viernes, 15 de junio de 2012

TÍO

Llegó usted con un pájaro de papel resplandeciente muy crepé, muy hoja tierna, y el color rosa de las alas, se podía mover con un alambre, si uno lo agitaba, bajo la mata de añil. Es el primer regalo que recuerdo. Sobre todo porque era un día sin fiesta, muy miércoles, después de la escuela y a las tres de la tarde, con ese sol. Yo jugaba con tierra y un pedacito de metal. Algo así como los restos de la tijera y se le pegaban todas las basuritas herrumbrosas. Después supe que eso se llamaba imán. El pájaro que usted me trajo, mejoró enormemente el patio de la casa. Sólo había canarios y gonzalicos. Una pared de tierra seca con todas las arrugas de la eternidad. La indiscutible mata de limón. Y aquél pantano del vecino, donde caían todas las hojas y todos los malos olores de la pobreza y el desagüe. Usted siempre tenía un negocio entre manos. Todos los tíos del mundo implican una expectativa, un proyecto, un avance hasta el cielo, pertinazmente irrealizable. Pero había el coraje de decir, hablar, hacer fabulaciones, elevar el negocio hacia límites no probables, descargarse, tío, de tantas humillaciones de los jefes de comercio donde usted trabajaba, porque inventando, la poesía y el amor, lo lanzaban, como ya está lanzado, hacia el fondo del tiempo. Me habló alguna vez de sus viajes. Supe que había ido a Curazao para poder llegar al Orinoco. Después tuvo camiones y camionetas.  Alquilados, por supuesto. Cruzó caminos llameantes de la zona petrolera. Tenía amigos, inventaba bailes, fue jefe de las celebraciones de la fiesta patronal, me mandó a comprar velas esteáricas El Sol para que los danzantes se movieran con facilidad sobre los ladrillos... Tío... usted bebía brandy... ¡Y cómo le gustaban las mujeres! Tío, usted tiene la culpa. Prométales matrimonio a todas, pero no les diga cuándo, me enseñó. Un cierto juego. Pero detrás estaba el sufrimiento, el abandono, una manera de indisponer el alma que tienen los hombres llamados vivos y que no lo son. Se quedan solos. Poco a poco la aventura cobra sus deudas. Tío, sépalo, recuérdelo, lléveselo para el más allá: todos los tíos se fatigan por carreteras empolvadas, insomnes viajantes de comercio, corredores de seguros, maltrechos,  y sin embargo obligadamente relucientes para no dar mala impresión ante los jefes de empresas. Tío... usted venía con su maleta milagrosa, con bocadillos, pan de Tunja y manjares del Valle.  Olía a manzanas y era simplemente un agua de Colonia. Tío, este día todo el mundo habla del padre. Yo quería decirle que siempre hay tíos que se van, tíos que se suponen, tíos que viajan. De vez en cuando envían postales o algunas fotografías en la baranda de un tren.  Detrás hay una torre extraña, una fuente, la casa donde viven las palomas, y a veces, el mar.  También hay un tío rico. Ese es usted.  Cargado de visiones en el cafetal, poblado de flores increíbles sobre el techo de la casa, gozoso de sus llantos y pleno de impaciencia para que sus protegidos fueran gente decente.  Gente que aprendiese a vigilar sus sueños y su orfandad.  Según veo, usted no tiene día.  Nadie lo celebra.  Pero sepa, en la distancia, que muchos sobrinos estamos agitando en su homenaje un pájaro de papel resplandeciente.  

                                             Adriano González León
  (Valera, 14 de noviembre de 1931-Caracas, 12 de enero de 2008)

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