No estoy seguro de poder introducir este tema en el escapulario, aunque su nombre tenga una evocación religiosa, pero a veces recibimos emplazamientos por hablar en privado temas que luego no queremos hacer públicos y por otra parte, el artículo de Pagola (**) me alienta a presentar una postura, no tanto teológica pastoral, porque no tengo tal autoridad, sino a partir de su misma angustia por cambiar un mundo deforme.
Por
el perfil de los lectores, es necesario decir que queremos hablar del Dios de los
judíos, pero no entendido con el criterio ritualista al que estamos
acostumbrados, sino el de la historia, el que está revelado en todo el trayecto
de la Biblia.
No podemos ser fundamentalistas atendiendo los
relatos, porque nos encontraríamos que todos ellos están contenidos en las
tradiciones de los pueblos por donde transitaron los judíos en su historia
tormentosa. No se trata de Gilgames, o Deucalión o Zeus o Amón circuncidados,
tenemos que traerlos a nuestra vida presente para que tengan sentido y
propósito.
Queremos
hablar del Dios Creador, pero no del Ser parmenidiano ni del Demiurgo
platónico, queremos partir de la idea de que más que creación, en esa relación
hay “crianza” porque todo se realiza en medio de un gran amor incondicional,
materno. Hablamos de ese Dios amoroso y accesible del que nos quiere hablar
Francisco I.
Si prestamos atención a los relatos,
se trata de una historia de fracasos, de opresiones, de esclavitudes, de
sufrimientos y de muerte, de traiciones y castigos, a lo que se han opuesto
rituales y no relaciones, antes y después de Cristo; es un manifiesto contra la
religión y una proclamación de la vida.
Este
tiene que ser el punto de partida de nuestro discernimiento de la realidad de
Dios, lo que está revelado en su palabra es su mirada sobre el hombre y lo que
quiere superar.
Quienes
quieren establecer como producto del discernimiento, la santificación de sus
propios criterios que se enfrentan al pensamiento de los demás no hacen más que
una imposición opresora, esta ha sido una costumbre secular de las
Instituciones Religiosas, que atiende a las necesidades políticas de un
proyecto centralizador que en poco ayuda el tránsito de los hombres por el
mundo.
El
saber del mundo solo sirve para el mundo, no permite conocer a Dios. El conocer
del mundo es una perspectiva absorbente a la que hay que tamizar cuando se
trata de alinearnos con los propósitos de Dios. La ciencia del mundo les
facilita a los hombres el superar sus enfrentamientos con la naturaleza, pero
para nada sirve cuando se trata de lograr la conversión, en esta circunstancia
hay que ver al mundo desde la Cruz de Cristo, que nos habla de un proyecto
inalcanzable en esta forma de la historia, pero en el que podemos tener tantas
esperanzas que bien podemos entregar la vida.
Se
trata de dos planos distintos que no se contradicen en tanto que atienden a
realidades distintas y por el contrario se enriquecen mutuamente cuando la
mirada sobre los planos divergentes se ilumina y no se enturbia, cuando se
entiende que la forma que se interpone entre la luz y el hombre es
distinta, la ciencia se ocupa del
reflejo del universo creado, lo que concierne a la eternidad refleja la
“Voluntad del Padre”, amorosa y no opresiva.
Se
trata de dos actitudes, si la ciencia pretende ver a Dios desde el mundo, está
incapacitada para el acto, como diría Meister Eckhart: Dios es y no es lo que
decimos de Él, funciona como una metáfora que es y no es lo que de la realidad
se dice, se convierte en la percepción estética y variable de acuerdo al
contexto, que percibe la forma de una sombra y no la figura de una realidad. La
contradicción es la señal de certeza de lo que en nuestro saber es imagen, una
forma de conocer no reflexiva.
La
mirada del mundo desde Dios, es por el contrario, nítida y real, nos muestra
los valores permanentes y eternos y no los contingentes y mudables, se nos
muestra en la realidad que vivimos y no la realidad que demostramos. Dios no es
demostrable en los límites del espacio y del tiempo, sino que es la historia de
nuestras vidas vividas en el contexto de una comunidad.
Pero
no hay que confundirse cuando se habla de la renuncia al propio saber, este no
es impedimento cuando se trata del saber sobre el mundo, pero si es
insuficiente cuando se trata del saber sobre Dios porque se basa en una
metáfora que expresa la realidad de una sombra y la ciencia humana busca
realidades sensibles o razonables, variables o inevitables.
El
saber sobre Dios tiene que fundarse en los planos de la Cruz de Cristo, quien
nunca rechazó el valor del saber mundano, sino la pretensión de aplicarlo para
conocer al hombre con sus valores y sus aspiraciones en tanto crianza de Dios.
Con la ciencia mundana no se puede prescribir el bien o el mal desde la
perspectiva de su relación con Dios, la ley se aplica tan solo a los actos en
el mundo, en tanto afecta sus valores, no en cuanto a la construcción del Reino, cuyos valores
pueden coincidir y en efecto coinciden, pero no se atan.
Hay
que estar atentos para saber a lo que se renuncia cuando se aparta el saber
mundano para escuchar la voz del Espíritu, porque podemos estar renunciando a
contenidos esenciales ya que la construcción de la historia humana y la historia
del Reino son indispensables para la vida en Cristo, no se nos conceden
instrumentos solamente espirituales y trascendentes para la construcción de la
historia humana, ni siquiera los monjes de claustro lo pretendían, fueron
muchas las congregaciones que realizaron investigaciones sorprendentes sobre la
realidad del mundo, pero también de su relación con Dios, fueron por mucho
tiempo depositarios de la ciencia humana, no sus enemigos.
Se
trata de renunciar a las pretensiones del saber humano de querer llegar al
espíritu centrando el alma en la neurología o en la psiquiatría, construyendo desde
allí una naturaleza humana igual a la creada y trascendente que con frecuencia
se aparta de la realidad y genera tensiones rechazos y opresiones.
Estas
absolutizaciones son obstáculos para la acción y la orientación por el Espíritu,
el saber humano no fue el modo ni el propósito ni el ámbito de la vida de
Cristo, el nos enseñó a abandonar nuestro pensar sobre el sentido, a la forma en
la que Él vivió el servicio del Reino y a
la voluntad del Padre, el resto del saber quedó en manos de los hombres.
Debemos
rechazar la sacralización del discernimiento, este ha sido el mal de todos los
tiempos. La institucionalización del discernimiento puede convertirse en una
opresión ya que este es una forma de vida que expresa una relación del hombre
con Dios, no es un privilegio de la sapiencia humana sobre la interpretación de
Dios.
(*) Médico Anatomopatólogo. Magister Scientiarum en Filosofía. Estudioso de Teología
(**) Véase en este mismo blog: No podéis servir a Dios y al dinero, de Antonio Pagola en:
http://conescapularioajeno.blogspot.com/2012/09/una-reflexion-teologica-politicamente_26.html
(Nota del editor del blog)
(**) Véase en este mismo blog: No podéis servir a Dios y al dinero, de Antonio Pagola en:
http://conescapularioajeno.blogspot.com/2012/09/una-reflexion-teologica-politicamente_26.html
(Nota del editor del blog)
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