecutar el ¨ajuste¨ de las dosis y ya... Total,
todo queda en casa y el pobre paciente, tan confiado él, quedará en manos de
la ¨ciencia¨, sus exageraciones, sus dislates, su perversidad, su frialdad
afectiva y su desmesurado interés por el vil metal...
https://www.youtube.com/watch?
Entonces, entre la negada culpa de la madre y el mito de la esperanza de la
bioquímica y sus neurotransmisores villanos y salvadores a la misma vez,
¿dónde se ubica el paciente...? Bien, estoy satisfecho, creo que no perdí mi
tiempo...
(*) Academia Nacional de Medicina. Boletin Virtual. Año 7. Número 78. Junio, 2015. Editorial [Archivo adjunto 1]