Comentario a un libro de Michael Trimble
Carlos Rojas Malpica (*)
Entre
los muchos pasajes por donde circula el pensamiento del autor se nos antoja
entresacar algunos que obtiene de algunas
investigaciones muy recientes. Todo llega tarde a la conciencia: el cerebro
concluye su tarea medio segundo antes que la información sea procesada en la
conciencia, con lo cual debemos admitir que sólo vemos el pasado, aunque tan
cercano, que lo tomamos por presente. Sobre las neuronas espejo, descubiertas
por Rizzolatti en la década de los 70’, el autor afirma que constituyen un
sistema inconsciente que monitorea las intenciones del otro y además les
reconoce un papel fundamental en lo que ahora se conoce como Teoría de la
Mente. A pesar de la importancia que se le otorga al hemisferio izquierdo como
sede del lenguaje y el pensamiento proposicional, Trimble considera que en el hemisferio
derecho están todos los atributos que nos hacen humanos.
Carlos Rojas Malpica (*)
Trimble, Michael. Why humans like to cry? Tragedy,
Evolution, and the Brain. Oxford
University Press: Oxford, UK. 2012.
Michael
Trimble, Profesor Emérito de Neurología de la Conducta del Instituto de
Neurología (Queen Square) de la Universidad de Londres, de nuevo nos demuestra
su enorme erudición con este libro apasionante desde sus primeros párrafos. Ya
habíamos leído su The soul in the brain.
The cerebral basis of lenguaje, Art, and Belief publicado por la misma
editorial en 2007, donde pudimos disfrutar de una lectura darwiniana de la
actividad cerebral en situaciones tan polémicas como la vivencia religiosa, la
creación poética y la filosofía. Es por eso que habla de neuro-teología, neuro-estética
y neuro-filosofía con absoluta seriedad y propiedad científica, sin dejarse
seducir por esoterismos ni las cuevas inconscientes del pensamiento mágico. Lo
que se deduce muy claramente es que las neurociencias no podrán avanzar mucho
en el conocimiento y estudio de la actividad mental, si no dialogan con las
humanidades, pues desde su propio ombligo no tienen forma de asomarse al mundo del
pensamiento y las vivencias, tan propios de la condición humana. Ya lo han
hecho otros destacados investigadores, como Damasio, Edelman, Koch, y Jean
Pierre Changeux, quienes se han atrevido a interpelar las neurociencias desde
las humanidades. Al parecer, la neurología contemporánea se asemeja cada vez
más a la psiquiatría, que ya lleva un largo recorrido en esa dirección hacia y
dentro de lo complejo y transdiciplinario.
En
este texto, Trimble se asoma al misterio del llanto humano, de las lágrimas
conmovedoras que lo acompañan, y de lo específico y diferenciado con respecto
al llanto animal, su valor expresivo y comunicativo, así como el extraño fenómeno
del por qué nos gusta llorar. El trayecto y la metodología son rigurosamente
darwinianas y acordes con la concepción contemporánea del cerebro. La sorpresa
mayúscula es que parte nada menos que de Nietszche y su Nacimiento de la
Tragedia, quien se plantea los orígenes de este género en la música, y lo
relaciona con las tendencias dionisíacas que buscan la satisfacción del deseo,
enfrentadas al control socializador de lo apolíneo, asumido desde Sócrates en
el ámbito de la razón. La lucha entre ambas pulsiones es vivida y descrita por
Nietszche como el Pathos Trágico, un
estado peculiar del espíritu que no se deja caracterizar por la semántica
tradicional de los afectos. Las lágrimas que derrama el espectador no se
corresponden exactamente con las provocadas por el dolor físico o la rabia
convencional. Incluso Trimble advierte que de todas las artes, es la música,
seguida con alguna distancia por la poesía, y muy lejos por la pintura, la que
puede promover el llanto del espectador. Este pathos, que con Freud ubicaríamos más allá del principio del placer es objeto de riguroso estudio
neurofisiológico en el texto de Trimble.
Unos parisinos ven desfilar las tropas alemanas invasoras en junio de 1940 |
Para
Trimble hay una organización neuro-anatómica fundamental en la emoción trágica
que la distingue del miedo y de la rabia. El neurobiólogo Semir-Zeki estudió en
su texto Splendor and Miseries of the
Brain los correlatos neurales del amor romántico, observando que se
activan la ínsula, la corteza cingulada anterior, el hipocampo y los sistemas
de recompensa ubicados en el estriatum ventral subcortical, pero también hay
una disminución de la actividad en la
amígdala y la corteza prefrontal ventro-medial. Registros similares se observan
en el amor maternal. El mismo Semir-Zeki ha escrito también Toward a Brain-Based Theory of Beauty, y
allí propone que tanto la fealdad como la belleza activan el cortex
orbito-frontal, pero mientras la fealdad incrementa la actividad amigdalina, la
belleza no perturba esa actividad. El Pathos Trágico de Nietszche luce
estrechamente vinculado con los sentimientos movilizados por la música, que son
muy distintos de los provocados por la rabia y el miedo. Por el contrario, se activan
regiones neurofisiológicas muy parecidas a las que se producen con la
afectividad social, el amor y la contemplación estética de la belleza. Desde
una perspectiva fisiológica, el Pathos Trágico no es similar a la liberación
experimentada en la catarsis, estando más cerca de una sensación paradójica de
activación y calma.
Sólo
los humanos lloramos. La evolución de la empatía, activada por las neuronas
espejo, la Teoría de la Mente, el desarrollo de la memoria y nuestra habilidad
para prever el futuro, desde sus respectivas bases neuro-anatómicas, han promovido
conductas de marcada significación para el desarrollo del individuo y la
cultura. Aunque la compasión no es un atributo exclusivamente humano, su
hipertrofia en nuestra especie ha incrementado las posibilidades de una
interacción social de naturaleza más profunda y significativa. Las lágrimas
acompañan la Tragedia como género artístico y reflejan las lágrimas que cada
día derraman los humanos con el duelo y las pérdidas. Estos sentimientos se han
desarrollado en el contexto de una larga historia evolutiva, especialmente
vinculada con la progresiva aparición de
la auto-conciencia, las pequeñas comunidades, así como el crecimiento de la
capacidad de amar apareado a la experiencia desgarrada de las pérdidas.
Acompañando este proceso, está la música, con todas sus posibilidades de conmover
la sensibilidad humana, y junto a ella, de nuevo, las lágrimas y el llanto.
Ya
para concluir, algunas palabras que brotan de recientes vivencias personales. A
pesar del entusiasmo de Nietszche por las fuerzas dionisíacas, me complace
consignar el placer apolíneo que produce contemplar el debate por donde
transcurre la reflexión científica. Nada más edificante que ese diálogo entre
las humanidades y las neurociencias que nos propone Trimble. Muy lejos, por
cierto, de la convocatoria a chapotear en el fango, donde nos retan a cohabitar
algunas gorgonas lamentables de nuestro predio inmediato.