MARITZA CHAVIER ALMAO (*)
Las esperadas lluvias habían llegado, pero estas venían con todo, reclamando lo suyo, queriendo llenar la capa arenosa y nutrir los manantiales; nuestra querida aguada que nos auxiliaba en las sequías. Esas tierras alguna vez fueron lecho marino, lo testimoniaban los fósiles que a cada paso encontrábamos, sueltos o incrustados en la rocas.
Con las primeras gotas, el cielo se oscureció y se puso amenazante, rugía y lanzaba rayos a diestra y siniestra. Papá le tenía miedo a estas tormentas, cosa que contrastaba con su fornido cuerpo y su firme carácter, en momentos como ese, se sentaba en una silla de madera en un rincón de la sala asegurándose que sus pies estuvieran sobre el travesaño y nos indicaba que hiciéramos lo mismo. Se cubría con una chamarra de esas de lana a cuadros, solo se le veía su prominente nariz, mientras mamá siempre tranquila, se quedaba en el corredor amansando la tormenta. Desde mi silla trinchera podía ver la delgada figura de mamá que se perfilaba con el fulgor de los relámpagos, cual sacerdotisa; mientras lanzaba al patio la sal gruesa en forma de cruz, podía oír su clamor al cielo :“Aplaca señor tu ira y tu rigor, dulce Jesús de mi vida misericordia , misericordia señor”. El cielo le devolvía un rayo y un trueno que retumbaba, ella corría por el corredor a la cocina a quemar palma bendita, mientras la tormenta eléctrica seguía su curso.
Ella regresaba presurosa con sus puños apretados con la sal que lanzaba invocando a la protectora contra rayos y tormentas, exclamando“Santa Bárbara bendita!”. La tormenta se iba apaciguando, el trueno se iba recostando a la cumbre con su ruido sordo. Mi mamá había vencido, papá se ponía de pie y otra vez era el hombre fuerte que se iba a evaluar los daños y en su cara se dibujaba una sonrisa mientras pensaba que la represa ya tendría agua.
Esa fortaleza de mamá
había hecho que papá ante cualquier aflicción consultara con ella, y no solo él
sino los conocidos y hasta los niños cuando enfermaban pedían: “llamen a la
señora Rosita”.Así que ella era amansadora de muchas tormentas. Quizás por eso
me hice psiquiatría para ser como ella: amansadora de tormentas.
(*) Psiquiatra
Miembro titular de la S.V.P.
Don Miguel de Unamuno en sus "Recuerdos de niñez y mocedad" relata una experiencia parecida con la oración de su madre para "amansar" las tormentas en su natal Bilbao. Cuando la madre decía "¡Aplaca, señor, tu ira y tu rigor, dulce Jesús de mi vida!", Unamuno creía escuchar "Iturrigori" y pensaba que se trataba de algún vasco amigo de la familia. Felicitaciones.
ResponderEliminarFelicitaciones Maritza relato aleccionador un abrazo fuerte
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