miércoles, 10 de octubre de 2012

LOS PRINCIPIOS PARA LA RECONCILIACION EN VENEZUELA.



 

Por Nelson Hamana H (*)

 

         La forma de nuestra vida diaria en Venezuela durante los últimos años, nos da la sensación de estar en una situación novedosa que se caracteriza por el enfrentamiento, el odio y la destrucción, pero si hacemos memoria, no es tal, esta exclusión y este conflicto pueden trazarse en nuestra historia mucho tiempo  atrás,  pero hay dos condiciones que nos hacen patente el horror y le proporcionan la impresión de novedad.

 

         La primera es que la situación se ha hecho explícita, lo cual es positivo para ver con claridad nuestro proceso social, pero sus protagonistas no siguen el camino para lograr la recomposición de la sociedad, sino que la convierten más en un proceso de poder que en un proceso político,  tratando las diferencias como una necesidad de venganza más que un imperativo de justicia, transformando la culpa secular y cultural en una responsabilidad individual localizada en los sectores menos manipulables de la sociedad, para justificar el uso sectario de la exclusión del contrario dentro de un pretendido proceso de reivindicación

 

         La segunda es que se está produciendo una reducción al absurdo por exageración al extremo de todos los defectos y pecados del pasado, nos está retratando de una manera grotesca, lo que da origen a que afecte de manera más importante a quienes ejercen de esa manera arbitraria y vindicante el poder, les provoca una desestabilización de su propia conciencia en relación a los cambios necesarios, lo que los hace fracasar porque el camino es tortuoso y extraviado, y como es costumbre en tales circunstancias, se convierte al gobierno en un instrumento de ventajas para la utilidad de los poderosos del momento, ocultando la perversión en la simulación de un mundo nuevo que choca reiteradamente con la realidad. Pero también aturde a quienes lo adversan, ya que solo ven en ellos un cambio de reglas, de costumbres de la estructura social, o el cambio de sistema político y no la realidad exagerada de nuestras culpas, retratadas en sus conductas exageradas.

 

          No son las nuevas prácticas, sino las formas petulantes y claramente personalistas para llevar adelante un proyecto conflictivo y marcado por la experiencia del fracaso, pero que no son distintos sino que están mal hechos y nos impiden ver que de sus propuestas podrían sacarse bienes, si se atendieran en una discusión humilde, para  las posibilidades de transformación de un proceso secularmente injusto, lo que haría necesario prescindir de las posturas dogmáticas y excluyentes de uno y otro lado, aminorando la voracidad con la que se persigue el poder.

 

         No se puede olvidar, que hasta hace poco, nos resultaba incómoda la democracia y nos quejábamos de ella por su ineficiencia social y por sus restricciones a la libertad del capital y en particular a la libertad de los medios de comunicación social, que ni antes ni ahora se ha tenido claro de quien es la opinión que hacen pública, y  no estamos seguros de que hubiesen sido libres, aun cuando fueran diversas.  Ni entonces ni ahora la libertad de opinar  puede estar dada por las líneas editoriales de un medio, las conveniencias económicas del capital o  por las necesidades políticas del gobierno, sino por la tolerancia de la diversidad, admitiendo no solo a los que de una manera cortés no coinciden con nuestro pensamiento, sino a los que enfrentan decidida y violentamente nuestras opiniones e intereses. Hay que aprender a ver, a escuchar para poder decidir con libertad. De nada nos va a servir para progresar y liberarnos, si solo sabemos reconocer al otro cuando es amigo y hermano.

 

         Pero no todo fue tan grotesco e injusto en el pasado, no podemos olvidar, que en la educación,  la salud y la vivienda, se observaron fuertes intentos, aún cuando no siempre estuvieran signados por el éxito, pero la reducción al absurdo ha llevado a sus extremos las deficiencias, aumentado los niveles y la masa de población excluida y lo que es peor, también se ha llevado al extremo,  lo criticable de tiempos pasados, cuando  la eficiencia de la educación se medía por pupitres llenos, a lo que ahora se agrega un nuevo problema,  una concepción distinta donde el Estado no solo se preocupa de la orientación y fin de la educación, sino también de los contenidos, para enfrentar la espontaneidad de la cultura. Antes se enseñaba mal pero no se impedía de manera expresa la libertad, ahora se educa para ser siervos, ni siquiera del Estado o de un sistema político, sino para un individuo.

 

         Lo mismo ocurre en salud y vivienda donde también actúan  los componentes autoritarios de un  liderazgo despótico para decidir donde y como se debe vivir y como se debe curar como un remedio para lo que el interés de lucro ha hecho inaccesible por tanto tiempo. Valga decir, que para los excluidos han fabricado nuevos nichos de exclusión y pretenden incorporar en los mismos a toda la población.

 

         La solución de estos problemas, requiere la conversión personal, donde los empresarios y los  profesionales sean capaces de controlar el nivel de lucro y  atiendan no a las expectativas de una planificación, probablemente realizable en gerencias donde la mitología popular no sea providencialista, pero también requiere de la conversión de los excluidos, quienes deben cambiar su intención de apropiación de lo que presumen negado, por la de una incorporación que les permita luchar y obtener una justa gratificación de su trabajo y de su creatividad respetando y haciendo respetar su dignidad. No se trata de  decirle a los grandes grupos cada vez más empobrecidos que son la génesis y la validación del poder, sino que es necesario entregarles el apoyo suficiente, para que puedan ser interlocutores válidos ante los demás grupos  sin la intermediación arbitraria del gobierno. Deben substituirse las utopías que pretenden manejar la historia por la utopía de la persona, que es trans - histórica y eterna. Las victimas deben asumir las responsabilidades de su propia exclusión y transformarse en elementos capaces de impulsar al país no solo en sus expresiones económicas, sino en todo el ámbito de la cultura y de la vida cotidiana, incluyendo el compartir eficientemente la fe religiosa, diversa pero siempre incluyente de lo humano.

         En Venezuela, afectada antes por el economicismo liberal y ahora por un pretendido análisis marxista que resulta en una mezcolanza indigesta, que vive en la imaginación de un solo hombre, nos convierte en un país devastado, ya que su inmensa riqueza de recursos requiere de un hombre convertido a la solidaridad para que no se haga un instrumento  de exclusión en manos del Estado o en manos del “pueblo” que no es lo mismo que los Ciudadanos.       

 

         No quiero, ni podría aceptar la llamada “Revolución del Siglo XXI” que además de producir un atraso en la mediana concepción de los derechos del ciudadano, que habíamos adquirido y que debieran expresar no solo a un sujeto de leyes y derechos, sino que constituyan un acto de construcción personal de la relación con el mundo. El ánima social, ha mostrado  la poca  disposición del venezolano en posesión del poder para lograr esa indispensable reconciliación, convirtiéndose en una fuente de conflictos nuevos que no incorporan a los ciudadanos, ni hacen justicia, por el contrario, agregan nuevas exclusiones y desarrollan odios, larvados en el pasado y expresos en nuestras violencias actuales. La distribución de recursos por sí sola, no transforma, por el contrario debilita y degenera, expande el natural consumista del mundo de la tecnología, creando formas nuevas de perversión y separación. Las necesidades reales son cubiertas por el manto espeso de quien aprovecha el ahora porque el futuro es incierto. No genera lealtades, por el contrario fomenta la relación interesada y fácilmente traidora.

 

         Ese proyecto concreto, que desea actuar de acuerdo a sueños individuales, ni reconcilia ni une, ni hace justicia, lo que logra es la creación de una nueva clase económica, lo que no es ni siquiera una aspiración original, lo mismo intentó Carlos Andrés Pérez partiendo de capitales ya existentes, pero adversarios de los tradicionales que habían nacido a la vera de Juan Vicente Gómez o del desarrollo post independentista. En todos esos casos, la voracidad de los favorecidos condujo al colapso,  incapaces de contribuir al desarrollo armónico de una nación. Esto también ocurrirá ineludiblemente, con la nueva clase de poder económico que se desarrolla a la vera del Presidente y aún más grave, porque lo hacen bajo la sombra de la justicia social y de la eliminación de los males que indiscutiblemente genera el liberalismo económico. Es la ironía de mentir usando una verdad.

 

                  Es cierto que puede construirse un mundo de unidad y reconciliación en torno a los derechos humanos,  pero tienen que ir más allá de reglas y convertirse en un sueño permanente, que nos conduzca a crecimientos de la relaciones de los hombres, que se vean perteneciendo al mundo y que no lo entiendan como un sitio a expoliar para lograr la realización individual, cueste lo que cueste a los demás, y esta es la desconcertante situación que se desarrolla en el trayecto de un presidente dadivoso con bienes ajenos. En  igual sentido puede ir la defensa de los recursos y el ambiente, tienen que hacerse parte del devenir humano, de lo contrario no hay forma de defenderlos cuando intervienen los intereses económicos, o los criterios políticos destemplados.

         Cualquier reconciliación tiene tres condiciones indispensables, el diálogo,  el reconocimiento del otro como distinto a mí, pero sin el cual no somos capaces de nuestra propia realización, y el fundamento en la verdad.

 

Hay que generar espacios de  reconciliación. Uno de ellos son las Iglesias, especialmente las cristianas, cuya base fundamental es la relación y no la sumisión, ya que ésta cuando se da en ellas no es más que el producto vil de unas necesidades políticas para lograr la supervivencia, el espacio debe darse en la trascendencia, nada puede lograrse desde un nicho personal, la comunidad con Dios que está contenida en toda la revelación, significa la relación con toda la creación que fue puesta en manos del hombre, no para controlarla sino para hacerla vivir y en particular la relación con los otros hombres, que son denominados hermanos, para significar el valor del amor al prójimo.

 

         El otro espacio son las universidades, donde florecen las perspectivas globales y los destinos de la humanidad, dándole trascendencia la la fuerza de la razón como un instrumento de servicio y no de dominación.

        

         El tercer espacio son las sociedades intermedias, tan vapuleadas, manipuladas y presionadas por los amos del poder, porque las saben decisivas en el desarrollo social. Son los sindicatos, las asociaciones gremiales y políticas y las organizaciones comunales, los sitios privilegiados donde los ciudadanos se encuentran para hacer vida en común. Negar la vocación comunitaria del venezolano es una insensatez porque es harto evidente la proliferación de asociaciones juntas y gremios que se han generado en el país durante los años de democracia civilista.

 

         Por vocación e inclinación personal, no incluyo a las fuerzas armadas, en tanto que su existencia se fundamenta en la necesidad de la violencia como vocación, lo que la restringe necesariamente a ser garantes de las concertaciones sociales, hasta que el desarrollo del hombre le incorpore de manera definitiva en su ser su donación y su entrega y entonces se haga innecesaria la fuerza. En el Reino de Dios no entrarán las armas, no es necesaria la espada para defender la fraternidad.

 

El progreso de los pueblos no es solo un problema económico sino también de justicia como lo recordó Paulo VI. La verdad y la justicia son los elementos esenciales que deben estar en el fondo de toda reconciliación, pero no pueden ser el producto de programas específicos, estos restaurarán el mundo material, que introduce inexorablemente la inclemencia de la competitividad, ídolo de nuestro tiempo, que no ha sido positivo si se escruta a la luz de lo que va más allá de lo material. La sana creatividad que debe substituirla, necesita de una transformación del hombre, pero no generando una nueva forma de la historia con medidas económicas que extiendan la exclusión y genere esperanzas infundadas de la sociedad, no se trata de sustituir unas exclusiones por otras, no se trata de venganzas. Esta alternativa lo que ha generado son grupos humanos irresponsables que no logran superar el sentido de lo transitorio en la historia, que son capaces de lanzar a los ciudadanos a la lucha fratricida o a la muerte del alma que es la resignación.

 

         Justicia no es  estar en guerra contra los que cometieron los pecados de opresión y de exclusión,  lo que se trata es de construir una sociedad donde queden satisfechas las exigencias legítimas de los ciudadanos más allá del bienestar, en sus convicciones éticas y sus necesidades espirituales de manera espontánea. Se trata de genuinas intenciones transformadoras y no del desarrollo de estrategias políticas que conduzcan a la indefensión de las fuerzas sociales. Los primeros que deben tener la intención de reconciliación, son los que tienen el ejercicio del poder, no se trata de otorgar facultades de censor a un sector, sino de lograr la recomposición hasta en los mismos grupos de poder e influencia. Algo que resume la actitud,  de acuerdo a mi interpretación, esperada de los Estados es la aseveración que se atribuye a uno de los hermanos Karamazow en la novela de Dostoievski: “El Ideal es que el Estado se convierta en Iglesia y no que la Iglesia se convierta en Estado”, Usando solo la frase, haciendo abstracción del significado en la novela, no se trata del ejercicio de la autoridad sino el espíritu de caridad y comunidad en un proyecto solidario de servicio. No se trata de otorgar con benevolencia, sino considerarlo como la retribución de aquello a lo que se tiene derecho. Esta aseveración no pretende el control de la organización terrenal propia de la Iglesia, porque sería volver a los viejos despotismos de la Europa llamada cristiana, donde los Cardenales y Papas se convertían en Príncipes, se trata de lograr que el poder político atienda a las necesidades del Reino, en los términos de Justicia, Verdad y Solidaridad.

 

         El horizonte que da sentido a una reconciliación es un proceso de reconversión ética orientada a la recuperación de los vínculos sociales, y cívicos dañados por las numerosas formas de violencia. Se trata de elaborar un sistema de instituciones y formas de vida donde se respeten las diferencias y se ampare el discernir de propósitos comunes.

 

         Esa no ha sido nunca la situación del país, siempre se ha hablado de los marginales entre nosotros y ahora se ha agregado otra cara a la moneda, no se ha resuelto lo de los pobres y se ha introducido la condena de la preparación intelectual y del esfuerzo de construcción del bienestar económico, individualizando responsabilidades históricas y culturales, convirtiendo a determinados grupos de la sociedad en responsables personales de la explotación y la violencia; no se ha limpiado una cara, sino que se ha ensuciado la otra.

 

         Si, es verdad que se requiere una Refundación de la República, pero bajo el supuesto de  que debe haber un respeto por la autonomía de las comunidades, pero no con el objeto de obtener impunidad para el conciliábulo y la complicidad, ni para obedecer a proyectos totalitarios, centralizados y ajenos al verdadero espíritu de la unidad y el acuerdo. Suena duro y difícil en un sistema que tiene a la centralización y la absolutización de la dominación en un nivel idolátrico, pero en algún sitio debe haber hombres para la reconciliación y debemos buscarlos, no los reconoceremos con técnicas modernas psicológicas, debemos reconocerlos con una sola mirada, como un problema estético en el que los hechos nos poseen a la luz de nuestro discernimiento y conocimiento.

 

         Mantener enfrentados a sectores de la población con base en segregaciones y culpas, tiene que generar violencias. Antes los sectores privilegiados despreciaban sutilmente a los pobres, sujetos de la marginación, bajo el pretexto de la función modernizadora y progresista de la competitividad, sesgada por el manejo del poder, haciéndolos culpables y no víctimas de su  miseria. Hoy se pretende un enfrentamiento de clases y todos sufrimos,  ya que también sufren por depravación de su naturaleza humana los que se vengan solo en función de una esperanza, porque la realidad es terca y no se cambia solo con dádivas y palabras que no incorporan al hombre a su propia realización.

 

         Es imposible sostener por mucho tiempo que nuestras bondades son las verdaderas y que no vale la pena tomar en cuenta los bienes rivales, rechazados dogmáticamente. Es triste que en Venezuela, desde la misma Colonia, durante la Independencia y hasta nuestros días, los valores políticos no se discuten, lo que cambia es la perspectiva de los que generan el dominio, pero no ha habido nunca un diálogo entre las formas distintas de ejercer el poder, con exepción de los cuarenta años de gobiernos civilistas, donde el acuerdo se llevó lamentablemente a la depravación del conciliábulo.

 

         Los conflictos sociales y políticos, no pueden ser resueltos de una manera definitiva, no al menos en la realidad histórica que vivimos, los conflictos son incluso motores de  la historia, ya que son ellos los parteros de la iniciativa y de la imaginación, pero sí pueden ser regulados mediante el acuerdo y la justa distribución. Lo humano siempre estará impregnado de contradicción, pero ello no descarta el desarrollo de una racionalidad y equilibrio de las relaciones de los hombres, siempre que esté fundada en la verdad y la justicia. Ninguna reconciliación admite dogmatismos en la forma de relacionarse los hombres.

 

         La reconciliación no es el triunfo de un grupo, es el establecimiento de relaciones solidarias, es llegar a la convicción de que es necesario el reconocer al otro como parte de un proceso de nuestra construcción humana, y que en él puede conocerse realizado, no es un enfrentamiento, es un abrazo.

 

         La reconciliación no puede ser olvido ni perdón, requiere un proceso que no puede ser planificado, tiene que aparecer como una iluminación repentina que nos permita el reconocimiento sincero de las culpas y desarrolle la capacidad para otorgar y recibir el abrazo, estos son  dos requisitos ineludibles. No es un acto privado y personal, es un acto eminentemente social, que debe darse en el contexto de las relaciones con el otro,  proyectadas a la recomposición de nuestros tratos con la sociedad, que no sean enturbiadas por la separación la opresión y el rencor.

 

         Los que han sido victimizados, deben abandonar su rol de víctimas y comprender que su liberación no implica rencor, lo cual inevitablemente es una forma perversa de la separación, la reconciliación por el contrario requiere de  integración en la reconstrucción de la trama personal y social que han sido dañadas. No es un proceso inmediato, es lento y decepcionante, por lo que requiere de una infinita paciencia, tolerancia y comprensión.

 

         No se trata de derrotar, no es posible construir una reconciliación  sobre los cadáveres de una gran cantidad de héroes, eso se convierte en un peso del pasado que resulta  oneroso. Es tarea ineludible del poder, regular los niveles de violencia y enfrentamiento, desarrollando los valores centrales de la humanidad: su vida y su libertad.

 

         No requiere olvidar, ya que es necesario recordar los enfrentamientos y los rencores para encontrar y rescatar los valores perdidos, encontrar todo lo que nos impide reconocer y perdonar o disculparse ante el otro. Es necesario reconocer la violencia cometida, y debe intentarse la eliminación de las condiciones que permitan su retorno.

 

         Para conjurar el regreso de la violencia que hizo posible el conflicto, es necesaria la liberación, no solo del que ha sido sometido, sino de quien ha sido causa de la sumisión, ya que de lo contrario cargará el estigma de su maldad y no  dejará de estar envilecido.

 

         La reconciliación es no solo un acto de la espiritualidad humana, requiere de una reparación material del oprimido, lo que se hace complicado en una economía ineficiente con rasgos competitivos y un pensamiento mágico providencialista de los sujetos de la opresión. Hay que tomar en cuenta que en el pensamiento de los pueblos latinoamericanos no está claro si los esclavos negros fueron efectivamente evangelizados o si los evangelizadores fueron seducidos por las creencias básicas de los africanos. El concepto de una historia cíclica que espera la intervén de un poder superior está siempre presente. En nuestros países hay mucha catequesis pero no hay evangelización. Hace muchos años oímos decir de boca de religiosos bien asentados en la realidad que este es un país de misiones, lo que fue ratificado por Juan Pablo II en Santo Domingo con el eufemismo de una nueva evangelización.

 

         La reconciliación en suma, no es un proceso que se da entre poderes, sino entre opresores y oprimidos. En la Venezuela actual no es un problema que se dilucida entre los factores de poder y los ciudadanos. La reconciliación es un problema de base, donde son los hombres los que se reconcilian y no las instituciones.

 

         No se trata de unificar conceptos o principios, se trata de reconstituir una vida cotidiana donde nos encontremos de manera espontánea y nos podamos ver con afecto a la cara como quien comparte los rituales de una fé.

 

         Quizás sea necesario volver al tiempo de los mártires quienes entendían que no solo todos los acontecimientos de su vida estaban al servicio del Reino, sino que también lo estaba su muerte, defendiendo ante el César lo que es de Dios.
 
 
(*) Médico especialista en Anatomía Patológica.  Magister Scientiarium en Filosofía.  Estudioso de teológía.

 

 

1 comentario:

  1. Me comento yo mismo:
    En el lenguaje Bantu de Sur Africa existe la palabra "Ubuntu" que se traduce: "Somos porque los demás son". Este principio fundó la frase famosa de Mandela: "Sin perdon y reconciliación no hay futuro". Sinceramente me parece que Mandela fué mas exitoso que Bush.

    ResponderEliminar