martes, 4 de septiembre de 2012

EL OTRO TIEMPO DE LA AUTOPISTA

                                                                 Mercedes Muñoz (*)


Fumar, tomar cerveza, comer pizzas en la Vesubiana, leer a García Márquez, a Vargas Llosa o a Julio Cortázar, era parte del disfraz de adultas que llevábamos todas a los 19 años. Leímos a estos autores desde la más absoluta candidez y sin conciencia alguna de qué los había convertido en los héroes del Boom latinoamericano. Desde ese lugar virginal nos enamoramos de ellos.

   

    Sobre Julio Cortázar corría el mito de que padecía una enfermedad muy rara, por eso no dejaba de crecer ni envejecía. Todavía no sé si fue el mito de su enfermedad, o la lupa con la que revelaba el microcosmos de la cotidianidad lo que más me gustó de él. Una mosca que vuela al revés, un hombre que se queda atascado poniéndose un pullover y se cae por la ventana,  microorganismos y estrellas vistos desde el observatorio y el capitulo 7 de Rayuela: Toco tu boca… Son recuerdos de la misma intensidad que los primeros besos. 


GUILLERMO MENESES
   A los 19 años conocía algo de la obra de Cortázar, pero casi nada de la de Guillermo Meneses. Él era apenas el señor viejo e inválido que vivía en el PB debajo de mi casa. Más conocía a Rosa Ortega, la enfermera que lo cuidaba. Una mujer que pasaba los sesenta años aunque lucía más vieja, fumaba muchísimo y compraba los cigarros por cartones. Sus vulgares ocurrencias me hacían mucha gracia. Cuando se nos acababan los cigarros, iba yo de emisaria a pedirle dos.
"¡No joda, chica, tu mamá y tú como que creen que yo soy la tabacalera nacional! ¡Compren sus cigarros, pendejas!"-  respondía, mientras me hacia pasar a tomar un cafecito y a fumarme un cigarro con ella.


   Un día, camino a mi casa, en el parque que dividía las dos torres, oí que Cortázar iría esa noche al edificio. Llegué a mi casa y comenté extrañada. Rápidamente mi mamá ató cabos y supo que la visita sería a casa del señor Meneses. Corrí a preguntarle a Rosa y quedé cordialmente invitada con mi novio para la tertulia esa noche.


  Cuando llegamos, la siempre vacía casa del señor Meneses estaba llena. Apabullados con tanta gente famosa, nos sentamos en una esquinita con el  güisqui que Rosa nos ofreció. Éramos los más jóvenes y sólo Rosa nos conocía. No había razón alguna para que Cortázar se fijara en nosotros. Yo lo miraba absorta, disfrutaba el tono suave al hablar, sus manos largas y suaves, la mirada profunda y la ternura y respeto con que trataba al señor Meneses a quien, según supe, el mismo Cortázar había solicitado visitar. En un momento caminó hacia nosotros, pensé que se dirigía a la cocina, pero no, venía a hablarnos a nosotros, el par de párvulos. Fue cosa de segundos, con tono de maestro nos preguntó si escribíamos, a lo que  logramos responder que si, pero que casi todo lo rompíamos, entonces nos aconsejó no romper, más bien guardar, después visto con otros ojos lo escrito nos podría servir, nos dijo. Él mismo se había sorprendido de cosas escritas años atrás que luego le sirvieron para desarrollar nuevos proyectos, -"¡Mucha suerte¡"-  nos deseó y volvió con los otros.


   Diez años después, después de varias semanas de encierro en mi casa dedicada al cuidado de mi primer hijo acabado de nacer, sucedió el segundo encuentro con Cortazar.


   Este encuentro ocurrió en ese tiempo en que una se aísla del mundo y la única noción de tiempo que percibe es la que transcurre entre una amamantada y otra. Son esos días en los que una se debate entre lo  sublime de la maternidad y el tedio de existir sólo para darle al otro; es esa época en que se alberga en el pecho una rabia secreta hacia el padre del niño porque él sí puede entrar y salir  del otro mundo a su antojo.


   Una noche de esas, mientras mi hijo y su padre dormían, aproveché y prendí la televisión. Para mi suerte estaban repitiendo en el canal cinco una entrevista a Julio Cortazar conducida por Joaquín Soler Serrano, que agarré empezando. Este hombre que me había enamorado hacía diez años con sus cuentos, su rara enfermedad y su humildad, me conquistó de nuevo con la historia de su vida.  Tenía preferencia por los detalles, hurgaba en los misterios de la cotidianidad y desde allí contaba sus historias. Como en el libro que escribió con su último amor, Carol Dunlop, Los astronautas de la cosmopista, prefería acampar en 65 paraderos de la autopista que va de Paris a Marsella para asombrarse con cualquier cosa pequeña que lo guiara por el otro tiempo de la autopista.


   La entrevista fue larga, dos amamantadas completas y todavía pude disfrutarla sola un rato más. Para mi sorpresa, cuando terminó, salió un locutor explicando que debido a la muerte de Cortázar ocurrida el día anterior habían decidido repetir esa entrevista realizada unos meses atrás, completa, sin editar. Lloré mucho y por largo rato. Al acostarme quise compartir mi pena, pero al padre del niño le dio mucha risa que yo lo despertara con esa tragedia por la muerte de Cortazar que había salido en todos los periódicos el día anterior. Y es que el tiempo del amamantamiento es como el otro tiempo de la autopista.  

JULIO CORTÁZAR
   La primera vez que leí el cuento La autopista del Sur de Cortázar, fumaba, tomaba cerveza y comía pizza en la Vesubiana, pero no sabía manejar ni me importaban los carros, sería por eso que de todo lo que aconteció en esa interminable cola me interesaron principalmente los amores. La segunda vez que leí La autopista del Sur, ya asistía a la universidad y manejaba, por eso conocía la tragedia que significa no poder distraerse en el tráfico, también entonces me identifiqué con la muchacha del Dauphine, y aunque  no tenía idea de como luce un Dauphine, a la muchacha la imaginaba claramente. Ahora, en mi tercera leída, es un hecho que en mi vida los carros no tienen lugar afectivo, pero me siguen cautivando las relaciones que ocurren en el otro tiempo de la autopista, sobre todo los enamoramientos. En mi tercera leída de La autopista del Sur, confirmé que también sigo enamorada de Cortazar como el primer día.  



(*) Licenciada en Educación. Presidenta de la Junta Directiva de AVESA (Asociación Venezolana para una Educación Sexual Alternativa). Defensora de los derechos de la mujer. Actualmente escribe una columna semanal en un diario de circulación nacional.


   

2 comentarios:

  1. Ese estilo coloquial, sincero, humilde, pero de gran profundidad que por primera vez leo me ha gustado bastante. Te está copiando Franklin y me recuerda la oralidad de la madre que en igual forma se expresaba y con quien mantuve una profunda y productiva amistad.

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  2. Hola Mercedes
    Gracias por traerme el recuerdo de los tiempos en los que se podía ser vecino y amigo sin problema.
    El recuerdo del Dr. Meneses y de Rosa Ortega son amables, aun cuando los conocimos ya agotados por el tiempo, pero es que el recuerdo de esa época está ligado al de personas aun frescas y amables como Elisa y La Nena que se nos fueron demasiado pronto.
    Gracias por traer recuerdos felices.
    Nelson

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