Nelson Hamana Hobaica
En Venezuela hay un acuerdo enunciativo en torno a la
necesidad de una reconciliación no solo política sino social, pero hay un
obstáculo que se está haciendo insuperable como es la imposibilidad de acceder
a la verdad en lo relativo a la responsabilidad del inicio y el desarrollo del
deterioro político que nos está carcomiendo el alma.
La pregunta
que se ha venido evadiendo desde hace tiempo, es la verdadera responsabilidad
de los partidos políticos que se fueron erosionando por una cultura que aún
ahora no es extraña, como es la cultura del bienestar, ya que su desarrollo en
un país sin balances, requiere el sacrificio de derechos en sectores amplios de
la población y con ello, el de la verdad y la justicia.
En nuestro
medio, la reincidencia sobre los mismos problemas, nos ha hacho pensar que el
fracaso que deteriora nuestra economía es el producto inmediato de la presencia
de los partidos políticos que se convirtieron en una máscara grotesca de la
corrupción, por lo que entramos en una prolongada fase de anti política, por cierto
plagada de contradicciones, práctica que en cierta medida ocultó la entusiasta
participación de grandes sectores de nuestra población en ese deterioro.
Lo primero
que debemos preguntarnos es a quien favorece la anti política, y en manos de
quien se queda el ejercicio del poder cuando deja de ser responsabilidad de los
que están organizados para ejercerlo y tienen al menos en su estructura, la
posibilidad de ser balance de las desproporciones sociales, inevitables en un
sistema fundado sobre la competencia.
Quienes
éramos adultos antes de 1980 sabemos que el país avanzó de una manera
vertiginosa no solo en lo material, sino en los mecanismos de organización
social, a partir de 1958 los venezolanos se iban acostumbrando al significado de
la ciudadanía. Desde las humildes juntas de condominio hasta los grandes
sindicatos y partidos políticos, y los sistemas electorales, de una u otra
forma eran instrumentos de participación ciudadana. Había indiferentes, pero
eran tenidos por frívolos e inadecuados miembros de la sociedad. En estos
organismos se podía tener pretensiones hegemónicas, pero la conciencia de
participación pugnaba por neutralizarlas. Se entendía la organización social
como una forma de practicar la libertad.
En 1958 se
gestó lo que fue un acto de reconciliación política que fue posible porque
había una base ciudadana conciliada en torno a la libertad. A la luz del
llamado “Espíritu del 23 de Enero” se hizo posible el llamado Pacto de Punto
Fijo, un pacto de gobernabilidad para un país cuyas instituciones estaban
arrasadas.
Muy en
contra de lo que se sostiene, no fue un vulgar acuerdo de tres partidos
políticos, sino que incluyó a las Fuerzas Armadas, al acuerdo de la sociedad entera
hacia la democracia, a los dueños del poder económico quienes aceptaron la
conveniencia de progresar sin ventajismos y sin injusticia laboral, si querían
ser empresas modernas, competitivas y a los intelectuales que ponían su
creatividad al servicio de la causa prioritaria.
Es
lamentable que las euforias revolucionarias de quienes admiraban el sistema de
gobierno comunista y el entusiasmo producido por la revolución cubana, que aún
podían aceptarse como promesas de justicia y reivindicación para los
desposeídos a través de la lucha de clases, dieran al traste con la
reconciliación nacional de base popular y se entrara en una década de guerra
donde los venezolanos se mataban sin piedad y provocaban un desprestigio creciente
a la protección que el Estado daba a las empresas nacionales, actuando como
escudo ante la fuerza competitiva de las transnacionales.
El miedo de
los privilegiados y la angustia de los gobernantes convirtió en irrelevante la
necesidad de la vida reconciliada que había sido entendida como un camino
viable hacia el futuro y nos fue convirtiendo de a poco la libertad en una defensa
de los privilegios. Se asimilaron y se confabularon el poder político y el
económico.
Cuando los
que tienen poder económico temen, expresan la intención de mantener sus
posiciones, refugiándose en la acumulación de dinero y en su expatriación,
reduciendo la economía del país a los sistemas financieros que son los que les
hacen posible manejar ese rescate. No podemos olvidar que los privilegiados que
fueron promovidos durante el primer gobierno
de Carlos Andrés Pérez, cuando se pretendió constituir un nuevo grupo de
élite económica, fueron los de los sistemas financieros y los grandes nombres
del poder giraron en torno a los Bancos, nuevos y viejos.
Por otra
parte la acción eficiente en la promoción del desarrollo se vio menguada por la
necesidad de acabar con la guerra interna que afectaba fundamentalmente a los
pobres y a los campesinos, porque fue en los barrios de los débiles económicos
y en los campos venezolanos donde se dieron los combates que tuvieron la
consecuencia de envilecer a nuestras fuerzas armadas y reforzar los argumentos
de los concentradores de poder.
La
apariencia generada por intentos de
desarrollo tecnocráticos impracticables, hizo que se dispararan y
distorsionaran las expectativas de bienestar, particularmente en los sectores
medios de la población, lo que unido a las guerras internas comenzó a generar
la separación entre sectores de la sociedad que desde entonces se ven con
desconfianza. El país dejó de crecer porque los motores del trabajo creativo
quedaron averiados.
Las
ilusiones de bienestar de una sociedad deforme llevaron a los sectores medios
de la sociedad hacia aspiraciones insaciables que aún persisten, lo que los
incapacitó para responder a la crisis inminente que estaba provocando la
hipertrofia de “La Gran Venezuela” que introdujo formas de consumo imposibles
de satisfacer en medio de una tradición social aún modesta, lo que solo
aparentó lograrse con el desplazamiento de los sectores socialmente débiles del
acceso a los bienes que producía el país y el aprovechamiento desmedido por
parte de los sectores medios, que se asociaron impúdicamente a las
manipulaciones de la cultura consumista. Llegamos a conocer profesionales que
aun no tenían una vivienda en el país y eran propietarios de residencias
vacacionales fuera de Venezuela.
No fue
difícil para los concentradores de poder y privilegios asociar los males
nacionales con la actuación de los partidos políticos penetrados por el
economicismo y el desarrollismo y entre todos fueron convirtiendo la
reconciliación nacional del pacto político en un manejo de contubernios para la
corrupción económica que fueron convirtiendo el bienestar creciente fundado en
la justicia social, en una dramática separación de grandes detentadores de
bienes y de un volumen inaceptable de pobres extremos. Entonces también
empezaron a decrecer esos sectores medios que se habían estado apoyando en la
instrucción y en el trabajo capaz y socialmente eficiente. Las crisis
monetarias los golpearon duramente en sus compromisos y costumbres foráneas. Al
fin y al cabo las decisiones y las medidas de la crisis eran decididas y
ejecutadas por el partido gobernante y las devaluaciones se asociaron a la
asunción de deudas internacionales, cuya satisfacción fue postergada por las
ilusiones petroleras sin considerar que la misma no tenía solo una implicación
económica y financiera, sino que tenía además una consecuencia inevitable de envilecimiento
moral y de debilidad política, ya que se asumían con instituciones financieras
voraces e implacables.
La
desconfianza mutua fue derivada íntegramente hacia los partidos políticos y las
fuerzas armadas envilecidas por la
ineficiencia del poder, volvieron a la carga secular contra el civilismo que ya
estaba arraigado en numerosos sectores de la población, la que guardó silencio
o hasta dio su asentimiento porque se sentía oprimida por metas inalcanzables
por la limitación económica que sentían producida por la corrupción y el
ejercicio tortuoso del poder, ambos permanentemente remachados por los medios
de opinión, como siempre terriblemente oportunistas, desviando la mirada de los
ciudadanos de la necesidad de recuperar una sociedad reconciliada y sensata que
supiera lo que debía exigir de sus dirigentes,
Cuando las
crisis se hicieron temibles se intentó recuperar un pacto político sin
considerar la ausencia de reconciliación ciudadana y negándose a contestar una
pregunta básica que se consideró traidora: ¿Donde estaba ese pueblo del 23 de
enero que rodeaba a Miraflores ante los intentos de golpes militares que se
dieron en los comienzos de la democracia, para evitar el paso de los tanques de
guerra?
También se
ignoró el resentimiento contenido en la insurrección del llamado Caracazo y se
trató de conjugar con un populismo ineficiente que en nada superaba el dolor de
los pobres ni limitaba los privilegios que atormentaban la justicia.
Ambas
repuestas de los partidos dominantes, impidieron la abierta discusión de lo
ocurrido y el tratar de dilucidar las causas reales de hechos inconcebibles en
la Venezuela democrática que en ese
momento era quien moría.
El camino
hacia el desprestigio de la libertad y el reinicio del camino militarista y
autoritario comenzó en el momento en el que las fuerzas políticas ignoraron su
tarea y las económicas intentaron salvaguardar sus privilegios controlando
sectores del gobierno con el pretexto de la tecnocracia.
Todo
ejercicio político se consideró desviado y la libertad dejó ser un bien
estimable ante el progreso de la necesidad, el país se fue enfrentando y los
logros tecnológicos no tuvieron ninguna
eficiencia integradora, por el contrario, si miramos el desarrollo de la
historia presente, lo que logran es dar más rigidez a la estratificación social
que se va instalando cada vez con separaciones más extremas.
Todo país de
extremos rígidos y separados, donde los sectores sociales medios se hacen
totalmente ineficientes como instrumento de balance y compensación por la
preparación y el trabajo, desestima la libertad ante el progreso implacable de
las carencias. La repuesta tecnocrática solo dio esperanzas a los que no la
necesitaban porque ya tenían acceso a los bienes de la tierra y los débiles de
la sociedad se dejaron cautivar por las palabras de amor de un profetismo con
pretensiones redentoras que al final lo pide todo y da muy poco, pero en lo
poco que da deja entrever esperanzas que es lo único que el ser humano siente
que no se le puede arrebatar, pero las esperanzas terrenas se refieren a la
vida concreta y cotidiana y no a la vida eterna y por eso se agotan.
Realmente en lo ocurrido, no hubo una
insensatez de los débiles, sino la ilusión legítima de una justicia que se les
negaba con la manipulación de un poder político responsable de la ineficiencia,
ilusión que había sido cultivada por el populismo durante más de veinte años,
lo que arrebató de las manos de los ciudadanos su conciencia de participación,
solidaridad y conciliación. Cuando los beneficios de la salud, la educación, la
seguridad, el trabajo, la vivienda y la alimentación se desplomaron, lo
hicieron de repente y la polvareda del derrumbe aturdía la mirada e impedía ver
hacia el pasado, lo único que quedaba era la urgencia del momento y no había
espacio para pensar el futuro. La esperanza del ascenso hacia el bienestar que
se fundaba en el esfuerzo y la educación, se vino abajo. No se trata de una
especulación, sino de un dato verificable.
El orgullo de nuestra educación que se hizo masiva y accesible en todos
los niveles, con una altísima participación de los pobres en los sistemas
educativos, se hizo pedazos, y las mediciones que hacía la Oficina de
Planeamiento del Sector Universitario mostraban que los hijos de los
trabajadores, ya no los pobres marginados, constituían menos del 2% de la
matrícula en las Universidades Nacionales, y que el acceso a las carreras de
prestigio social era virtualmente hereditario, es claro entonces que la
educación se convirtió en un instrumento de exclusión.
Todo lo que antecede es el relato de
un proceso que no podía ser instantáneo, es imposible referirlo a decisiones
puntuales, aunque no fuera visible, lo que siguió no fue tampoco el
descubrimiento providencial de la situación, ni se trató de un fenómeno aislado
en Venezuela.
La desaparición de los obstáculos que
impedían la integración al mercado universal de los capitalismos de estado, que
pasaron a ser liberales, soportados sobre el dinero concentrado por las élites
políticas, que devinieron en mafias, a expensas del bienestar de la población, en
conjunto con los mercados del liberalismo tradicional, donde la influencia de
los sistemas financieros se hizo cada vez más importante, mundializada y
determinante de la política, a partir del decálogo llamado Consenso de
Washington, el poder se fue haciendo externo a los gobernantes, e incontrolable
por su anonimia y su transnacionalidad. A pesar de que los beneficios económicos
permearon hacia los países de donde obtenían fuerza de trabajo y materia prima,
su diseminación no fue universal y donde se lograban crecimientos y balances
macroeconómicos, no se lograba conjugar la pobreza.
En Venezuela era evidente y mientras
más se corría detrás de las fórmulas del balance financiero del país, tanto más
aumentaban las complicidades entre la política y el capital, y el tormento de
las carencias dejaba espacio para los hombres providenciales, a cuya sombra se
hacen más expeditas las corrupciones.
La repuesta providencial entró
abiertamente en el país con la misma complacencia que tuvo en amplios sectores
de la población la asonada militar mal discutida, se repitió la historia de los
amplios apoyos de los sectores influyentes a la conjura contra el civilismo de
1948.
Entonces y ahora nos parece imposible
recuperar la reconciliación, que es y será diferente al diálogo, el Espíritu
del 23 de Enero no floreció a la vera de Marcos Pérez Jiménez, y así como ahora
se festejaba al Balcón del Pueblo, entonces se cortejaba al Salón Venezuela del
Círculo Militar y a mediados de diciembre de 1957 nadie se atrevía a discutir
la solidez del régimen, pero repentinamente, el escamoteo de una nueva elección
comenzó a desmoronar el poder y se empezó a gestar una reconciliación nacional
que entendió el valor de la democracia, de las elecciones, de la discusión y de
la participación y no se equivocó, porque progresó con ellas durante dos
décadas.
Los diálogos, los consensos y los
acuerdos solo son útiles cuando se tiene el fundamento de la reconciliación, el
problema de nuestra democracia post-reconciliatoria fue el de olvidarse de
algo, de un amplio sector de la población que se hizo invisible, irrelevante y
cuando asomaba la cara lo tratábamos como culpable. En estos catorce años se
nos hizo visible, por desgracia de la manera más grotesca y con su peor cara,
con su inmensa delincuencia, con su espeso tributo de muertes, con su exagerada
violencia, con sus presos maltratados y con la mascarada de unos servicios
mediocres, mal intencionados, destinados a cubrir los grandes espacios de la
corrupción en complicidad con los países más permisivos y aunque muy
predicadores, los menos interesados en el bienestar de las mayorías. Los pobres
sufrientes siguieron en la sombra y aunque se derramaron dádivas económicas no
se les reivindicó de la verdadera miseria, como es la de desconocerse a sí como
seres humanos, como parte del país y como indispensables para su sobrevivencia
armónica.
A estas alturas hemos superado una de
las graves dificultades para nuestra reconciliación, el saber que están allí,
pero la superamos a los golpes, y aún no hemos podido verles como víctimas sino
como culpables.
Además de adquirir esta conciencia,
tendremos que iniciar el camino que nos causa mayores problemas, el de ser
capaces de renunciar a un poco de nuestro bienestar, el de moderar nuestras
aspiraciones, el de atenuar nuestro interés de lucro, el de buscar nuestro
futuro en un ambiente de serias dificultades, el de lograr en resumen,
reconocerlos a ellos tal como son y hacerlos parte de nuestra vida cotidiana,
para lograr estar disponibles para ellos como una actividad normal y no
excepcional y para lograr de ellos no la gratitud sino la disposición hacia
nosotros para tratarnos de una vez como seres humanos con la misma consistencia
y definición.
Esta es una forma de convertirnos
mutuamente a un acceso al poder y el diálogo y los acuerdos tendrán un fundamento real y viable. Parece utópico,
pero no lo es, porque se trata de un camino y de un sentimiento, no de un logro
concreto, corresponde a la política desarrollar y convenir los instrumentos
para andar ese camino, será a ella a la que le corresponda equivocarse y
enmendar, pero a estas alturas parece difícil que se pueda progresar en el sentido
de la humanización llamada desarrollo sin el componente de la libertad que debe
sentirse en una sociedad reconciliada.
Amartya Sen, un bengalí, profesor de
Harvard y ganador de un Premio Nobel de Economía, ha sido uno de los
inspiradores de la PNUD, organización de las Naciones Unidas para el
desarrollo, para cambiar la visión economicista incluso de los organismos
financieros internacionales, sosteniendo en resumen que si no hay libertad no
hay desarrollo humano y si no hay
desarrollo humano no hay desarrollo económico y que el desarrollo humano pasa
por el rescate de los pobres.
Llegados a este punto, tendremos que
convenir que la anti política no tiene sentido, negarse a participar
organizadamente en la conducción de un país no es razonable, no podemos
renunciar al sistema conciliador de los interesas particulares, no podemos
renunciar a nuestra propia vida y no podemos aceptar que los partidos políticos
nazcan y crezcan después que se han desarrollado intereses particulares y no
como propuestas previas hechas a la sociedad. Si no nos gustan los que existen,
estamos obligados a substituirlos y eso lo hacemos oyéndonos unos a otros y
aguzando la imaginación. No tenemos que lograr acuerdos, solo tenemos que
mirarnos y aceptarnos.
La necesidad y el miedo ya hicieron
unificar a un sector de la sociedad, debemos salir a la búsqueda no de un
líder, sino de una ocasión para tener sentimientos comunes y de incorporar a
ellos a los excluidos, sean o no pobres, entonces podremos hablar de paz y de
progreso.