jueves, 12 de septiembre de 2013

¿POR QUÉ NOS GUSTA LLORAR?

Comentario a un libro de Michael Trimble

                                                     Carlos Rojas Malpica (*)
 
 
 
Trimble, Michael. Why humans like to cry? Tragedy, Evolution, and the Brain. Oxford University Press: Oxford, UK. 2012.


 

Michael Trimble, Profesor Emérito de Neurología de la Conducta del Instituto de Neurología (Queen Square) de la Universidad de Londres, de nuevo nos demuestra su enorme erudición con este libro apasionante desde sus primeros párrafos. Ya habíamos leído su The soul in the brain. The cerebral basis of lenguaje, Art, and Belief  publicado por la misma editorial en 2007, donde pudimos disfrutar de una lectura darwiniana de la actividad cerebral en situaciones tan polémicas como la vivencia religiosa, la creación poética y la filosofía. Es por eso que habla de neuro-teología, neuro-estética y neuro-filosofía con absoluta seriedad y propiedad científica, sin dejarse seducir por esoterismos ni las cuevas inconscientes del pensamiento mágico. Lo que se deduce muy claramente es que las neurociencias no podrán avanzar mucho en el conocimiento y estudio de la actividad mental, si no dialogan con las humanidades, pues desde su propio ombligo no tienen forma de asomarse al mundo del pensamiento y las vivencias, tan propios de la condición humana. Ya lo han hecho otros destacados investigadores, como Damasio, Edelman, Koch, y Jean Pierre Changeux, quienes se han atrevido a interpelar las neurociencias desde las humanidades. Al parecer, la neurología contemporánea se asemeja cada vez más a la psiquiatría, que ya lleva un largo recorrido en esa dirección hacia y dentro de lo complejo y transdiciplinario.


 



En este texto, Trimble se asoma al misterio del llanto humano, de las lágrimas conmovedoras que lo acompañan, y de lo específico y diferenciado con respecto al llanto animal, su valor expresivo y comunicativo, así como el extraño fenómeno del por qué nos gusta llorar. El trayecto y la metodología son rigurosamente darwinianas y acordes con la concepción contemporánea del cerebro. La sorpresa mayúscula es que parte nada menos que de Nietszche y su Nacimiento de la Tragedia, quien se plantea los orígenes de este género en la música, y lo relaciona con las tendencias dionisíacas que buscan la satisfacción del deseo, enfrentadas al control socializador de lo apolíneo, asumido desde Sócrates en el ámbito de la razón. La lucha entre ambas pulsiones es vivida y descrita por Nietszche como el Pathos Trágico, un estado peculiar del espíritu que no se deja caracterizar por la semántica tradicional de los afectos. Las lágrimas que derrama el espectador no se corresponden exactamente con las provocadas por el dolor físico o la rabia convencional. Incluso Trimble advierte que de todas las artes, es la música, seguida con alguna distancia por la poesía, y muy lejos por la pintura, la que puede promover el llanto del espectador. Este pathos, que con Freud ubicaríamos más allá del principio del placer es objeto de riguroso estudio neurofisiológico en el texto de Trimble. 
Unos parisinos ven desfilar las tropas alemanas invasoras en junio de 1940




 Entre los muchos pasajes por donde circula el pensamiento del autor se nos antoja entresacar algunos que obtiene de algunas investigaciones muy recientes. Todo llega tarde a la conciencia: el cerebro concluye su tarea medio segundo antes que la información sea procesada en la conciencia, con lo cual debemos admitir que sólo vemos el pasado, aunque tan cercano, que lo tomamos por presente. Sobre las neuronas espejo, descubiertas por Rizzolatti en la década de los 70’, el autor afirma que constituyen un sistema inconsciente que monitorea las intenciones del otro y además les reconoce un papel fundamental en lo que ahora se conoce como Teoría de la Mente. A pesar de la importancia que se le otorga al hemisferio izquierdo como sede del lenguaje y el pensamiento proposicional, Trimble considera que en el hemisferio derecho están todos los atributos que nos hacen humanos.

 

Para Trimble hay una organización neuro-anatómica fundamental en la emoción trágica que la distingue del miedo y de la rabia. El neurobiólogo Semir-Zeki estudió en su texto Splendor and Miseries of the Brain los correlatos neurales del amor romántico, observando que se activan la ínsula, la corteza cingulada anterior, el hipocampo y los sistemas de recompensa ubicados en el estriatum ventral subcortical, pero también hay una  disminución de la actividad en la amígdala y la corteza prefrontal ventro-medial. Registros similares se observan en el amor maternal. El mismo Semir-Zeki ha escrito también Toward a Brain-Based Theory of Beauty, y allí propone que tanto la fealdad como la belleza activan el cortex orbito-frontal, pero mientras la fealdad incrementa la actividad amigdalina, la belleza no perturba esa actividad. El Pathos Trágico de Nietszche luce estrechamente vinculado con los sentimientos movilizados por la música, que son muy distintos de los provocados por la rabia y el miedo. Por el contrario, se activan regiones neurofisiológicas muy parecidas a las que se producen con la afectividad social, el amor y la contemplación estética de la belleza. Desde una perspectiva fisiológica, el Pathos Trágico no es similar a la liberación experimentada en la catarsis, estando más cerca de una sensación paradójica de activación y calma.

 

Sólo los humanos lloramos. La evolución de la empatía, activada por las neuronas espejo, la Teoría de la Mente, el desarrollo de la memoria y nuestra habilidad para prever el futuro, desde sus respectivas bases neuro-anatómicas, han promovido conductas de marcada significación para el desarrollo del individuo y la cultura. Aunque la compasión no es un atributo exclusivamente humano, su hipertrofia en nuestra especie ha incrementado las posibilidades de una interacción social de naturaleza más profunda y significativa. Las lágrimas acompañan la Tragedia como género artístico y reflejan las lágrimas que cada día derraman los humanos con el duelo y las pérdidas. Estos sentimientos se han desarrollado en el contexto de una larga historia evolutiva, especialmente vinculada  con la progresiva aparición de la auto-conciencia, las pequeñas comunidades, así como el crecimiento de la capacidad de amar apareado a la experiencia desgarrada de las pérdidas. Acompañando este proceso, está la música, con todas sus posibilidades de conmover la sensibilidad humana, y junto a ella, de nuevo, las lágrimas y el llanto.

 


Ya para concluir, algunas palabras que brotan de recientes vivencias personales. A pesar del entusiasmo de Nietszche por las fuerzas dionisíacas, me complace consignar el placer apolíneo que produce contemplar el debate por donde transcurre la reflexión científica. Nada más edificante que ese diálogo entre las humanidades y las neurociencias que nos propone Trimble. Muy lejos, por cierto, de la convocatoria a chapotear en el fango, donde nos retan a cohabitar algunas gorgonas lamentables de nuestro predio inmediato.

 


 

(*) Doctor en Ciencias Médicas. Psiquiatra. Profesor Titular del Departamento de Salud Mental. Facultad de Ciencias de la Salud.. Universidad de Carabobo. Valencia, Venezuela.

2 comentarios:

  1. EMIRO MARCANO MAZA ESCRIBIÓ:

    Franklin, gracias por el envío de "¿Por qué nos gusta llorar?"
    Sumamente interesante; en esa vía busco respuestas a muchas inquietudes. Saludos.

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  2. CARLOS ROJAS MALPICA ESCRIBIÓ:

    Querido Pancho:
    Infinitamente agradecido por dar a conocer mi comentario sobre el libro de Michael Trimble. Has hecho una hermosa composición visual que hará mas grata la lectura.
    Un fuerte abrazo
    Carlucho

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