NELSON HAMANA H. (*)
Se
trata de un título sugerente que hace esperar una filípica relacionada con los
mandamientos mosaicos, o con las prescripciones restrictivas de las confesiones
religiosas.
No se trata de reflexionar sobre las
limitaciones que se establecen con las adhesiones a cualquier asociación humana
sino a las consecuencias de llevar a los extremos la anulación del hombre como
persona.
Con el subtítulo glosamos de manera
irrespetuosa la relación que establece Hanna Arendt entre la banalización del
mal y la maldad extrema en su obra: “Eichmann
en Jerusalén”, tan bien dramatizada en una película reciente ya comentada
en nuestra página madre. La despersonalización de las víctimas del holocausto nazi,
y la aniquilación de su propia condición humana, permitió a Eichmann convertir
el genocidio en un simple acto burocrático realizado con eficiencia, un acto
banal como cualquier otro que se cumple para atender a una orden. La veneración
y la obediencia se hacen más importantes que la vida.
Antes de discutir la
despersonalización del sexo, quisiera introducir una pequeña reflexión sobre lo
que nos hace humanos, por supuesto desde la perspectiva de mi pensamiento
confesional cristiano, pero sin hacer referencia al cristianismo como oferta
moral o al presunto privilegio de la abstinencia o del celibato, temas que dejo
en manos de los que tienen autoridad para establecer doctrinas.
Muy
lejos de mi intención estigmatizar una forma privilegiada de la relación humana
como es el sexo, una relación biológica, que se pone en la base del placer, del
amor, de la reproducción y de la vida confiada del matrimonio.
Si pensamos en el hombre solo como
un ser biológico de relaciones mecánicas, la discusión no tiene sentido, ya que
la sexualidad puede ser pautada, previsible y limitada, por ende fácil de
convertir en instrumento, pero si lo entendemos como una presencia en la
realidad que tiene el privilegio de proyectar y controlar lo biológico,
poseedor de la capacidad de reflexionar sobre sí mismo y sobre su entorno, por
tanto capaz de darle sentido a los impulsos de su cuerpo, se convierte en una
presencia excepcional y por ello tiene en la naturaleza una responsabilidad
inconmensurable.
El hombre es por supuesto un ser
biológico, con todas sus limitaciones y consecuencias, pero esta condición no
lo individualiza para separarlo de todo lo demás, su biología lo hace
genéticamente parte de una especie, con la que comparte su genealogía y su
evolución. El hombre siempre existe en relación con algo, influye sobre todo su
entorno y esa influencia correspectiva hace que esa misma realidad en la que
participa, refluya sobre si mismo.
En tanto que es capaz de reflexionar
sobre sí mismo y compararse con lo otro existente, tiene eso que se llama
espíritu, soportado sobre la mente que tiene un fundamento igualmente biológico,
pero que logra sobreponerse a las limitaciones del cuerpo para generar una
realidad compleja.
El espíritu en el hombre es el que
le da sentido a sus actuaciones, es aquello que las independiza de lo biológico
para generar la forma de ser el hombre en la realidad que es la
correspectividad y por tanto la relación con todo lo que le rodea, lo que le
precede y lo que le sigue. En ese sentido su actividad es generadora de
realidad, es un acto de cooperación en el continuo de la creación. Visto de
esta manera, toda actuación humana acontece, valga decir se inserta en una
corriente de la que no puede individualizarse.
Partiendo de esta naturaleza
relacional respectiva del hombre, podemos ocuparnos ahora de ese componente
fundamental humano cual es la sexualidad, en tanto que por su naturaleza
biológica, sustenta el placer, el amor,
la reproducción, es decir, se inserta en la realidad humana como un
acontecimiento, como parte integrante que
lo va constituyendo como existencia particular en el mundo, por tanto
fundamental y no banal, imprescindible y no instrumentable.
Teniendo la sexualidad una evidente raigambre
biológica, tiene que ser adecuada a las estructuras, funciones y posibilidades
humanas, pero además tiene sentido, como cualquier otra actividad y ese sentido
está iniciado indudablemente por el placer, pero lo trasciende. En la medida en
la que es una acción humana, inevitablemente se proyecta al resto de su
naturaleza, y reducirlo a una relación transitoria y de una sola dimensión lo
banaliza.
Si
se le quitan sus otras dimensiones, se hace irrelevante su condición de
entrega, de confianza ilimitada, de un hacer del uno por el otro, de una acción
común, incondicionada y confiada y se sale entonces del ámbito del amor y se
convierte en un acto de egoísmo y dominación que anula su naturaleza de
relación.
El Siglo XXI que vimos nacer con
esperanza y emoción, ha exagerado la reducción del ser humano a su dimensión
biológica, atrapable por la ciencia y la tecnología, reducido tan solo a lo que
puede ser medido y por ello, queda encarcelado en su parte espiritual por las
sensaciones, que se presumen homogéneas y predecibles, mensurables, que se
pueden reducir a las reglas del mercado y pueden ser atrapadas en el mundo de
la “diversión”.
El sexo que se anuncia liberado
porque ya no tiene reglas morales y que se hace indiferente incluso a la
racionalidad biológica, se hace esclavo no de lo que se critica como moral, que
aun cuando no se regule por una fe religiosa, es el ámbito de las costumbres sometidas
a las modulaciones del tiempo y los acontecimientos, pero sí se somete a lo
circunstancial, se sujeta a la dimensión única de lo placentero, se convierte
en un acto individual, deja de acontecer, se convierte en un egoísmo
esclavizante.
El sexo sin propósito se hace banal,
indiferente, forzado por lo aleatorio, no es fundamento de algo permanente,
pierde su naturaleza virtuosa, deja de ser un acto inherente a la especie, ni
siquiera lleva el propósito instintivo de lo animal, destinado a la
permanencia.
Entiendo entonces que la sexualidad
es algo importante y profundo, constitutivo, que no se puede tomar a la ligera
como solo lo placentero y ocasional, no es un objeto de técnicas que pueden
suplir deficiencias biológicas o sentimentales, debe tener la espontaneidad de
todo lo que es parte fundamental de la forma de ser humanos, es lo que genera
una diferencia complementaria, es una forma raigal de cooperación y tiene que
ser respetada como un elemento fundamental de la correspectividad humana, es
una forma del amor, aunque este pueda tener diversidades que van más allá del
sexo.
Finalmente, el hecho de que las
costumbres sean antiguas y generalizadas, no les da existencia legítima en una sociedad
civilizada.
La relación sexual requiere de la
confianza en sí mismos que permita interiorizar su significado como relación
humana fundamental, no circunstancial, no solo cuando se asume, sino cuando se le
renuncia, en ambos casos tiene en la base el amor que es entrega y
reconocimiento, es algo más que un acto biológico, es una relación, y como
relación debe ser libre y generadora de libertad; no tiene que atarse ni
siquiera a la procreación, esta pertenece a otro ámbito de la relación humana, tiene
su dignidad propia y como tal debe ser estimado.
(*) Médico anatomopatólogo. Magister scientiarum en Filosofía.