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Bibi Andersson y Victor Sjöström |
El 3 de marzo de 1957 apareció
en el número 9 de la revista Se, el artículo “Autorretrato de
Ingmar”, en el que se relata una anécdota ocurrida en el Festival de Cannes del
año previo. Una noche un artista ruso llegó a la habitación de hotel que
Bergman ocupaba y le pidió si estaría de acuerdo en posar para un retrato. “Me
acomodó de medio lado cerca de la ventana. A la derecha había un gran espejo de
cuerpo entero”. Al ver el resultado final, Bergman vio que el artista lo había
dibujado en dos versiones, una directa y la otra en el espejo. Pero su aspecto
difería en ambas imágenes: en una se veía joven, casi un muchacho, mientras en
la otra se veía a un hombre viejo, “un fantasma de expresión cansada”. La
reacción de Bergman fue producir una tercera imagen, con cabeza en forma de
huevo, nariz larga y orejas prominentes. Ahora habían tres retratos suyos: el
joven, el viejo y la figura que él mismo había dibujado. “De repente el viejo
en el espejo empezó a hablar; naturalmente fue toda una sorpresa, pero en un
festival cualquier cosa puede pasar. El viejo dijo: Admite que estabas halagado
cuando el artista quiso dibujarte. Adoras pensar en tí mismo, hablar sobre tí,
mirarte en el espejo. Eres un bastardo vanidoso”.
El joven replica que él en
realidad tenía sus momentos, pero que su deseo de complacer al público no debía
ser confundido con la vanidad. Después de una breve disputa entre ambos, la
figura que Bergman había dibujado trató de mediar en la situación. El problema
continuó hasta que los tres diferentes Bergman parecieron cambiar de sitios y
tomar la “máscara” del otro. Ya no era posible seguir la discusión, así que el
director rompió los dibujos y las voces se silenciaron. Bergman concluye que
“los autorretratos son algo en lo que uno nunca debe involucrarse, puesto que
es malo mentir aunque uno se proponga decir la verdad”. Juventud y vejez en un
mismo momento. La esencia de Fresas salvajes (Smultronstället)
empezaba a aflorar en su cabeza.
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Gunnar
Sjöberg y Victor Sjöström
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En la primavera,
inmediatamente después de dirigir una versión para la televisión –su primer
contacto con este nuevo medio- de Mr Sleeman is Coming, de Hjalmar
Bergman, que se emitió el 18 de abril, Bergman se puso a la tarea de escribir
el guion de Fresas salvajes. Lo hizo mientras estuvo hospitalizado
en el Hospital Universitario Karolinska de Estocolmo, “para reconocimiento
general y observación”, según escribe en su libro Imágenes. Esta
vez el proyecto no contó con dificultades, pues el éxito de El séptimo
sello convenció a Svensk Filmindustri de las bondades del director. Es
más, el propio productor Carl Anders Dymling sugirió el nombre de Victor
Sjöström, como protagonista de la película. Al parecer Bergman, quien admiraba
mucho al veterano director de 78 años, no había pensado en él.
El
personaje se llamaba Isak Borg y fue concebido un año antes, cuando el director
conducía entre Dalarna y Estocolmo e hizo una pausa en Uppsala y allí buscó la
casa que había sido de su abuela. Imaginaba que al abrir la puerta de la casa
se encontraría de nuevo en el pasado, en su infancia. “Eso me golpeó: el
suponer que yo pudiera hacer un filme acerca de alguien que va andando, algo
perfectamente realista, y de repente abriera una puerta y entrara en su
infancia. Y luego abriera otra puerta y saliera de nuevo a la realidad. Y de
nuevo diera vuelta a la esquina de la calle y entrara en otro período de su
vida, y todo estuviera vivo y funcionara como antes. Ese fue el punto de
partida real de Fresas salvajes”.
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En primer plano, Victor Sjöström
Tiempo después, en Imágenes,
Bergman revisaría la historia de la génesis de la película: “En Bergman
on Bergman cuento con bastante detalle un viaje matinal en coche a
Uppsala. Cómo tuve el impulso de visitar la casa de mi abuela en
Trädgårdsgatan. Cómo estuve en la puerta de la cocina y en un momento mágico
experimenté la posibilidad de hundirme en mi infancia. Esto es una mentirilla
bastante inocente. La circunstancia real es que vivo continuamente en mi
infancia, deambulo por los oscuros cuartos, paseo por las silenciosas calles de
Uppsala, estoy delante de la casa de verano escuchando el inmenso abedul. Me
desplazo en cuestión de segundos. En realidad vivo continuamente en mi sueño y
hago visitas a la realidad”.
Victor Sjöström y Bibi Andersson
El guion terminado tiene fecha
del 31 de mayo. Se trata de un trabajo sin duda autobiográfico, que describe
las relaciones de Bergman con sus padres y por extensión, todas sus relaciones
afectivas. El director es explícito al respecto:
“Tras una reflexión más
profunda y adentrarme en el oscuro espacio de Fresas salvajes encuentro, dentro
de la solidaridad laboral y el esfuerzo colectivo, un caos negativo de
relaciones humanas. La separación de mi tercera esposa aún me dolía
violentamente. Fue una experiencia extraña, amar a una persona con la que uno no
podía vivir. La placentera y creativa convivencia con Bibi Andersson había
empezado a romperse, no recuerdo la razón. Sostenía una amarga lucha con mis
padres. Ni quería ni podía hablar con mi padre. Mi madre y yo buscábamos una y
otra vez una reconciliación temporal, pero había demasiados cadáveres en los
armarios, demasiados malentendidos infectados. Nos esforzábamos, ya que
verdaderamente queríamos hacer las paces, pero fracasábamos continuamente.
Imagino que uno de los impulsos más fuertes que yacen bajo la realización de
Fresas salvajes estaba justamente ahí. Me retrataba a mí mismo en la figura de
mi padre y buscaba explicaciones a las amargas peleas con mi madre. Creía
comprender que era un niño no querido, desarrollado en una matriz fría y nacido
durante una crisis –física y psíquica. Más tarde el diario de mi madre ha
confirmado mi idea: mi madre se sentía violentamente ambivalente ante su
miserable hijo moribundo.
En algún encuentro con medios
de comunicación he explicado que no llegué a comprender el significado del
nombre del protagonista, Isak Borg, hasta más tarde. Como la mayoría de las
afirmaciones a medios de comunicación, es una especie de mentira que encaja
bien en la serie de fintas más o menos hábiles que constituyen una entrevista.
Isak Borg=I.B.= Is («hielo») y Borg («castillo») . Era sencillo y facilón.
Modelé una figura que exteriormente se parecía a mi padre, pero que era
enteramente yo. Yo, a los treinta y siete años, aislado de relaciones humanas,
relaciones que yo había cortado, autoafirmativo, introvertido, no sólo bastante
fracasado sino fracasado de verdad. Aunque exitoso. Y capaz. Y ordenado. Y
disciplinado.
Buscaba a mi padre y a mi
madre, pero no podía encontrarlos. Por consiguiente, la escena final de Fresas
salvajes lleva una fuerte carga de añoranza y anhelo: Sara coge a Isak Borg de
la mano y lo lleva a un claro de bosque iluminado por el sol. Desde allí puede
ver a sus padres, que están en la orilla del estrecho. Le hacen señas con la
mano.
A través de la historia fluye
un solo tema, mil veces variado: carencias, pobreza, vacío, la falta de perdón.
No sé ahora, y no sabía entonces, cómo suplicaba a mis padres a través de
Fresas salvajes: «Miradme, entendedme y –si es posible- perdonadme»”.
Bibi Andersson y Sigfrid Borg
Amen a lo ya mencionado, las
influencias de Henrik Ibsen y de August Strindberg en la película son
inmediatamente reconocibles. La introducción que este último hace a A
Dream Play parece el epígrafe de Fresas salvajes: “El
tiempo y el espacio no existen. Sobre una base insignificante de eventos de la
vida real, la imaginación gira y teje nuevos patrones; una mezcla de recuerdos,
experiencias, invenciones puras, absurdos e improvisaciones”. Pero también es
posible ver aportes de Pär Lagerkvist, del novelista sueco Jonas Love Almqvist
y obviamente del propio Sjöström, no sólo a través del influjo de El
carro de la muerte sino a través de su propia participación en Fresas
salvajes. “Victor Sjöström me había arrebatado mi texto y lo había
convertido en algo de su propiedad, había aportado sus experiencias: su propio
sufrimiento, misantropía, marginación, brutalidad, tristeza, miedo, aspereza,
aburrimiento. Había ocupado mi alma en la forma de mi padre e hizo de todo su
propiedad -¡no me quedó ni una miga!- Lo hizo con la autoridad y la pasión de
la gran personalidad. Yo no tenía nada que añadir, ni un comentario racional o
irracional. ¡Fresas salvajes ya no era mi película, era la película
de Victor Sjöström!”, relataba.
Folke Sundquist, Björn Bjelfvenstam y Bibi Andersson con Victor Sjöström
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Que muchos de los actores de
la película provinieran del Teatro Municipal de Malmö ayudó a facilitar el
proceso de conformación del reparto, de ahí que el rodaje pudiera iniciarse el
2 de julio. La mayoría de la filmación se hizo en los estudios Filmstaden en
Råsunda, mientras algunas escenas se rodaron en exteriores en Lund y en
Estocolmo. La salud de Sjöström era motivo de preocupación. Carl Anders Dymling
había convencido a Sjöström de participar como actor describiéndole su trabajo
con las siguientes palabras: “Todo lo que tienes que hacer es recostarte en un
árbol, comer fresas silvestres y pensar en tu pasado”. Sin embargo las cosas
fueron más arduas. Recuerda Bergman: “El primer día en que trabajamos juntos
Victor estaba de un temperamento vil. Me dijo: ‘No quiero hacer esto, no creo
que tengas la razón’. Discutimos. Yo quería que hiciera cosas que él no quería
hacer o, para ser más exactos, yo no quería que él hiciera ciertas cosas que él
quería”. A esto se sumó el inconveniente de que olvidara sus líneas. Un pacto
entre todos ayudó a mejorar la situación, logrando que Sjöström pudiera estar
en su casa cada día a las 5:15 pm para su whisky habitual.
Per Sjöstrand y Bibi Andersson
El trabajar con Bibi Andersson
fue un placer para el joven veterano, quien hizo honor a su afamada galantería.
“Era un narrador magnífico, divertido y seductor –sobre todo si había una dama
joven y guapa presente. Estábamos sentados al pie de la fuente de la historia
del cine, tanto del sueco como del norteamericano. Es una mala suerte que no se
usasen magnetófonos en aquel entonces”. El director, como se ve, estaba
maravillado con el viejo maestro y con las posibilidades de su rostro. “Nunca
dejo –curiosamente, desvergonzadamente- de estudiar su poderoso rostro. Algunas
veces es como un sordo grito de dolor, algunas veces está distorsionado por una
crueldad desconfiada y una quejumbrosidad senil, algunas veces se disuelve en
la autocompasión y en llantos sorpresivamente sentimentales”.
El rodaje concluyó el 27 de
agosto. Bergman dejó el montaje del filme en manos de Oscar Rosander. “Volví
inmediatamente a Malmö para poner en escena El misántropo”. La
versión del texto de Molière, protagonizada por Max von Sydow, Gertrud Fridh y
Bibi Andersson, abriría el 6 de diciembre. Fresas salvajes se
estrenaría simultáneamente en siete ciudades suecas el 26 de diciembre de 1957.
Meses después del estreno, Bergman se hallaba en Dalarna y se encontró con un
amigo de la infancia, quien le contó que cuando estaba viendo Fresas
salvajes, “Empezó a pensar en la tía Berta, quien estaba sola en Borlänge.
No la podía sacar de mis pensamientos y cuando mi esposa y yo volvimos a casa,
le dije que invitáramos a la tía a la pascua”. Eso, dijo Bergman “es la mejor
crítica que he recibido”.
Fresas salvajes es un relato en primera persona. El anciano
profesor Isak Borg lo ha tenido todo profesionalmente y ahora va a recibir un
título universitario honorífico de gran valía. Al narrar los hechos lo hace en
pasado: está evocando lo que le acaba de ocurrir y no contándonos
simultáneamente lo que le está pasando. Lo que vemos, entonces, es un recuerdo.
Uno más entre los muchos recuerdos que componen este filme, en el que un hombre
en el ocaso de su vida hace un viaje físico y uno mental. El primero es en auto
a lo largo de la geografía de su patria, el segundo es entre los recovecos de
su memoria, de sus sueños y de sus pesadillas. El primero impulsa al segundo,
pues en el camino entre Estocolmo y Lund va a pasar por sitios que fueron los
de su infancia e incluso va a visitar a su madre. Todo se conjuga para que Isak
Borg -en una licencia cinematográfica que funde espacio y tiempo- vuelva al
pasado y sea testigo de hechos que definieron lo que él es hoy: un hombre
solitario, egoísta, cómodo en su aislamiento afectivo, incapaz de un gesto de
amor hacia su hijo y su nuera.
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Ingrid Thulin y Victor
Sjöström |
Una noche, la víspera del
viaje, Isak Borg sueña con la muerte, con su propia muerte, y de repente se
vuelve consciente de ella, y se reconoce frágil y atemorizado. Ella es su única
certeza. Pero, a diferencia del caballero Antonius Block de El séptimo
sello, aquí el viejo científico no piensa en Dios como bálsamo a sus
temores. Tiene demasiada ciencia y mucho escepticismo encima como para pensar
en una trascendencia divina a la que pueda aferrarse. Pero para Bergman el
asunto es importante y por eso le pone cuatro compañeros de viaje: su nuera
Marianne (Ingrid Thulin, perfecta en su glacial belleza) y tres jóvenes que
hacen autostop: Sara (Bibi Andersson), Viktor y Anders. Uno de los muchachos
quiere ser médico y el otro clérigo. La chica ama a ambos, pero sabe que el
médico tiene un mejor futuro, pues como bien dice ella “¿Pero cómo puede uno
creer en Dios?”. Sara es el aguijón que constantemente está oponiendo
conocimiento y fe, como si quisiera tentarlo, pero Isak Borg nunca toma
partido. Él está demasiado embriagado por los sueños y visiones, demasiado
conmovido por esa oportunidad de volver a mirar su juventud, atestiguar de
primera mano los errores que cometió, las heridas que causó, el dolor que le
fue infligido en esa vida malgastada entre libros y sabiduría.
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El sueño del Dr. Borg |
Todo el viaje es una
confrontación con sus convicciones, que se van derrumbando una a una. Y lentamente
va entendiendo que la vida es incomprensible sin el otro, sin los seres amados,
sin el contacto físico y emocional. No es posible cambiar ya el pasado, pero
todavía es posible vivir un futuro mejor, así sea breve. Es una redención sin
mediación espiritual, laica, completamente humana y dependiente de nuestros
propios actos. Bergman recurrirá de nuevo a ella muchos años después en Gritos
y susurros (Viskningar och rop, 1972), pero aquí es una toma de
conciencia de una frescura casi inaudita. El adusto profesor se renueva en un
cambio que es creíble, lógico y lleno de esperanza, similar a lo que le ocurre
a Marianne quien también se llena de fuerza y decisión para proseguir con un
embarazo que su esposo no ha asimilado.
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El rodaje de Fresas salvajes:
Bergman, Andersson, Sjöström y el director de fotografía Gunnar Fischer
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Bergman se ve en ese personaje
de Isak Borg, es él quién provenía de unos padres que -desde su óptica- no lo
amaban y que lo estaban convirtiendo en un ser seco, frío y calculador. Llamado
de advertencia cuando aún no llegaba a los cuarenta años de vida, quería a toda
costa evitar ser como el anciano profesor y tener la oportunidad de reverdecer
entre los seres que amaba. Al final el director reconoce el propósito real de
esta empresa cuando afirma que “El impulso que mueve a Fresas salvajes es
un intento desesperado de justificación dirigido hacia unos padres indiferentes
y míticamente exagerados, un intento condenado al fracaso. Mis padres se
convirtieron en personas de proporciones normales muchos años después, mi odio
infantilmente amargado se diluyó y desapareció. El afecto y la comprensión
mutua nos unieron”. Para Bergman el final fue feliz; para Isak Borg, también.
Escrito por el director en el diario de rodaje de la película: “Hemos filmado las
escenas suplementarias finales de Fresas salvajes –los
primeros planos finales de Isak Borg a medida que logra alcanzar la claridad y
la reconciliación. Su rostro brillaba con luz secreta como si reflejara otra
realidad. Sus facciones repentinamente se volvieron suaves, casi decadentes. Su
mirada era abierta, sonriente, delicada. Fue como un milagro. Entonces la calma
total –paz y claridad del alma. Nunca antes o después he experimentado un
rostro tan noble y liberado”.
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Dos maestros: Victor Sjöström e Ingmar Bergman durante una pausa del rodaje
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Como colofón, un jurado
presidido por Frank Capra le otorgó a la película el Oso de Oro en el Festival
de Berlín, que culminó el 8 de julio de 1958. Apartes de un telegrama de
Jean-Luc Godard, que cubre el evento para Cahiers du Cinéma:
“multipliquen a Heidegger por Giraudoux y obtendrán a Bergman”. Con éxitos
terminaba para Ingmar Bergman un año fundamental de su vida, un momento
creativo absolutamente memorable de su carrera y -si se quiere- del cine, que
es lo mismo.
Adaptado del artículo “Un año en la vida de un
genio: Ingmar Bergman en 1957”, publicado en la Revista Universidad de
Antioquia no. 290 (Medellín, octubre-diciembre /07) págs. 134-144
©Editorial Universidad de Antioquia, 2007