MARITZA CHAVIER ALMAO (*)
"Ya se terminan las sabias explicaciones,
ya van a dar principio las vacaciones
bendito día, bendito día
que a nuestro pecho lleva dulce alegría"…
Rezaba el himno que entonábamos en la escuela de mi pueblo, en el mes de
julio. Cada día que pasaba nos hacía redoblar el vigor con que lo cantábamos, las
estrofas se escapaban por las ventanas y recorrían los caminos alertando al río
y sus matas de mamón, a los cardones y sus dulces frutos, a las cabras y sus
cabritos, a las abejas y su miel. Una bandada de loros voló con su algarabía
para celebrar que volveríamos a los campos con todo el tiempo para los juegos y
el retozo, a la plaza, a los corredores y los patios donde se nos permitiera
dar rienda suelta a tanto júbilo que salía de nuestras gargantas. Podría correr
tras las mariposas amarillas, las naranjas y las celestes, danzar con mi
hermana bajo un árbol de vera, mientras el viento lanzaba sobre nuestras
cabezas confites de hojas y flores. Sentir de cara a la tierra el olor de la
verdolaga, correr tras las perdices hasta oír el llamado de mamá: "¡MUCHACHOS,
A COMER!".
Más tarde, nos mandaban a reposar; entonces jugábamos metras tendidos en
el corredor, apuntando a los agujeros de los ladrillos. El largo corredor con sus
pretiles era el sitio más concurrido de la casa en El Bubal, orientado al
norte, frente a la cumbre de Torore; hacia él abrían las puertas de la sala, la
habitación de la abuela, la alcoba y la alcobita. De los aleros del corredor
colgaban matas de bella a las once y mala madre; en sus paredes lucían unos
cuadritos que adornaban con imágenes de paisajes de lugares desconocidos y
fríos, un espejo con la imagen de una hermosa mujer en la parte superior y
el viejo almanaque de los hermanos Rojas, ilustrado con un chivo, que había
originado la frase repetida en el pueblo: “Es más viejo que el chivito del
almanaque”.
El almanaque con su chivo parecía muy apropiado para adornar nuestra
casa; total, vivíamos en un hato de chivos; además, era el lugar de consulta
para papá y mamá sobre los nombres que deberían llevar sus hijos, las celebraciones
de fiestas, sobre todo las religiosas y, algo muy importante para papá, la
información sobre las fases de la luna. Él conocía el cielo tan bien como sus
caminos de arriero, y en las noches sin luna, bajo el bordado de estrellas, nos
daba lecciones de astronomía: "Allá las que brillan, la osa menor;
por allá vendrá el lucero del alba”. Una luz parpadeaba a lo lejos y papá
con cierta melancolía decía: "Llueve en los confines del mundo". Le
preocupaba la sequía tan prolongada para sus animales, para su siembra, pero
recuperaba rápidamente la alegría para hacernos cantar: "Mira la luna,
mira el lucero, mira tu papa comiendo suero”.
Al caer la noche: "¡A dormir niños! ", reclamaba mamá.
"¡Bendición papá, bendición mamá!".
(*) Psiquiatra
Miembro titular de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría.
Taller de escritura y narrativa
Gracias querido Franklin por traer a tu blog mi pequeño relato,me siento previligiada. Y que alegría ver esas imágenes de mi pueblo Baragua.
ResponderEliminarQué bueno que estés publicando, querida Maritza.
ResponderEliminarEnhorabuena y que la creatividad siga fluyendo.
Gracias. Quién es?
EliminarMaritza, Íqué belleza de relato! Hiciste que me asomara a mis recuerdos de infancia en Barquisimeto! Gracias, muchas gracias. Jorge Posadas
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