viernes, 14 de junio de 2013

ANTIPOLITICA Y RECONCILIACIÓN

                                                                                   Nelson Hamana Hobaica



En Venezuela hay un acuerdo enunciativo en torno a la necesidad de una reconciliación no solo política sino social, pero hay un obstáculo que se está haciendo insuperable como es la imposibilidad de acceder a la verdad en lo relativo a la responsabilidad del inicio y el desarrollo del deterioro político que nos está carcomiendo el alma.

            La pregunta que se ha venido evadiendo desde hace tiempo, es la verdadera responsabilidad de los partidos políticos que se fueron erosionando por una cultura que aún ahora no es extraña, como es la cultura del bienestar, ya que su desarrollo en un país sin balances, requiere el sacrificio de derechos en sectores amplios de la población y con ello, el de la verdad y la justicia.

            En nuestro medio, la reincidencia sobre los mismos problemas, nos ha hacho pensar que el fracaso que deteriora nuestra economía es el producto inmediato de la presencia de los partidos políticos que se convirtieron en una máscara grotesca de la corrupción, por lo que entramos en una prolongada fase de anti política, por cierto plagada de contradicciones, práctica que en cierta medida ocultó la entusiasta participación de grandes sectores de nuestra población en ese deterioro.

            Lo primero que debemos preguntarnos es a quien favorece la anti política, y en manos de quien se queda el ejercicio del poder cuando deja de ser responsabilidad de los que están organizados para ejercerlo y tienen al menos en su estructura, la posibilidad de ser balance de las desproporciones sociales, inevitables en un sistema fundado sobre la competencia.

            Quienes éramos adultos antes de 1980 sabemos que el país avanzó de una manera vertiginosa no solo en lo material, sino en los mecanismos de organización social, a partir de 1958 los venezolanos se iban acostumbrando al significado de la ciudadanía. Desde las humildes juntas de condominio hasta los grandes sindicatos y partidos políticos, y los sistemas electorales, de una u otra forma eran instrumentos de participación ciudadana. Había indiferentes, pero eran tenidos por frívolos e inadecuados miembros de la sociedad. En estos organismos se podía tener pretensiones hegemónicas, pero la conciencia de participación pugnaba por neutralizarlas. Se entendía la organización social como una forma de practicar la libertad.

            En 1958 se gestó lo que fue un acto de reconciliación política que fue posible porque había una base ciudadana conciliada en torno a la libertad. A la luz del llamado “Espíritu del 23 de Enero” se hizo posible el llamado Pacto de Punto Fijo, un pacto de gobernabilidad para un país cuyas instituciones estaban arrasadas.

            Muy en contra de lo que se sostiene, no fue un vulgar acuerdo de tres partidos políticos, sino que incluyó a las Fuerzas Armadas, al acuerdo de la sociedad entera hacia la democracia, a los dueños del poder económico quienes aceptaron la conveniencia de progresar sin ventajismos y sin injusticia laboral, si querían ser empresas modernas, competitivas y a los intelectuales que ponían su creatividad al servicio de la causa prioritaria.

            Es lamentable que las euforias revolucionarias de quienes admiraban el sistema de gobierno comunista y el entusiasmo producido por la revolución cubana, que aún podían aceptarse como promesas de justicia y reivindicación para los desposeídos a través de la lucha de clases, dieran al traste con la reconciliación nacional de base popular y se entrara en una década de guerra donde los venezolanos se mataban sin piedad y provocaban un desprestigio creciente a la protección que el Estado daba a las empresas nacionales, actuando como escudo ante la fuerza competitiva de las transnacionales.

            El miedo de los privilegiados y la angustia de los gobernantes convirtió en irrelevante la necesidad de la vida reconciliada que había sido entendida como un camino viable hacia el futuro y nos fue convirtiendo de a poco la libertad en una defensa de los privilegios. Se asimilaron y se confabularon el poder político y el económico.

            Cuando los que tienen poder económico temen, expresan la intención de mantener sus posiciones, refugiándose en la acumulación de dinero y en su expatriación, reduciendo la economía del país a los sistemas financieros que son los que les hacen posible manejar ese rescate. No podemos olvidar que los privilegiados que fueron promovidos durante el primer gobierno  de Carlos Andrés Pérez, cuando se pretendió constituir un nuevo grupo de élite económica, fueron los de los sistemas financieros y los grandes nombres del poder  giraron en torno a los  Bancos, nuevos y viejos.

            Por otra parte la acción eficiente en la promoción del desarrollo se vio menguada por la necesidad de acabar con la guerra interna que afectaba fundamentalmente a los pobres y a los campesinos, porque fue en los barrios de los débiles económicos y en los campos venezolanos donde se dieron los combates que tuvieron la consecuencia de envilecer a nuestras fuerzas armadas y reforzar los argumentos de los concentradores de poder.

            La apariencia  generada por intentos de desarrollo tecnocráticos impracticables, hizo que se dispararan y distorsionaran las expectativas de bienestar, particularmente en los sectores medios de la población, lo que unido a las guerras internas comenzó a generar la separación entre sectores de la sociedad que desde entonces se ven con desconfianza. El país dejó de crecer porque los motores del trabajo creativo quedaron averiados.

            Las ilusiones de bienestar de una sociedad deforme llevaron a los sectores medios de la sociedad hacia aspiraciones insaciables que aún persisten, lo que los incapacitó para responder a la crisis inminente que estaba provocando la hipertrofia de “La Gran Venezuela” que introdujo formas de consumo imposibles de satisfacer en medio de una tradición social aún modesta, lo que solo aparentó lograrse con el desplazamiento de los sectores socialmente débiles del acceso a los bienes que producía el país y el aprovechamiento desmedido por parte de los sectores medios, que se asociaron impúdicamente a las manipulaciones de la cultura consumista. Llegamos a conocer profesionales que aun no tenían una vivienda en el país y eran propietarios de residencias vacacionales fuera de Venezuela.

            No fue difícil para los concentradores de poder y privilegios asociar los males nacionales con la actuación de los partidos políticos penetrados por el economicismo y el desarrollismo y entre todos fueron convirtiendo la reconciliación nacional del pacto político en un manejo de contubernios para la corrupción económica que fueron convirtiendo el bienestar creciente fundado en la justicia social, en una dramática separación de grandes detentadores de bienes y de un volumen inaceptable de pobres extremos. Entonces también empezaron a decrecer esos sectores medios que se habían estado apoyando en la instrucción y en el trabajo capaz y socialmente eficiente. Las crisis monetarias los golpearon duramente en sus compromisos y costumbres foráneas. Al fin y al cabo las decisiones y las medidas de la crisis eran decididas y ejecutadas por el partido gobernante y las devaluaciones se asociaron a la asunción de deudas internacionales, cuya satisfacción fue postergada por las ilusiones petroleras sin considerar que la misma no tenía solo una implicación económica y financiera, sino que tenía además una consecuencia inevitable de envilecimiento moral y de debilidad política, ya que se asumían con instituciones financieras voraces e implacables.

            La desconfianza mutua fue derivada íntegramente hacia los partidos políticos y las  fuerzas armadas envilecidas por la ineficiencia del poder, volvieron a la carga secular contra el civilismo que ya estaba arraigado en numerosos sectores de la población, la que guardó silencio o hasta dio su asentimiento porque se sentía oprimida por metas inalcanzables por la limitación económica que sentían producida por la corrupción y el ejercicio tortuoso del poder, ambos permanentemente remachados por los medios de opinión, como siempre terriblemente oportunistas, desviando la mirada de los ciudadanos de la necesidad de recuperar una sociedad reconciliada y sensata que supiera lo que debía exigir de sus dirigentes,

            Cuando las crisis se hicieron temibles se intentó recuperar un pacto político sin considerar la ausencia de reconciliación ciudadana y negándose a contestar una pregunta básica que se consideró traidora: ¿Donde estaba ese pueblo del 23 de enero que rodeaba a Miraflores ante los intentos de golpes militares que se dieron en los comienzos de la democracia, para evitar el paso de los tanques de guerra?

            También se ignoró el resentimiento contenido en la insurrección del llamado Caracazo y se trató de conjugar con un populismo ineficiente que en nada superaba el dolor de los pobres ni limitaba los privilegios que atormentaban la justicia.

            Ambas repuestas de los partidos dominantes, impidieron la abierta discusión de lo ocurrido y el tratar de dilucidar las causas reales de hechos inconcebibles en la Venezuela democrática que en ese momento era quien moría.

            El camino hacia el desprestigio de la libertad y el reinicio del camino militarista y autoritario comenzó en el momento en el que las fuerzas políticas ignoraron su tarea y las económicas intentaron salvaguardar sus privilegios controlando sectores del gobierno con el pretexto de la tecnocracia.

            Todo ejercicio político se consideró desviado y la libertad dejó ser un bien estimable ante el progreso de la necesidad, el país se fue enfrentando y los logros  tecnológicos no tuvieron ninguna eficiencia integradora, por el contrario, si miramos el desarrollo de la historia presente, lo que logran es dar más rigidez a la estratificación social que se va instalando cada vez con separaciones más extremas.

            Todo país de extremos rígidos y separados, donde los sectores sociales medios se hacen totalmente ineficientes como instrumento de balance y compensación por la preparación y el trabajo, desestima la libertad ante el progreso implacable de las carencias. La repuesta tecnocrática solo dio esperanzas a los que no la necesitaban porque ya tenían acceso a los bienes de la tierra y los débiles de la sociedad se dejaron cautivar por las palabras de amor de un profetismo con pretensiones redentoras que al final lo pide todo y da muy poco, pero en lo poco que da deja entrever esperanzas que es lo único que el ser humano siente que no se le puede arrebatar, pero las esperanzas terrenas se refieren a la vida concreta y cotidiana y no a la vida eterna y por eso se agotan.

Realmente en lo ocurrido, no hubo una insensatez de los débiles, sino la ilusión legítima de una justicia que se les negaba con la manipulación de un poder político responsable de la ineficiencia, ilusión que había sido cultivada por el populismo durante más de veinte años, lo que arrebató de las manos de los ciudadanos su conciencia de participación, solidaridad y conciliación. Cuando los beneficios de la salud, la educación, la seguridad, el trabajo, la vivienda y la alimentación se desplomaron, lo hicieron de repente y la polvareda del derrumbe aturdía la mirada e impedía ver hacia el pasado, lo único que quedaba era la urgencia del momento y no había espacio para pensar el futuro. La esperanza del ascenso hacia el bienestar que se fundaba en el esfuerzo y la educación, se vino abajo. No se trata de una especulación, sino de un dato verificable.  El orgullo de nuestra educación que se hizo masiva y accesible en todos los niveles, con una altísima participación de los pobres en los sistemas educativos, se hizo pedazos, y las mediciones que hacía la Oficina de Planeamiento del Sector Universitario mostraban que los hijos de los trabajadores, ya no los pobres marginados, constituían menos del 2% de la matrícula en las Universidades Nacionales, y que el acceso a las carreras de prestigio social era virtualmente hereditario, es claro entonces que la educación se convirtió en un instrumento de exclusión.

Todo lo que antecede es el relato de un proceso que no podía ser instantáneo, es imposible referirlo a decisiones puntuales, aunque no fuera visible, lo que siguió no fue tampoco el descubrimiento providencial de la situación, ni se trató de un fenómeno aislado en Venezuela.

La desaparición de los obstáculos que impedían la integración al mercado universal de los capitalismos de estado, que pasaron a ser liberales, soportados sobre el dinero concentrado por las élites políticas, que devinieron en mafias, a expensas del bienestar de la población, en conjunto con los mercados del liberalismo tradicional, donde la influencia de los sistemas financieros se hizo cada vez más importante, mundializada y determinante de la política, a partir del decálogo llamado Consenso de Washington, el poder se fue haciendo externo a los gobernantes, e incontrolable por su anonimia y su transnacionalidad. A pesar de que los beneficios económicos permearon hacia los países de donde obtenían fuerza de trabajo y materia prima, su diseminación no fue universal y   donde se lograban crecimientos y balances macroeconómicos, no se lograba conjugar la pobreza.

En Venezuela era evidente y mientras más se corría detrás de las fórmulas del balance financiero del país, tanto más aumentaban las complicidades entre la política y el capital, y el tormento de las carencias dejaba espacio para los hombres providenciales, a cuya sombra se hacen más expeditas las corrupciones.

La repuesta providencial entró abiertamente en el país con la misma complacencia que tuvo en amplios sectores de la población la asonada militar mal discutida, se repitió la historia de los amplios apoyos de los sectores influyentes a la conjura contra el civilismo de 1948.

Entonces y ahora nos parece imposible recuperar la reconciliación, que es y será diferente al diálogo, el Espíritu del 23 de Enero no floreció a la vera de Marcos Pérez Jiménez, y así como ahora se festejaba al Balcón del Pueblo, entonces se cortejaba al Salón Venezuela del Círculo Militar y a mediados de diciembre de 1957 nadie se atrevía a discutir la solidez del régimen, pero repentinamente, el escamoteo de una nueva elección comenzó a desmoronar el poder y se empezó a gestar una reconciliación nacional que entendió el valor de la democracia, de las elecciones, de la discusión y de la participación y no se equivocó, porque progresó con ellas durante dos décadas.

Los diálogos, los consensos y los acuerdos solo son útiles cuando se tiene el fundamento de la reconciliación, el problema de nuestra democracia post-reconciliatoria fue el de olvidarse de algo, de un amplio sector de la población que se hizo invisible, irrelevante y cuando asomaba la cara lo tratábamos como culpable. En estos catorce años se nos hizo visible, por desgracia de la manera más grotesca y con su peor cara, con su inmensa delincuencia, con su espeso tributo de muertes, con su exagerada violencia, con sus presos maltratados y con la mascarada de unos servicios mediocres, mal intencionados, destinados a cubrir los grandes espacios de la corrupción en complicidad con los países más permisivos y aunque muy predicadores, los menos interesados en el bienestar de las mayorías. Los pobres sufrientes siguieron en la sombra y aunque se derramaron dádivas económicas no se les reivindicó de la verdadera miseria, como es la de desconocerse a sí como seres humanos, como parte del país y como indispensables para su sobrevivencia armónica.

A estas alturas hemos superado una de las graves dificultades para nuestra reconciliación, el saber que están allí, pero la superamos a los golpes, y aún no hemos podido verles como víctimas sino como culpables.

Además de adquirir esta conciencia, tendremos que iniciar el camino que nos causa mayores problemas, el de ser capaces de renunciar a un poco de nuestro bienestar, el de moderar nuestras aspiraciones, el de atenuar nuestro interés de lucro, el de buscar nuestro futuro en un ambiente de serias dificultades, el de lograr en resumen, reconocerlos a ellos tal como son y hacerlos parte de nuestra vida cotidiana, para lograr estar disponibles para ellos como una actividad normal y no excepcional y para lograr de ellos no la gratitud sino la disposición hacia nosotros para tratarnos de una vez como seres humanos con la misma consistencia y definición.

Esta es una forma de convertirnos mutuamente a un acceso al poder y el diálogo y los acuerdos tendrán un  fundamento real y viable. Parece utópico, pero no lo es, porque se trata de un camino y de un sentimiento, no de un logro concreto, corresponde a la política desarrollar y convenir los instrumentos para andar ese camino, será a ella a la que le corresponda equivocarse y enmendar, pero a estas alturas parece difícil que se pueda progresar en el sentido de la humanización llamada desarrollo sin el componente de la libertad que debe sentirse en una sociedad reconciliada.

Amartya Sen, un bengalí, profesor de Harvard y ganador de un Premio Nobel de Economía, ha sido uno de los inspiradores de la PNUD, organización de las Naciones Unidas para el desarrollo, para cambiar la visión economicista incluso de los organismos financieros internacionales, sosteniendo en resumen que si no hay libertad no hay  desarrollo humano y si no hay desarrollo humano no hay desarrollo económico y que el desarrollo humano pasa por el rescate de los pobres.

Llegados a este punto, tendremos que convenir que la anti política no tiene sentido, negarse a participar organizadamente en la conducción de un país no es razonable, no podemos renunciar al sistema conciliador de los interesas particulares, no podemos renunciar a nuestra propia vida y no podemos aceptar que los partidos políticos nazcan y crezcan después que se han desarrollado intereses particulares y no como propuestas previas hechas a la sociedad. Si no nos gustan los que existen, estamos obligados a substituirlos y eso lo hacemos oyéndonos unos a otros y aguzando la imaginación. No tenemos que lograr acuerdos, solo tenemos que mirarnos y aceptarnos.

La necesidad y el miedo ya hicieron unificar a un sector de la sociedad, debemos salir a la búsqueda no de un líder, sino de una ocasión para tener sentimientos comunes y de incorporar a ellos a los excluidos, sean o no pobres, entonces podremos hablar de paz y de progreso.

 

 

 

           

 

 

1 comentario:

  1. MARIANO FUENTE, S.J. ESCRIBIÓ:
    La frivolidad reinante impide la profundidad en el pensar. Por eso repetimos opiniones que oímos y nos parecen que es el pensar común. Es un estudio muy, casi gráfico, de lo que yo casi viví completo. Por eso lo entiendo. Me gusta que estudie el proceso sólo en Venezuela y no se fije en concreto en algún otro país que vive paralelo proceso,
    porque a mi me parece, que en este país la solución que propone es fácil. Tenemos imaginación, y es posible vernos las caras. Yo creo que vivo esta experiencia, a nivel muy de gente que me conoce y escucha como el "Padre de San Ignacio".
    Pero intuyo el poder de la redes que multiplican la imaginación a horizontes alternos y acercan las caras, y las individualizan, en creciente diálogo.
    Te agradezco el y los artículos que incorporados a tu Escapulario los
    envías a la red con ese propósito.

    Mariano

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