viernes, 9 de junio de 2017

RETRATO DE JENNIE

Rodolfo Izaguirre (*)





Una niña llora sentada en un banco en el Central Park de Nueva York. Es Jennie Appleton, la hija de los acróbatas Appelton muertos durante la ejecución de un arriesgado número de circo. Llora y el taciturno pintor Eben Adams se acerca y trata de consolarla. Esta niña, en el lapso de pocos meses crecerá hasta hacerse mujer y un gran amor se establecerá entre ella y el pintor quien descubre que la joven murió hace mucho tiempo. 

El hecho es que Jennie desertó de su muerte para hacer posible el amor y para que el pintor sin imaginación descubriera finalmente la sensibilidad que no creía tener. Esta bella historia inspirada en la novela The portrait of Jennie, 1948, de Robert Nathan (1894-1985) fue llevada al cine por William Dieterle, con Joseph Cotten y Jennifer Jones en los roles principales, secundados por Ethel Barrymore, Cecil Kellaway y Lilian Gish: un elenco de primer orden.





Jennie Appelton crece y se hace mujer para que Eben encuentre su inspiración, pero mientras pinta su retrato descubre que la muchacha murió arrastrada por una ola inmensa que rebasó el faro de Cape Cod. El pintor se enfrenta al tiempo y acude al lugar en el mismo día y hora en que Jennie murió. El mar apacible se torna de pronto en furiosa marejada y la ola gigantesca vuelve a levantarse en el horizonte mientras se escucha la voz de Jennie llamando a Eben desde más allá del tiempo y de la muerte. El pintor no puede salvarla pero queda en sus manos la bufanda de Jennie como testimonio de que todo fue real. Esta victoria del amor sobre el tiempo y la muerte es tema de centenares de relatos, novelas y películas pero en El retrato de Jennie la dimensión de su proposición es atractiva porque se trata también de la búsqueda de la belleza y de la inspiración creadora que se aposentarán en el corazón del pintor que alcanzará fama con El retrato de Jennie, una de sus grandes obras pictóricas.

También ese retrato hizo posible que en los años cincuenta algunos de los escritores y poetas venezolanos, integrantes del grupo Sardio, en Caracas, convirtieran a Jennifer Jones, es decir, a Jennie Appleton en paradigma de una belleza intemporal ajena ciertamente a este mundo. Jennie llora sobre un banco en el Central Park de Nueva York protegida por Eurípides: “Quién sabe si morir no sea vivir y aquello que los mortales llaman vida no sea más que la muerte…” ; amparada en versos de Keats: “La belleza es verdad y la verdad es belleza que es todo el conocimiento sobre la Tierra y todo lo que es necesario conocer” y defendida, además, por la Nubes de Claude Debussy.

Son innumerables las nociones que se han formulado sobre la belleza: la platónica la asocia con el Bien; la aristotélica la considera fruto de la Razón; la romántica se identifica con la Verdad; la Estética la fundamenta en la perfección de la representación sensible y el marxismo la vincula a los procesos históricos y sociales. Para Kant la belleza es subjetividad; para Hegel, se define como la manifestación sensible de la idea y para otros, la belleza está determinada por las costumbres, la moral, el entorno social. Tampoco en el cine hay reglas para determinar lo que es o no es belleza. Sin embargo, para los jóvenes de Sardio, la belleza solo podía calificarse como “jenniana” y no aceptaban otro calificativo para definir las bases de una estética que se esforzaba en vencer y desterrar, en su momento, la prepotencia militar del fascismo perezjimenista. Hoy lo harían para oponerse al fascismo bolivariano con la misma intensidad con la que Eben Adams se buscaba a sí mismo en una niña a la que sorprende llorando en el Central Park de Nueva York.


(*) Reproducido de "El cine: Belleza de lo imposible"
Editorial Panapo, 1995

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