Por Nelson Hamana H (*)
La forma
de nuestra vida diaria en Venezuela durante los últimos años, nos da la
sensación de estar en una situación novedosa que se caracteriza por el
enfrentamiento, el odio y la destrucción, pero si hacemos memoria, no es tal,
esta exclusión y este conflicto pueden trazarse en nuestra historia mucho
tiempo atrás, pero hay dos condiciones que nos hacen patente
el horror y le proporcionan la impresión de novedad.
La
primera es que la situación se ha hecho explícita, lo cual es positivo para ver
con claridad nuestro proceso social, pero sus protagonistas no siguen el camino
para lograr la recomposición de la sociedad, sino que la convierten más en un
proceso de poder que en un proceso político, tratando las diferencias como una necesidad de
venganza más que un imperativo de justicia, transformando la culpa secular y
cultural en una responsabilidad individual localizada en los sectores menos
manipulables de la sociedad, para justificar el uso sectario de la exclusión
del contrario dentro de un pretendido proceso de reivindicación
La
segunda es que se está produciendo una reducción al absurdo por exageración al
extremo de todos los defectos y pecados del pasado, nos está retratando de una
manera grotesca, lo que da origen a que afecte de manera más importante a quienes
ejercen de esa manera arbitraria y vindicante el poder, les provoca una
desestabilización de su propia conciencia en relación a los cambios necesarios,
lo que los hace fracasar porque el camino es tortuoso y extraviado, y como es
costumbre en tales circunstancias, se convierte al gobierno en un instrumento
de ventajas para la utilidad de los poderosos del momento, ocultando la
perversión en la simulación de un mundo nuevo que choca reiteradamente con la
realidad. Pero también aturde a quienes lo adversan, ya que solo ven en ellos un
cambio de reglas, de costumbres de la estructura social, o el cambio de sistema
político y no la realidad exagerada de nuestras culpas, retratadas en sus
conductas exageradas.
No son las nuevas prácticas, sino las formas
petulantes y claramente personalistas para llevar adelante un proyecto
conflictivo y marcado por la experiencia del fracaso, pero que no son distintos
sino que están mal hechos y nos impiden ver que de sus propuestas podrían
sacarse bienes, si se atendieran en una discusión humilde, para las posibilidades de transformación de un
proceso secularmente injusto, lo que haría necesario prescindir de las posturas
dogmáticas y excluyentes de uno y otro lado, aminorando la voracidad con la que
se persigue el poder.
No se
puede olvidar, que hasta hace poco, nos resultaba incómoda la democracia y nos
quejábamos de ella por su ineficiencia social y por sus restricciones a la
libertad del capital y en particular a la libertad de los medios de
comunicación social, que ni antes ni ahora se ha tenido claro de quien es la
opinión que hacen pública, y no estamos
seguros de que hubiesen sido libres, aun cuando fueran diversas. Ni entonces ni ahora la libertad de opinar puede estar dada por las líneas editoriales de
un medio, las conveniencias económicas del capital o por las necesidades políticas del gobierno, sino
por la tolerancia de la diversidad, admitiendo no solo a los que de una manera
cortés no coinciden con nuestro pensamiento, sino a los que enfrentan decidida
y violentamente nuestras opiniones e intereses. Hay que aprender a ver, a
escuchar para poder decidir con libertad. De nada nos va a servir para
progresar y liberarnos, si solo sabemos reconocer al otro cuando es amigo y
hermano.
Pero no
todo fue tan grotesco e injusto en el pasado, no podemos olvidar, que en la
educación, la salud y la vivienda, se
observaron fuertes intentos, aún cuando no siempre estuvieran signados por el
éxito, pero la reducción al absurdo ha llevado a sus extremos las deficiencias,
aumentado los niveles y la masa de población excluida y lo que es peor, también
se ha llevado al extremo, lo criticable
de tiempos pasados, cuando la eficiencia
de la educación se medía por pupitres llenos, a lo que ahora se agrega un nuevo
problema, una concepción distinta donde
el Estado no solo se preocupa de la orientación y fin de la educación, sino
también de los contenidos, para enfrentar la espontaneidad de la cultura. Antes
se enseñaba mal pero no se impedía de manera expresa la libertad, ahora se
educa para ser siervos, ni siquiera del Estado o de un sistema político, sino
para un individuo.
Lo mismo
ocurre en salud y vivienda donde también actúan
los componentes autoritarios de un
liderazgo despótico para decidir donde y como se debe vivir y como se
debe curar como un remedio para lo que el interés de lucro ha hecho inaccesible
por tanto tiempo. Valga decir, que para los excluidos han fabricado nuevos nichos
de exclusión y pretenden incorporar en los mismos a toda la población.
La
solución de estos problemas, requiere la conversión personal, donde los
empresarios y los profesionales sean
capaces de controlar el nivel de lucro y atiendan no a las expectativas de una
planificación, probablemente realizable en gerencias donde la mitología popular
no sea providencialista, pero también requiere de la conversión de los excluidos,
quienes deben cambiar su intención de apropiación de lo que presumen negado, por
la de una incorporación que les permita luchar y obtener una justa
gratificación de su trabajo y de su creatividad respetando y haciendo respetar
su dignidad. No se trata de decirle a
los grandes grupos cada vez más empobrecidos que son la génesis y la validación
del poder, sino que es necesario entregarles el apoyo suficiente, para que
puedan ser interlocutores válidos ante los demás grupos sin la intermediación arbitraria del gobierno.
Deben substituirse las utopías que pretenden manejar la historia por la utopía
de la persona, que es trans - histórica y eterna. Las victimas deben asumir las
responsabilidades de su propia exclusión y transformarse en elementos capaces
de impulsar al país no solo en sus expresiones económicas, sino en todo el
ámbito de la cultura y de la vida cotidiana, incluyendo el compartir
eficientemente la fe religiosa, diversa pero siempre incluyente de lo humano.
En
Venezuela, afectada antes por el economicismo liberal y ahora por un pretendido
análisis marxista que resulta en una mezcolanza indigesta, que vive en la
imaginación de un solo hombre, nos convierte en un país devastado, ya que su
inmensa riqueza de recursos requiere de un hombre convertido a la solidaridad
para que no se haga un instrumento de
exclusión en manos del Estado o en manos del “pueblo” que no es lo mismo que
los Ciudadanos.
No
quiero, ni podría aceptar la llamada “Revolución del Siglo XXI” que además de
producir un atraso en la mediana concepción de los derechos del ciudadano, que
habíamos adquirido y que debieran expresar no solo a un sujeto de leyes y
derechos, sino que constituyan un acto de construcción personal de la relación
con el mundo. El ánima social, ha mostrado la poca
disposición del venezolano en posesión del poder para lograr esa
indispensable reconciliación, convirtiéndose en una fuente de conflictos nuevos
que no incorporan a los ciudadanos, ni hacen justicia, por el contrario,
agregan nuevas exclusiones y desarrollan odios, larvados en el pasado y
expresos en nuestras violencias actuales. La distribución de recursos por sí
sola, no transforma, por el contrario debilita y degenera, expande el natural
consumista del mundo de la tecnología, creando formas nuevas de perversión y
separación. Las necesidades reales son cubiertas por el manto espeso de quien
aprovecha el ahora porque el futuro es incierto. No genera lealtades, por el
contrario fomenta la relación interesada y fácilmente traidora.
Ese
proyecto concreto, que desea actuar de acuerdo a sueños individuales, ni
reconcilia ni une, ni hace justicia, lo que logra es la creación de una nueva
clase económica, lo que no es ni siquiera una aspiración original, lo mismo
intentó Carlos Andrés Pérez partiendo de capitales ya existentes, pero
adversarios de los tradicionales que habían nacido a la vera de Juan Vicente
Gómez o del desarrollo post independentista. En todos esos casos, la voracidad
de los favorecidos condujo al colapso, incapaces
de contribuir al desarrollo armónico de una nación. Esto también ocurrirá
ineludiblemente, con la nueva clase de poder económico que se desarrolla a la
vera del Presidente y aún más grave, porque lo hacen bajo la sombra de la
justicia social y de la eliminación de los males que indiscutiblemente genera
el liberalismo económico. Es la ironía de mentir usando una verdad.
Es cierto que puede construirse un
mundo de unidad y reconciliación en torno a los derechos humanos, pero tienen que ir más allá de reglas y
convertirse en un sueño permanente, que nos conduzca a crecimientos de la
relaciones de los hombres, que se vean perteneciendo al mundo y que no lo
entiendan como un sitio a expoliar para lograr la realización individual,
cueste lo que cueste a los demás, y esta es la desconcertante situación que se
desarrolla en el trayecto de un presidente dadivoso con bienes ajenos. En igual sentido puede ir la defensa de los
recursos y el ambiente, tienen que hacerse parte del devenir humano, de lo
contrario no hay forma de defenderlos cuando intervienen los intereses
económicos, o los criterios políticos destemplados.
Cualquier
reconciliación tiene tres condiciones indispensables, el diálogo, el reconocimiento del otro como distinto a mí,
pero sin el cual no somos capaces de nuestra propia realización, y el
fundamento en la verdad.
Hay que generar espacios
de reconciliación. Uno de ellos son las
Iglesias, especialmente las cristianas, cuya base fundamental es la relación y
no la sumisión, ya que ésta cuando se da en ellas no es más que el producto vil
de unas necesidades políticas para lograr la supervivencia, el espacio debe
darse en la trascendencia, nada puede lograrse desde un nicho personal, la
comunidad con Dios que está contenida en toda la revelación, significa la
relación con toda la creación que fue puesta en manos del hombre, no para controlarla
sino para hacerla vivir y en particular la relación con los otros hombres, que
son denominados hermanos, para significar el valor del amor al prójimo.
El otro
espacio son las universidades, donde florecen las perspectivas globales y los
destinos de la humanidad, dándole trascendencia la la fuerza de la razón como
un instrumento de servicio y no de dominación.
El
tercer espacio son las sociedades intermedias, tan vapuleadas, manipuladas y
presionadas por los amos del poder, porque las saben decisivas en el desarrollo
social. Son los sindicatos, las asociaciones gremiales y políticas y las
organizaciones comunales, los sitios privilegiados donde los ciudadanos se
encuentran para hacer vida en común. Negar la vocación comunitaria del
venezolano es una insensatez porque es harto evidente la proliferación de
asociaciones juntas y gremios que se han generado en el país durante los años
de democracia civilista.
Por
vocación e inclinación personal, no incluyo a las fuerzas armadas, en tanto que
su existencia se fundamenta en la necesidad de la violencia como vocación, lo
que la restringe necesariamente a ser garantes de las concertaciones sociales,
hasta que el desarrollo del hombre le incorpore de manera definitiva en su ser
su donación y su entrega y entonces se haga innecesaria la fuerza. En el Reino
de Dios no entrarán las armas, no es necesaria la espada para defender la
fraternidad.
El progreso de los pueblos no
es solo un problema económico sino también de justicia como lo recordó Paulo VI.
La verdad y la justicia son los elementos esenciales que deben estar en el
fondo de toda reconciliación, pero no pueden ser el producto de programas
específicos, estos restaurarán el mundo material, que introduce inexorablemente
la inclemencia de la competitividad, ídolo de nuestro tiempo, que no ha sido
positivo si se escruta a la luz de lo que va más allá de lo material. La sana
creatividad que debe substituirla, necesita de una transformación del hombre,
pero no generando una nueva forma de la historia con medidas económicas que extiendan
la exclusión y genere esperanzas infundadas de la sociedad, no se trata de
sustituir unas exclusiones por otras, no se trata de venganzas. Esta
alternativa lo que ha generado son grupos humanos irresponsables que no logran
superar el sentido de lo transitorio en la historia, que son capaces de lanzar a
los ciudadanos a la lucha fratricida o a la muerte del alma que es la resignación.
Justicia
no es estar en guerra contra los que
cometieron los pecados de opresión y de exclusión, lo que se trata es de construir una sociedad
donde queden satisfechas las exigencias legítimas de los ciudadanos más allá del
bienestar, en sus convicciones éticas y sus necesidades espirituales de manera
espontánea. Se trata de genuinas intenciones transformadoras y no del
desarrollo de estrategias políticas que conduzcan a la indefensión de las
fuerzas sociales. Los primeros que deben tener la intención de reconciliación,
son los que tienen el ejercicio del poder, no se trata de otorgar facultades de
censor a un sector, sino de lograr la recomposición hasta en los mismos grupos de
poder e influencia. Algo que resume la actitud,
de acuerdo a mi interpretación, esperada de los Estados es la
aseveración que se atribuye a uno de los hermanos Karamazow en la novela de
Dostoievski: “El Ideal es que el Estado
se convierta en Iglesia y no que la Iglesia se convierta en Estado”, Usando
solo la frase, haciendo abstracción del significado en la novela, no se trata
del ejercicio de la autoridad sino el espíritu de caridad y comunidad en un
proyecto solidario de servicio. No se trata de otorgar con benevolencia, sino
considerarlo como la retribución de aquello a lo que se tiene derecho. Esta
aseveración no pretende el control de la organización terrenal propia de la
Iglesia, porque sería volver a los viejos despotismos de la Europa llamada cristiana,
donde los Cardenales y Papas se convertían en Príncipes, se trata de lograr que
el poder político atienda a las necesidades del Reino, en los términos de
Justicia, Verdad y Solidaridad.
El
horizonte que da sentido a una reconciliación es un proceso de reconversión
ética orientada a la recuperación de los vínculos sociales, y cívicos dañados
por las numerosas formas de violencia. Se trata de elaborar un sistema de
instituciones y formas de vida donde se respeten las diferencias y se ampare el
discernir de propósitos comunes.
Esa no
ha sido nunca la situación del país, siempre se ha hablado de los marginales
entre nosotros y ahora se ha agregado otra cara a la moneda, no se ha resuelto
lo de los pobres y se ha introducido la condena de la preparación intelectual y
del esfuerzo de construcción del bienestar económico, individualizando
responsabilidades históricas y culturales, convirtiendo a determinados grupos
de la sociedad en responsables personales de la explotación y la violencia; no
se ha limpiado una cara, sino que se ha ensuciado la otra.
Si, es
verdad que se requiere una Refundación de la República, pero bajo el supuesto
de que debe haber un respeto por la
autonomía de las comunidades, pero no con el objeto de obtener impunidad para
el conciliábulo y la complicidad, ni para obedecer a proyectos totalitarios,
centralizados y ajenos al verdadero espíritu de la unidad y el acuerdo. Suena
duro y difícil en un sistema que tiene a la centralización y la absolutización
de la dominación en un nivel idolátrico, pero en algún sitio debe haber hombres
para la reconciliación y debemos buscarlos, no los reconoceremos con técnicas
modernas psicológicas, debemos reconocerlos con una sola mirada, como un
problema estético en el que los hechos nos poseen a la luz de nuestro
discernimiento y conocimiento.
Mantener
enfrentados a sectores de la población con base en segregaciones y culpas, tiene
que generar violencias. Antes los sectores privilegiados despreciaban sutilmente
a los pobres, sujetos de la marginación, bajo el pretexto de la función
modernizadora y progresista de la competitividad, sesgada por el manejo del
poder, haciéndolos culpables y no víctimas de su miseria. Hoy se pretende un enfrentamiento de
clases y todos sufrimos, ya que también
sufren por depravación de su naturaleza humana los que se vengan solo en
función de una esperanza, porque la realidad es terca y no se cambia solo con
dádivas y palabras que no incorporan al hombre a su propia realización.
Es
imposible sostener por mucho tiempo que nuestras bondades son las verdaderas y
que no vale la pena tomar en cuenta los bienes rivales, rechazados
dogmáticamente. Es triste que en Venezuela, desde la misma Colonia, durante la
Independencia y hasta nuestros días, los valores políticos no se discuten, lo
que cambia es la perspectiva de los que generan el dominio, pero no ha habido
nunca un diálogo entre las formas distintas de ejercer el poder, con exepción
de los cuarenta años de gobiernos civilistas, donde el acuerdo se llevó
lamentablemente a la depravación del conciliábulo.
Los
conflictos sociales y políticos, no pueden ser resueltos de una manera
definitiva, no al menos en la realidad histórica que vivimos, los conflictos
son incluso motores de la historia, ya
que son ellos los parteros de la iniciativa y de la imaginación, pero sí pueden
ser regulados mediante el acuerdo y la justa distribución. Lo humano siempre
estará impregnado de contradicción, pero ello no descarta el desarrollo de una
racionalidad y equilibrio de las relaciones de los hombres, siempre que esté
fundada en la verdad y la justicia. Ninguna reconciliación admite dogmatismos
en la forma de relacionarse los hombres.
La
reconciliación no es el triunfo de un grupo, es el establecimiento de
relaciones solidarias, es llegar a la convicción de que es necesario el reconocer
al otro como parte de un proceso de nuestra construcción humana, y que en él
puede conocerse realizado, no es un enfrentamiento, es un abrazo.
La
reconciliación no puede ser olvido ni perdón, requiere un proceso que no puede
ser planificado, tiene que aparecer como una iluminación repentina que nos
permita el reconocimiento sincero de las culpas y desarrolle la capacidad para
otorgar y recibir el abrazo, estos son
dos requisitos ineludibles. No es un acto privado y personal, es un acto
eminentemente social, que debe darse en el contexto de las relaciones con el
otro, proyectadas a la recomposición de
nuestros tratos con la sociedad, que no sean enturbiadas por la separación la
opresión y el rencor.
Los que
han sido victimizados, deben abandonar su rol de víctimas y comprender que su
liberación no implica rencor, lo cual inevitablemente es una forma perversa de
la separación, la reconciliación por el contrario requiere de integración en la reconstrucción de la trama
personal y social que han sido dañadas. No es un proceso inmediato, es lento y
decepcionante, por lo que requiere de una infinita paciencia, tolerancia y
comprensión.
No se trata
de derrotar, no es posible construir una reconciliación sobre los cadáveres de una gran cantidad de
héroes, eso se convierte en un peso del pasado que resulta oneroso. Es tarea ineludible del poder,
regular los niveles de violencia y enfrentamiento, desarrollando los valores
centrales de la humanidad: su vida y su libertad.
No
requiere olvidar, ya que es necesario recordar los enfrentamientos y los
rencores para encontrar y rescatar los valores perdidos, encontrar todo lo que
nos impide reconocer y perdonar o disculparse ante el otro. Es necesario
reconocer la violencia cometida, y debe intentarse la eliminación de las
condiciones que permitan su retorno.
Para
conjurar el regreso de la violencia que hizo posible el conflicto, es necesaria
la liberación, no solo del que ha sido sometido, sino de quien ha sido causa de
la sumisión, ya que de lo contrario cargará el estigma de su maldad y no dejará de estar envilecido.
La
reconciliación es no solo un acto de la espiritualidad humana, requiere de una
reparación material del oprimido, lo que se hace complicado en una economía
ineficiente con rasgos competitivos y un pensamiento mágico providencialista de
los sujetos de la opresión. Hay que tomar en cuenta que en el pensamiento de
los pueblos latinoamericanos no está claro si los esclavos negros fueron
efectivamente evangelizados o si los evangelizadores fueron seducidos por las
creencias básicas de los africanos. El concepto de una historia cíclica que
espera la intervén de un poder superior está siempre presente. En nuestros
países hay mucha catequesis pero no hay evangelización. Hace muchos años oímos
decir de boca de religiosos bien asentados en la realidad que este es un país
de misiones, lo que fue ratificado por Juan Pablo II en Santo Domingo con el
eufemismo de una nueva evangelización.
La
reconciliación en suma, no es un proceso que se da entre poderes, sino entre
opresores y oprimidos. En la Venezuela actual no es un problema que se dilucida
entre los factores de poder y los ciudadanos. La reconciliación es un problema
de base, donde son los hombres los que se reconcilian y no las instituciones.
No se
trata de unificar conceptos o principios, se trata de reconstituir una vida
cotidiana donde nos encontremos de manera espontánea y nos podamos ver con
afecto a la cara como quien comparte los rituales de una fé.
Quizás
sea necesario volver al tiempo de los mártires quienes entendían que no solo
todos los acontecimientos de su vida estaban al servicio del Reino, sino que
también lo estaba su muerte, defendiendo ante el César lo que es de Dios.
Me comento yo mismo:
ResponderEliminarEn el lenguaje Bantu de Sur Africa existe la palabra "Ubuntu" que se traduce: "Somos porque los demás son". Este principio fundó la frase famosa de Mandela: "Sin perdon y reconciliación no hay futuro". Sinceramente me parece que Mandela fué mas exitoso que Bush.