viernes, 6 de septiembre de 2013

HABLANDO DE DIOS.


                                                 NELSON HAMANA (*)


 

 

           
No estoy seguro de poder introducir este tema en el escapulario, aunque  su nombre tenga una evocación religiosa, pero a veces recibimos emplazamientos por hablar en privado temas que luego no queremos hacer públicos y por otra parte, el artículo de Pagola (**) me alienta a presentar una postura, no tanto teológica pastoral, porque no tengo tal autoridad, sino a partir de su misma angustia por cambiar un mundo deforme.

 

            Por el perfil de los lectores, es necesario decir que queremos hablar del Dios de los judíos, pero no entendido con el criterio ritualista al que estamos acostumbrados, sino el de la historia, el que está revelado en todo el trayecto de la Biblia.

 

             No podemos ser fundamentalistas atendiendo los relatos, porque nos encontraríamos que todos ellos están contenidos en las tradiciones de los pueblos por donde transitaron los judíos en su historia tormentosa. No se trata de Gilgames, o Deucalión o Zeus o Amón circuncidados, tenemos que traerlos a nuestra vida presente para que tengan sentido y propósito.

 

            Queremos hablar del Dios Creador, pero no del Ser parmenidiano ni del Demiurgo platónico, queremos partir de la idea de que más que creación, en esa relación hay “crianza” porque todo se realiza en medio de un gran amor incondicional, materno. Hablamos de ese Dios amoroso y accesible del que nos quiere hablar Francisco I.

 

         Si prestamos atención a los relatos, se trata de una historia de fracasos, de opresiones, de esclavitudes, de sufrimientos y de muerte, de traiciones y castigos, a lo que se han opuesto rituales y no relaciones, antes y después de Cristo; es un manifiesto contra la religión y una proclamación de la vida.

 

            Este tiene que ser el punto de partida de nuestro discernimiento de la realidad de Dios, lo que está revelado en su palabra es su mirada sobre el hombre y lo que quiere superar.

 

            Quienes quieren establecer como producto del discernimiento, la santificación de sus propios criterios que se enfrentan al pensamiento de los demás no hacen más que una imposición opresora, esta ha sido una costumbre secular de las Instituciones Religiosas, que atiende a las necesidades políticas de un proyecto centralizador que en poco ayuda el tránsito de los hombres por el mundo.

 

            El saber del mundo solo sirve para el mundo, no permite conocer a Dios. El conocer del mundo es una perspectiva absorbente a la que hay que tamizar cuando se trata de alinearnos con los propósitos de Dios. La ciencia del mundo les facilita a los hombres el superar sus enfrentamientos con la naturaleza, pero para nada sirve cuando se trata de lograr la conversión, en esta circunstancia hay que ver al mundo desde la Cruz de Cristo, que nos habla de un proyecto inalcanzable en esta forma de la historia, pero en el que podemos tener tantas esperanzas que bien podemos entregar la vida.

 

            Se trata de dos planos distintos que no se contradicen en tanto que atienden a realidades distintas y por el contrario se enriquecen mutuamente cuando la mirada sobre los planos divergentes se ilumina y no se enturbia, cuando se entiende que la forma que se interpone entre la luz y el hombre es distinta,  la ciencia se ocupa del reflejo del universo creado, lo que concierne a la eternidad refleja la “Voluntad del Padre”, amorosa y no opresiva.

 

            Se trata de dos actitudes, si la ciencia pretende ver a Dios desde el mundo, está incapacitada para el acto, como diría Meister Eckhart: Dios es y no es lo que decimos de Él, funciona como una metáfora que es y no es lo que de la realidad se dice, se convierte en la percepción estética y variable de acuerdo al contexto, que percibe la forma de una sombra y no la figura de una realidad. La contradicción es la señal de certeza de lo que en nuestro saber es imagen, una forma de conocer no reflexiva.

 

            La mirada del mundo desde Dios, es por el contrario, nítida y real, nos muestra los valores permanentes y eternos y no los contingentes y mudables, se nos muestra en la realidad que vivimos y no la realidad que demostramos. Dios no es demostrable en los límites del espacio y del tiempo, sino que es la historia de nuestras vidas vividas en el contexto de una comunidad.

 

            Pero no hay que confundirse cuando se habla de la renuncia al propio saber, este no es impedimento cuando se trata del saber sobre el mundo, pero si es insuficiente cuando se trata del saber sobre Dios porque se basa en una metáfora que expresa la realidad de una sombra y la ciencia humana busca realidades sensibles o razonables, variables o inevitables.

 

            El saber sobre Dios tiene que fundarse en los planos de la Cruz de Cristo, quien nunca rechazó el valor del saber mundano, sino la pretensión de aplicarlo para conocer al hombre con sus valores y sus aspiraciones en tanto crianza de Dios. Con la ciencia mundana no se puede prescribir el bien o el mal desde la perspectiva de su relación con Dios, la ley se aplica tan solo a los actos en el mundo, en tanto afecta sus valores, no en cuanto a  la construcción del Reino, cuyos valores pueden coincidir y en efecto coinciden, pero no se atan.

 

            Hay que estar atentos para saber a lo que se renuncia cuando se aparta el saber mundano para escuchar la voz del Espíritu, porque podemos estar renunciando a contenidos esenciales ya que la construcción de la historia humana y la historia del Reino son indispensables para la vida en Cristo, no se nos conceden instrumentos solamente espirituales y trascendentes para la construcción de la historia humana, ni siquiera los monjes de claustro lo pretendían, fueron muchas las congregaciones que realizaron investigaciones sorprendentes sobre la realidad del mundo, pero también de su relación con Dios, fueron por mucho tiempo depositarios de la ciencia humana, no sus enemigos.

 

            Se trata de renunciar a las pretensiones del saber humano de querer llegar al espíritu centrando el alma en la neurología o en la psiquiatría, construyendo desde allí una naturaleza humana igual a la creada y trascendente que con frecuencia se aparta de la realidad y genera tensiones  rechazos y opresiones.


 

            Estas absolutizaciones son obstáculos para la acción y la orientación por el Espíritu, el saber humano no fue el modo ni el propósito ni el ámbito de la vida de Cristo, el nos enseñó a abandonar nuestro pensar sobre el sentido, a la forma en la que Él vivió el servicio del  Reino y a la voluntad del Padre, el resto del saber quedó en manos de los hombres.

 

            Debemos rechazar la sacralización del discernimiento, este ha sido el mal de todos los tiempos. La institucionalización del discernimiento puede convertirse en una opresión ya que este es una forma de vida que expresa una relación del hombre con Dios, no es un privilegio de la sapiencia humana sobre la interpretación de Dios.
 
 
 
(*)      Médico Anatomopatólogo. Magister Scientiarum en Filosofía. Estudioso de Teología


(**)    Véase en este mismo blog: No podéis servir a Dios y al dinero, de Antonio Pagola en:
http://conescapularioajeno.blogspot.com/2012/09/una-reflexion-teologica-politicamente_26.html
(Nota del editor del blog)
      
 

 

 


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