Hay algunos libros cuya notoriedad les precede. Y podría decirse que es obligatorio para cualquier lector que se precie de serlo el acercarse a ellos. No por asumir como propio un canon que otros han señalado, sino precisamente por juzgar en primera persona si esos libros de fama mundial pueden formar parte de su canon personal.
Uno de esos títulos es sin duda Ulises, de James Joyce, un libro que se ha descrito como inmenso y que su autor escribió entre 1914 y 1921. En él se da cuenta del deambular cotidiano de Leopold Bloom y Stephen Dedalus a lo largo del día dieciséis de junio por la ciudad de Dublín, junto a otra muchedumbre de personajes con quienes su trayectoria se entrecruza. Estos personajes tienen rasgos autobiográficos del propio Joyce o se basan en algunos de los conocidos del autor durante sus años de juventud en la capital irlandesa.
Ulises no recoge ningún acontecimiento especialmente significativo, sino que se limita a narrar un día corriente de unos personajes normales. Su acierto es su capacidad para plasmar el ajetreo de una ciudad (tal como eran las ciudades a principios del siglo pasado) y, especialmente, su manera de describir hasta el último resquicio de sus protagonistas sin recurrir a los técnicas tradicionales que hasta el momento se usaban en la novela.
En ese sentido, sin duda Ulises es un novela rupturista, un derroche de estilo literario donde la forma pesa más que el fondo. Algo sin duda conveniente, dada la sencillez del argumento. El problema radica en que Joyce no se cuida de incluir al lector en el proceso y aunque la novela tiene capítulos y fragmentos verdaderamente brillantes —como el capítulo diez donde se sigue el itinerario de diferentes personajes moviéndose y cruzándose por la ciudad, o el capítulo final con el largo e intenso monólogo interior de Molly Bloom—, otras veces se arrastra de manera confusa e incluso tediosa.
Habitualmente se considera Ulises una novela de difícil lectura pero, una vez más, la cuestión es si el escritor pergeña una obra de carácter tan autorreferencial que es difícilmente penetrable para el lector. Lo lógico es considerar que la inmensa mayoría de lectores comprende lo que lee (por tanto qué significa “de difícil lectura”) y suponemos que es decisión del autor franquear o entorpecer la entrada al universo que crea. En este caso parece que la crítica ha establecido que al lector le resulta difícil penetrar en Ulises, no así su autor que concibió una obra sin duda exigente pero accesible. En ese sentido sobra en la presente edición la explicación de los sucesos de cada capítulo de la novela pues cualquier lector puede desentrañarlos por sí mismo; y faltan en cambio las notas correspondientes que indiquen la procedencia de las citas de óperas o de poemas que incluye la obra, o la traducción de las muchas frases en latín, cuya referencia ha perdido ya el lector contemporáneo.
Para finalizar, resulta innegable que Ulises es una obra rompedora, vanguardista y hasta compleja. Lo que resulta excesivo es afirmar que esta y no otra novela marcó un antes y un después en la literatura. Todas las vanguardias venían desde hace tiempo experimentando nuevas maneras de narrar, alejadas de la concepción tradicional de la novela. Ulises es fruto de todo ello —y sin duda germen de lo que vino después—, pero lo es de forma conjunta con otras muchas novelas excelentes que parecen quedar a la sombra de la fama de la que nos ocupa. Léanla y juzguen.
(Reproducido de: solodelibros suscripcion@solodelibros.es a través de google.com. No aparece el nombre del autor)
Uno de esos títulos es sin duda Ulises, de James Joyce, un libro que se ha descrito como inmenso y que su autor escribió entre 1914 y 1921. En él se da cuenta del deambular cotidiano de Leopold Bloom y Stephen Dedalus a lo largo del día dieciséis de junio por la ciudad de Dublín, junto a otra muchedumbre de personajes con quienes su trayectoria se entrecruza. Estos personajes tienen rasgos autobiográficos del propio Joyce o se basan en algunos de los conocidos del autor durante sus años de juventud en la capital irlandesa.
Ulises no recoge ningún acontecimiento especialmente significativo, sino que se limita a narrar un día corriente de unos personajes normales. Su acierto es su capacidad para plasmar el ajetreo de una ciudad (tal como eran las ciudades a principios del siglo pasado) y, especialmente, su manera de describir hasta el último resquicio de sus protagonistas sin recurrir a los técnicas tradicionales que hasta el momento se usaban en la novela.
En ese sentido, sin duda Ulises es un novela rupturista, un derroche de estilo literario donde la forma pesa más que el fondo. Algo sin duda conveniente, dada la sencillez del argumento. El problema radica en que Joyce no se cuida de incluir al lector en el proceso y aunque la novela tiene capítulos y fragmentos verdaderamente brillantes —como el capítulo diez donde se sigue el itinerario de diferentes personajes moviéndose y cruzándose por la ciudad, o el capítulo final con el largo e intenso monólogo interior de Molly Bloom—, otras veces se arrastra de manera confusa e incluso tediosa.
Habitualmente se considera Ulises una novela de difícil lectura pero, una vez más, la cuestión es si el escritor pergeña una obra de carácter tan autorreferencial que es difícilmente penetrable para el lector. Lo lógico es considerar que la inmensa mayoría de lectores comprende lo que lee (por tanto qué significa “de difícil lectura”) y suponemos que es decisión del autor franquear o entorpecer la entrada al universo que crea. En este caso parece que la crítica ha establecido que al lector le resulta difícil penetrar en Ulises, no así su autor que concibió una obra sin duda exigente pero accesible. En ese sentido sobra en la presente edición la explicación de los sucesos de cada capítulo de la novela pues cualquier lector puede desentrañarlos por sí mismo; y faltan en cambio las notas correspondientes que indiquen la procedencia de las citas de óperas o de poemas que incluye la obra, o la traducción de las muchas frases en latín, cuya referencia ha perdido ya el lector contemporáneo.
Para finalizar, resulta innegable que Ulises es una obra rompedora, vanguardista y hasta compleja. Lo que resulta excesivo es afirmar que esta y no otra novela marcó un antes y un después en la literatura. Todas las vanguardias venían desde hace tiempo experimentando nuevas maneras de narrar, alejadas de la concepción tradicional de la novela. Ulises es fruto de todo ello —y sin duda germen de lo que vino después—, pero lo es de forma conjunta con otras muchas novelas excelentes que parecen quedar a la sombra de la fama de la que nos ocupa. Léanla y juzguen.
(Reproducido de: solodelibros suscripcion@solodelibros.es a través de google.com. No aparece el nombre del autor)
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