«Ya había pasado
el año y el día, y las fiestas habían terminado en su solemnidad, cuando la
majestad del señor rey mandó rogar a todos los estados que se quisieran esperar
algunos días, porque su majestad quería hacer publicar una fraternidad, la cual
nuevamente había instituido, de veintiséis caballeros, sin que ninguno fuese
reprochable, y todos con muy buen agrado estuvieron contentos de esperar. Y la
causa y principio de esta fraternidad, señor, ha sido ésta en toda verdad,
según yo y estos caballeros que aquí están, hemos oído contar por la boca del
mismo rey.
» En
un día de solaz, en el que se hicieron muchas danzas, y el rey habiendo danzado
quedóse para descansar a un extremo de la sala, y la reina quedó en el otro
extremo con sus doncellas, y los caballeros danzaban con las damas, y quiso la
suerte que una doncella bailando con un caballero, llegó hasta aquella parte
donde el rey estaba, y al rodar que la doncella hizo, cayóle la liga de la
media, y al parecer de todos, debía ser de la pierna izquierda, y era de
orillo. Los caballeros que estaban cerca del rey, vieron la liga que había
caído en el suelo. Esta doncella se llamaba Madresilva, y no penséis, señor,
que fuera más bella que otra, ni que nada de lo que enseñaba fuese gentil: muestra cierta ostentación, es un
tanto desenvuelta en el baile y en el hablar, y canta razonablemente, pero,
señor, pueden encontrarse trescientas más bellas y más agraciadas que ésta;
pero el apetito y la voluntad de los hombres van repartidos de muchas maneras.
Un caballero de los que estaban cerca del rey, le dijo:
» Madresilva, habéis perdido las
armas de vuestra pierna. Paréceme que habéis tenido mal paje, que no os la supo
atar.
» Ella, un tanto vergonzosa, dejó de danzar y
volvió para recogerla, pero otro caballero fue más rápido que ella y cogióla.
El rey que vio la liga en poder del caballero, prestamente lo llamó y díjole
que se la atara, en la pierna sobre la media, en la parte izquierda, debajo de
la rodilla.
» Esta liga ha llevado el rey más de
cuatro meses y nunca la reina le dijo nada, y cuanto más el rey se vestía, con
más voluntad la llevaba a la vista de todo el mundo. Y no hubo nadie en todo
aquel tiempo que tuviera el atrevimiento de decírselo, sino un criado del rey que
era muy favorecido y que vio que la cosa duraba demasiado. Un día que estaba
solo con él, le dijo:
» Señor, ¡si vuestra majestad supiera lo
que yo sé y la murmuración de todos los extranjeros, y de vuestro mismo reino,
y de la reina y de todas las damas de honor!
_¿Qué
puede ser?_ Dímelo en seguida.
» Señor, yo os lo diré; que
todos están admirados de una tan grande novedad como vuestra alteza ha querido
hacer de una mínima y menospreciada doncella y de baja condición, entre las
otras muy poco estimada, que vuestra alteza lleve su seña en vuestra persona, a
la vista de todo el mundo tan largo tiempo. Ni que fuera reina o emperatriz se
haría mayor mención de ella. ¡Y cómo señor! ¿No encontrará vuestra alteza en
este vuestro reino doncellas de mayor autoridad en linaje y en belleza, en
gracia y en saber y llenas de muchas más virtudes? Y las manos de los reyes que
son muy hurgadoras y llegan a donde quieren.
» Dijo el rey:
» ¡De modo que la
reina está descontenta de esto y los extranjeros y los de mi reino están de
ello admirados! ―dijo tales palabras en francés― Puni soit qui mal hi pense! Ahora yo prometo a Dios―dijo el rey―
que yo instituiré y haré sobre este hecho una orden de caballería, que tanto
como el mundo durará, será en recuerdo de esta fraternidad y orden que yo haré¹.
»Y en aquel momento se hizo desatar el orillo, que no lo quiso llevar
más aunque sentía mucha melancolía, pero no hizo demostración alguna.
»Después, señor, terminadas las fiestas como
he dicho vuestra señoría, dio la siguiente ordenanza:
»Primeramente, que fuese construida una
capilla bajo la advocación del bienaventurado señor San Jorge, dentro de un
castillo que se llama Ondisor, con una gentil villa que hay, cuya capilla fuese
hecha a manera de coro de iglesia de monasterio de frailes, y a la entrada de
la capilla, a mano derecha, fuesen hechas dos sillas, y a la parte izquierda
otras dos, y de allí hacia abajo, en cada parte fuesen hechas once sillas y
hasta que fuesen en número de veintiséis sillas, y en cada una, que se sentara un
caballero, y sobre la cabecera de la silla tuviese cada caballero una espada
muy bien dorada, y la cubierta de la vaina fuese de brocados o de carmesí,
bordada de perlas y de argentería, esto como a cada uno mejor parezca, la más
rica que cada uno pueda hacer. Y al lado de la espada que cada uno tenga un
yelmo hecho a la manera de aquellos que justan, y que lo puedan tener de acero
bien fabricado o de madera bien dorado, y sobre el yelmo esté el timbre de la
divisa que quiera, y en las espaldas de la silla, en una placa de oro o de
plata, sean pintadas las armas del caballero, y allí estén clavadas.
»Después, diré a vuestra señoría las
ceremonias que se han de celebrar en la capilla, y ahora diré los caballeros
que fueron elegidos. Primeramente, el rey eligió veinticinco caballeros y con
el rey fueron veintiséis; el rey fue el primero que juró guardar todas las
ordenanzas contenidas en los capítulos, y que no hubiese caballero que pidiera
esta orden que la pudiese haber. Tirante fue elegido el primero de todos los
caballeros, a causa de que fue el mejor de todos los caballeros; después fue
elegido el príncipe de Gales, el duque de Bétafort, el duque de Lencastre, el
duque de Átzetera, el marqués de Sófolc, el marqués de San Jorge, el marqués de
Belpuig, Juan de Vàroic, gran condestable, el conde de Nortabar, el conde de
Sálasberi, el conde de Estàfort, el conde de Vilamur, el conde de las
Marchas Negras, el conde de la Joyosa guardia, el señor de Escala Rota, el
señor de Puigvert, el señor de Terranova, Micer Juan Stuart, Micer Albert de
Riusec; éstos fueron los del reino. Los extranjeros fueron el duque de
Berri, el duque de Anjou, el conde de
Flandes, y fueron todos en número de
veintiséis caballeros.
»Señor, a cada caballero que querían elegir
para poner en la orden de la fraternidad, les hacían esta ceremonia: Cogían un
arzobispo u obispo y le daban los capítulos de la fraternidad cerrados y
sellados, y mandábanlos al caballero que querían elegir que fuese de su
hermandad, y mandábanle un ropaje todo bordado de ligas y forrada de martas
cebellinas, y un manto largo así como el ropaje hasta los pies, forrado de
armiños, que era de damasco azul, con un cordón todo de seda blanco para atar
arriba, y las alas del manto las podían lanzar sobre los hombros y se mostraba
el ropaje y el manto. El caperuz era bordado y forrado de armiños; la bordadura
era igual que la liga que estaba hecha de forma semejante, eso es, de una
correa con cabo y hebilla así como muchas mujeres galantes y de honor llevan en
las piernas para sostener las medias, y cuando han hebillado la liga, dan una
vuelta de la correa sobre la hebilla haciendo nudo, y el extremo de la correa
cuelga casi hasta media pierna, y en
medio de la liga están escritas aquellas mismas letras: Puni soit qui mal hi pensé. El ropaje, el manto y el caperuz, todo
está bordado de ligas, y cada caballero está obligado a llevarla todos los días
de su vida, así dentro de la ciudad o villa donde esté como fuera de ella, y en
armas o de cualquier modo que sea. Y si por olvido, o porque no la quisiera
llevar, cualquier rey de armas, heraldo o portavoz que le viese ir sin la liga,
tiene potestad absoluta para quitarle la cadena de oro del cuello, o lo que
lleve en la cabeza, o la espada, o lo que lleve, aun cuando sea delante del rey
o en la mayor plaza que sea. Y cada caballero está obligado por cada vez que no
la llevare, a dar dos escudos de oro al rey de armas o al heraldo o al
portavoz, y aquel está obligado de estos dos escudos dar uno a cualquier capilla
de San Jorge para cera, y el otro escudo es para él, porque ha puesto atención.
Y aquel obispo, o arzobispo u otro prelado, tiene que ir como embajador de la
fraternidad y no del rey, y lleva el caballero a una iglesia, cualquiera que
sea, y si la hay de San Jorge, allí van directamente, y el prelado le hace
poner la mano sobre el ara del altar y le dice las siguientes palabras.