Del 19 al 21 de junio de este año el Colegio Venezolano de Neuropsicofarmacología organizó y realizó en Barquisimeto las VIII Jornadas de Actualización en Psicofarmacología y la I Jornada de Salud Mental de la Mujer. La Conferencia Magistral del evento estuvo a cargo de la destacada historiadora Inés Quintero Montiel. Doctora en Historia, Profesora Investigadora en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos y Coordinadora de la Maestría de Historia de Venezuela de la Universidad Central de Venezuela, así como Individuo de Número de la Academia de la Historia entre sus muchos títulos de su abultado currículo, la Invitada Especial de estas Jornadas dictó la conferencia que publicamos a continuación con su expresa autorización. Es tanto nuestro deseo como el suyo abrir un diálogo sobre este importante tema, por lo cual invitamos a los lectores a participar con sus comentarios.
"En la edad en que la muchacha pareciera apta para las
letras y el conocimiento de las cosas, comience por aprender aquellas que al
cultivo del alma pertenecen y las que conciernen al régimen y gobierno de la
casa. Aprenderá nuestra doncella el arte de la cocina, no de la cocina
tabernaria, sórdida, de manjares inmoderados para el consumo de muchos, sino
aquel arte de cocina sobria, limpia, templada y frugal con que aderece la
comida a su padre y hermanos mientras permanece en su doncellez, y una vez que estuviere
casada, a su marido y a sus hijos, porque así granjeará no poca estima de los
unos y de los otros.”
Estas y muchas otras recomendaciones, fueron escritas por
el filósofo y humanista del siglo XVI,
Juan Luis Vives y forman parte del libro titulado La formación de la mujer cristiana, cuya finalidad fue organizar
los principios que debían regir la educación de la mujer y divulgar las normas
y preceptos que le sirvieran de guía para mantenerse dentro de la senda del
Señor. Estas normas de comportamiento fueron ampliamente difundidas en España y
en América a través de la misma obra de Vives y de los devocionarios y
materiales de instrucción que normaban la educación de la mujer.
En el mismo libro de Vives se puede leer otra máxima
fundamental en el proceso de formación y educación de las mujeres: la sujeción
al hombre.
Al respecto la sentencia del teólogo valenciano es
elocuente:
La Naturaleza, maestra sapientísima, nos dio a entender que
al macho incumbía la defensa y a la hembra la docilidad en seguirte, y buscar
cobijo en su tutela, y mostrársele complaciente y mansa por vivir con más
comodidad y seguridad”
La conclusión es lógica:
“La mujer casada amará todos los estudios que cultive su
marido, los admirará, para todos tendrá respetos y asentimientos, dará fe a
todo lo que el dijere, aun cuando contare cosas inverosímiles e increíbles;
reflejará todas las expresiones de su rostro; si se riere, ella reirá, si se
entristeciere, se le manifestará triste. En ninguna cosa se prefiera a su
marido, téngale por padre, por dueño, por mayor y mejor que ella, y así lo crea
y así lo diga”.
Este predicamento era compartido por otros teólogos y pensadores de la época, inspirados en las mismas fuentes que Vives: las Sagradas Escrituras. El mandato, por tanto, no era un capricho proveniente de los mortales sino del Altísimo. En obras anteriores a la de Vives como el Jardín de Nobles Doncellas escrito por el padre agustino Fray Martín de Córdoba finalizando el siglo XV o en el conocido y muy difundido libro de Fray Luis de León, La Perfecta Casada publicado en 1583, se pueden leer exactamente los mismos preceptos.
Este predicamento era compartido por otros teólogos y pensadores de la época, inspirados en las mismas fuentes que Vives: las Sagradas Escrituras. El mandato, por tanto, no era un capricho proveniente de los mortales sino del Altísimo. En obras anteriores a la de Vives como el Jardín de Nobles Doncellas escrito por el padre agustino Fray Martín de Córdoba finalizando el siglo XV o en el conocido y muy difundido libro de Fray Luis de León, La Perfecta Casada publicado en 1583, se pueden leer exactamente los mismos preceptos.
Estas consideraciones acerca de la mujer y su lugar en la
sociedad, no fueron obra exclusiva de los seguidores de la palabra del Señor en
los siglos XV y XVI; también entre los voceros más calificados de la
ilustración dieciochesca, entre los defensores de la igualdad y la libertad,
como Juan Jacobo Rousseau, se compartía la idea de que la mujer debía estar
sujeta al hombre. El marido, afirmaba Rousseau, debía estar en condiciones de
supervisar la conducta de su esposa, porque es importante para él asegurarse de
que los hijos a los cuales está obligado a reconocer y mantener, han sido
realmente engendrados por él.
Podríamos seleccionar muchas otras afirmaciones o
comentarios sobre la mujer en las obras de Voltaire, Montesquieu, Locke y otros
autores emblemáticos del movimiento de la Ilustración y nos encontraríamos con
una concepción bastante uniforme respecto a la conveniencia de que la mujer se
mantuviese alejada de la plaza pública y
se dedicase al cuidado y atención de los asuntos domésticos, bajo el ala
protectora de su padre o de su esposo.
Tampoco nuestros propios ilustrados, los promotores y
defensores de la revolución de independencia tuvieron en su agenda o mostraron
particular preocupación por discutir o transformar este parecer inamovible
sobre la condición de la mujer y el lugar que debía ocupar en la república.
Frente a la presencia inevitable de las mujeres en medio de
los desajustes que produjo la guerra de independencia, fueron muy cautos los
patriotas a la hora de propiciar la actuación y el compromiso de las mujeres
con la causa revolucionaria. Se ocuparon más bien de saludar su apoyo en las
labores propias de su sexo: ayudando a los enfermos, contribuyendo en la
preparación de sus alimentos, elaborando sus vestidos o, en el mejor de los
casos, encomiando sus sacrificios a favor de la patria, pero siempre teniendo
muy presente las virtudes que debían adornar a una mujer de bien: sumisión,
obediencia, magnanimidad, generosidad. Simón Bolívar en más de una ocasión
manifestó su parecer al respecto. En sus cartas a María Antonia, su hermana, no
solamente le ordenó que no se metiese en política, también le manifestó sus
reservas respecto a que, como mujer, pudiese atender con solvencia la
administración de los bienes y el patrimonio familiar. El lugar adecuado era la
casa, lejos de la plaza y la faena pública.
Emilio Mauri: Luisa Cáceres de Arismendi |
Al concluir la guerra, el inmenso compromiso que
representaba construir una nueva nación, necesitaba mujeres republicanas que
estuviesen atentas y fuesen respetuosas del lugar que debían ocupar en la
sociedad. En todos nuestros países se publicaron manuales de urbanidad y
enseñanza moral que nos remiten a las máximas de los teólogos y filósofos del
siglo XVI
Uno de los primeros manuales que se publicó en Venezuela
durante el siglo XIX y que tuvo amplia difusión como catecismo de educación
republicana fue la obra Lecciones de
buena enseñanza moral, publicada en 1841 por Feliciano Montenegro y Colón,
fundador de uno de los primeros colegios laicos privados en Venezuela. El manual de Montenegro decía así:
“…convendría que
los padres recordaran a sus hijas que
para llevar sus futuros deberes están obligadas, ante de todo, al aprendizaje de
los oficios caseros anexos a su condición, sin desdeñar el conocimiento de los
inferiores (…) no merecen este título (el de esposas) las ociosas y
descuidadas; y que con preferencia a la hamaca y a la ventana, deben ocuparse
del aseo de sus casas y en varias minuciosidades que no son de olvidarse”
Poco tiempo después se publicó otro importante libro que se convirtió en EL
MANUAL, me refiero al Manual de urbanidad y buenas costumbres para
uso de la juventud de ambos sexos escrito por Antonio Carreño en 1852 el
cual además de tener numerosísimas ediciones en Venezuela no sólo durante el
siglo XIX sino también en el XX, también se publicó en Colombia y otros países
de América Latina. El discurso era muy similar.
Oigan lo que dice el Manual de Carreño:
“En la mujer es el
orden más importante que en el hombre…su destino la llama a ciertas funciones
especiales, en que necesariamente ha de ser el orden su principal guía, so pena
de acarrear a su familia una multitud de males de alta trascendencia. Hablamos
del gobierno de la casa, de la inmediata dirección de los negocios domésticos,
de la diaria inversión del dinero y del grave y delicado encargo de la primera
educación de los hijos, de que depende en gran parte la suerte de éstos y de la
sociedad entera”.
Esta misma orientación, esta misma manera de entender la
vida femenina, esta forma de normar la existencia y actuación de la mujer en la
sociedad era la que se reproducía en la educación formal, en las escuelas para
niñas, fuesen estas laicas o católicas,
públicas o privadas. Estaba dispuesto un formato educativo que
establecía una misma cartilla para las niñas que serían futuras esposas. Las
que tenían la fortuna de ir al colegio se educaban en las siguientes asignaturas:
Lectura, Doctrina cristiana y urbanidad, costura, escritura, bordado, gramática
castellana, aritmética, dibujo, geometría, historia sagrada y profana, Religión
y moral.
El dispositivo tenía
un complemento perfecto: la prensa, los artículos dirigidos a la mujer
en los periódicos locales, en los nacionales, en las revistas para las damas.
Un ejemplo extraído de un periódico de Barquisimeto, en el occidente de
Venezuela, puede ser útil. Allí se publicó un artículo titulado “Máximas de una
madre para la felicidad de su hija”,
apareció en julio de 1887.
Una mínima selección del artículo dice así:
“Acostúmbrate
como mejor puedas al género de vida que más convenga a la persona con quien te
has unido. No amargues los ratos de su recreo y descanso con la relación de
disgustos domésticos. Busca aquellas ocupaciones que más agradables le sean y
que más importancia y valor te den a sus ojos, prefiriendo a todas el gobierno
doméstico, que es el verdadero imperio de la mujer”
En El Cojo Ilustrado,
la más importante publicación cultural de Venezuela desde que se fundó en 1892
hasta que desapareció en 1915, se publicaban frecuentemente entregas acerca del
ser femenino. Una de estas la firmaba Nicanor Bolet Peraza, escritor
costumbrista venezolano. La primeras dos líneas son suficientemente elocuentes:
“La mujer venezolana pertenece toda al hogar. Del dintel de
su casa para afuera, no tiene jurisdicción alguna; pero del umbral para dentro
es soberana”
Luis López Méndez, ensayista, crítico literario y también diplomático, vinculado a las
corrientes del positivismo, explicaba científicamente el origen de la
inferioridad femenina y la razón por la cual el espacio de su actuación debía
estar limitado al reducido círculo de la vida doméstica:
“…el
cerebro de una mujer pesa una décima parte menos que el del hombre, a lo que
deberá agregarse que las diversas regiones cerebrales no aparecen igualmente
desarrolladas: en el hombre lo está la región frontal y en la mujer la lateral
y posterior. Además el occipital de esta última se dirige horizontalmente hacia
atrás; todo lo cual ha llevado a la conclusión de que la mujer es un ser
perpetuamente joven que debe colocarse entre el niño y el hombre.”
En
consecuencia, no pueden las mujeres discurrir sobre temas profundos porque su
cerebro no le permite semejante exigencia. Conténtese entonces con saber leer,
escribir y contar, bordar, coser, cocinar y bien administrar, lo demás bien
podría darles lucimiento, pero también podría resultar un inconveniente para su
estrechez mental o, en el peor de los casos, un estorbo para la sociedad.
Inspirándose en Fray Luis de León y su clásica obra La
Perefecta Casada otro autor recomendaba a las esposas del siglo XX que tuviesen
de modelo a las hormigas: para construir un hogar confortable, agradable, risueño,
alegre, claro, íntimo y limpio. Deben esmerarse,
además, en la atención del marido: tener siempre prestas sus zapatillas,
planchadas sus camisolas, la ropa en sazón, nítidas las botas, los condumios
preparados, los cigarros a la vista, las flores en la mesa y la sonrisa en los
labios (Ecos de Gloria, 1931). La
columna tenía como título “Tratado de la Perfecta
Novia”.
Podemos seguir extrayendo referencias del mismo signo y
contenido que reiteran hasta el cansancio las máximas de sabios, filósofos y
teólogos, pasando por la preocupada madre barquisimetana hasta llegar a los
preceptos que de manera inconmovible se sostienen en las primeras décadas del
siglo XX, en las páginas de la prensa, en los manuales, en los programas
escolares. Virtud, modestia, discreción, eubolia, eutrapelia, entrega al marido
o a Dios, es lo que se exige a las mujeres sin mayores variaciones.
Durante la década del treinta, de manera tímida, aislada y
prudente, se ventilan por la prensa ideas que advierten un sutil cambio en el
discurso, sin cuestionar en ningún caso el ideal fundamental de
mujer-madre-esposa y sin modificar el mandato de la virtud. El cambio se
refiere, básicamente, a la posibilidad de un cierto tipo de trabajo femenino fuera
del hogar y a discurrir acerca de las ventajas que tendría ampliar los
contenidos de la educación dirigida a la mujer, de manera que estuviese en
capacidad de sortear las demandas del momento.
La formación de la mujer es, pues, una
materia por resolver, pero también lo es la de aceptar la idea de su
profesionalización, aunque sea en determinadas carreras: aquellas que se
ajustan a su sexo. La carrera de farmaceútica, por ejemplo, es una de ellas. Valga traer a colación las
ventajas que se le asocian:"…La Farmacia es una profesión sedentaria, lo
cual se adapta a su organismo y no entra en contradicción con la vida hogareña,
sus funciones pueden perfectamente ser dominadas por la inteligencia de la
mujer, las manos pequeñas y ágiles de las damas están hechas para manejar el
granatorio, la espátula y las medidas de cristal; sus dedos para tornear
píldoras, doblar papeletes y rotular los envases. Como la mujer posee un alma
artística, la dispensación de los medicamentos resultaría con la elegancia y la
belleza que reclama la Farmacia del ejercicio profesional" (Progreso y Cultura, 1930).
Se puede aceptar, entonces, que las mujeres salgan del
hogar a realizar oficios que no están en contradicción con los alcances de su
inteligencia y que se ajustan de manera natural con sus peculiaridades
fisiológicas. La defensa del trabajo femenino y la idea de ampliar el espectro
de su formación pretenden salirle al paso a los nuevos tiempos, pero sin desmontar el modelo establecido desde antiguo.
Debe educarse a la mujer para que no se extravíe de la senda de la virtud en
épocas de mayores tentaciones y peligros; igualmente es oportuno fijar el tipo
de actividades que puede desempeñar fuera del lindero del hogar.
No hay disensiones. Desde tiempos remotos la cartilla luce
inconmovible, sin matices: todas las mujeres debían comportarse de la misma
manera, sin diferenciaciones sociales, ni locales, ni civiles: casadas, viudas,
doncellas, ricas, pobres, mestizas, negras, indígenas, tenían el mismo mandato:
cumplir con sus deberes de esposas, obedecer a sus maridos, dedicarse a los asuntos propios de su sexo, entregadas
al cuidado de sus hijos, a la administración del hogar y a ocuparse de aquellos
oficios que no estuviesen en contradicción con el mandato de la virtud.
El problema es que la realidad dista mucho de ser tan
uniforme e inconmovible como el mandato sobre el lugar y comportamiento de la mujer en la
sociedad.
Los estudios acerca de la vida femenina, las acuciosas,
apasionantes y detalladas investigaciones que se han hecho sobre la historia de
las mujeres aquí y en la mayoría de nuestros países en las últimas
décadas, han dejado al descubierto la
fortaleza, uniformidad y éxito de este
discurso referido a la mujer a lo largo de los siglos. Pero, al mismo tiempo, han demostrado de
manera elocuente y con la misma fortaleza y contundencia cuán distante han estado las mujeres de esta
prédica inamovible. Hoy, luego de las investigaciones realizadas resulta
sencillamente imposible sostener que la vida de las mujeres ha estado o estuvo
circunscrita de manera exclusiva o de manera preferente o fundamentalmente a la
administración del hogar, al cuidado de los hijos y a la atención del marido. La realidad es
terca y las mujeres también. No hay manera de establecer una relación directa
entre la uniformidad del discurso y lo que fue la dinámica diversísima y las
numerosísimas experiencias vividas por
muchísimas mujeres que no respondieron al estrecho marco establecido sobre el
papel que les correspondía ocupar en la sociedad. Fueron ellas, quienes a
través de su accionar, modificaron las condiciones de su existencia contribuyendo de esta manera a
transformar el entorno en el cual se desenvolvieron generando un impacto cuyas
huellas forman parte sustantiva del registro de nuestra historia.
Sabemos ahora que las mujeres, aun aquellas que estuvieron
en la peor condición, aquella que se vieron sometidas a la peor forma de
explotación: la esclavitud. Procuraron por diferentes vías, rebelarse a su
destino y construir para ellas y para sus hijos una posibilidad de vida
diferente. El caso de María Gracia Tovar, es un ejemplo de ello. María Gracia
nació esclava. Su entorno, las condiciones de vida, la dificultad ostensible de
salir de su condición, el ambiente económico, social cultural, el sistema mismo
de la esclavitud. TODO estaba en su contra…Sin embargo María Gracia tenía un
solo objetivo en la vida…ser una mujer libre, y lo consiguió. Producto de su
trabajo personal y de una voluntad y perseverancia excepcionales logró reunir
la cantidad de 300 pesos que le permitieron ser su propia dueña, al comprar su
libertad a sus amos. Esto ocurrió en 1784, después de haber vivido durante más
de 20 años siendo esclava de la familia Tovar. El día que abandonó la casa de
sus antiguos amos, dejó a su hija María Eugenia, esclava como ella al servicio
de los Tovar. Desde ese momento y de manera ininterrumpida, María Gracia Tovar
trabajó sin descanso para conseguir
también la libertad de su hija y lo logró. Cinco años después se
presentó ante sus antiguos amos y compró a su hija. Es una historia de
necesidad extrema que expresa no solamente una voluntad sino un carácter y una
personalidad que da cuenta de la fuerza y reciedumbre de esta mujer y otras que,
como ella, forman parte de nuestra historia y de las distintas maneras en que
las mujeres, fueron capaces de conducir sus vidas para labrarse un futuro más
digno.
Sabemos ahora que, las mujeres se ocuparon de su formación,
de estudiar, de instruirse, a pesar de las convenciones y limitaciones que
exigía el modelo establecido. Fueron ellas fundadoras de escuelas, de
periódicos, de revistas dedicadas a las damas, se animaron a manifestarse a
través de la poesía, la prosa, el periodismo, y también producto de su empuje y
determinación incursionaron en las universidades, estudiaron, se convirtieron
en profesionales, abriendo el camino para que otras mujeres pudiesen seguir sus
pasos. Ya en la década de los noventa, había más mujeres que hombres estudiando
en nuestras universidades, tendencia que se ha consolidado y ampliado, al punto
que no es una extravagancia que haya mujeres calificadas y ampliamente
preparadas al frente de nuestras principales casas de estudio.
Sabemos ahora que la totalidad de las mujeres no estuvieron
recluidas en sus casas dedicadas a la administración del hogar y esperando
apaciblemente el sustento diario. Todo lo contrario, históricamente las mujeres
han sido un factor inocultable en la vida productiva de nuestros países, no
sólo en el sostenimiento de la economía doméstica, lo cual ya les otorga un
lugar digno y relevante en la historia, sino en los más diversos ámbitos de la
vida económica. En el caso de la historia de Venezuela y Venezuela naturalmente
no es una excepción, existen amplias y contundentes evidencias documentales de
la actividad económica desplegada por el llamado sexo débil que dan cuenta de
la diversidad de espacios productivos que eran ocupados por mujeres. En la
colonia son bastante comunes los registros de mujeres dueñas y administradoras
de encomiendas o que estuvieron en el negocio de las perlas; es posible
conseguir haciendas de cacao que eran administradas o dirigidas por mujeres con
niveles de producción variable, desde 600 hasta 5 fanegas de cacao; o
propietarias de importantes trapiches con altos índice de producción de azúcar;
mujeres ganaderas; comerciantes, dueñas y administradoras de embarcaciones que
manejaban y dirigían negocios de intercambio dentro y fuera del territorio de
Venezuela; hubo también mujeres que vendían y compraban esclavos o que eran
dueñas de obrajes, telares, fábricas de tejas, de casas de alquiler,
compradoras y vendedoras de oro, prestamistas o mujeres casadas, viudas,
solteras que se ganaban la vida dignamente como artesanas calificadas,
plateras, costureras, pulperas, chicheras, bordadoras, tejedoras, panaderas,
dulceras, o ejerciendo muchos otros oficios que, de manera independiente, les
permitían obtener el sustento o contribuir en el mantenimiento del hogar, fuera
o dentro de sus casas.
Muchas de estas actividades se mantienen y diversifican
durante el siglo XIX colocando a numerosas mujeres al frente de negocios y
empresas de diversa índole: tipografías, fundición de metales, procesamiento
del grano del café; actividades mercantiles de compra y venta de productos
nacionales e importados; escuelas para niñas; talleres de costura y otras
variadas actividades que pueden rastrearse en los abundantes anuncios de prensa
que existen al respecto. Durante el siglo XX, por supuesto, este panorama se
amplia y diversifica de una manera abrumadora. Son numerosas las experiencias
exitosas de mujeres emprendedoras que producto de su creatividad, empeño,
disposición y calificación han establecido negocios de enorme impacto económico
dentro y fuera de Venezuela. Difícilmente puede pensarse en la vida económica
de nuestro país sin considerar la presencia de las mujeres en lo que ha sido su
desenvolvimiento y desarrollo.
Teresa de La Parra |
Sabemos ahora que, aun cuando las normas y las costumbres
establecidas desde antiguo ordenaban a la mujer obediencia y sumisión al
hombre, aceptación irrestricta de su autoridad, de su derecho a corregirlas y
llevarlas por el buen camino, muchísimas mujeres tuvieron el arrojo, el coraje,
la fortaleza de dirigirse a los tribunales a denunciarlos por maltrato y
sevicia cuando éstos, pretendían justificar sus excesos amparándose en el
formato dispuesto para el control y sujeción de las mujeres. Los archivos están
repletos de juicios adelantados por numerosísimas mujeres que se vieron en la
necesidad y estuvieron dispuestas a ponerle la mano en el pecho no sólo a sus
esposos, también a sus padres, hermanos e incluso a sus hijos, para llevar una
vida digna, sin humillaciones,
vejaciones ni maltratos.
La lucha contra el maltrato doméstico adelantada de manera
individual, aislada, desprotegida por todas aquellas mujeres que fueron
víctimas de violencia en sus hogares, ha sido y sigue siendo un tema de enorme
relevancia en nuestra sociedad, Sabemos también que, en las últimas décadas se
ha hecho un enorme esfuerzo por atender este agudo problema a fin de establecer
mecanismos capaces no solamente de apoyar y orientar a las mujeres que se
encuentran en esta situación sino también para incidir en la sociedad con el
propósito de transformar los fundamentos de una cultura donde la violencia y el
maltrato conviven como parte de la vida doméstica. Ha sido producto de esta
lucha constante de las mujeres, de la defensa irrestricta de su dignidad que
contamos hoy con numerosas instituciones dedicadas expresamente a la atención
de esta problemática. En 1998 se sancionó la primera ley sobre la violencia
contra la mujer y la familia y en el 2007
se aprobó la Ley Orgánica sobre el derecho de las mujeres a una vida libre
de violencia.
Lya Imber de Coronil |
Sabemos también que la ampliación de los derechos civiles
de las mujeres, que la reforma de códigos y leyes, fueron resultado de las
luchas emprendidas por las mujeres, de la acción adelantada por todas aquellas
mujeres que salieron a la calle, se
movilizaron, expusieron por distintos
medios la validez de sus demandas, exigieron para ellas y la totalidad de las
mujeres el reconocimiento de sus derechos civiles, de compartir las
responsabilidades en la en la educación de los hijos, en la administración de
los bienes conyugales, enfrentando y rechazando las reservas y
descalificaciones que, recurriendo a los mismos argumentos del siglo XVI, condenaban su incursión en asuntos que no
eran de su incumbencia con la aspiración de que se ocupasen de las nimiedades
propias de su sexo.
Sabemos ahora que, aun cuando no estaba previsto que las
mujeres intervinieran en la vida pública, fueron muchas las mujeres que
participaron, estuvieron presentes, defendieron e hicieron valer sus opiniones
y pareceres políticos en distintos momentos de nuestra historia. Los procesos
de independencia son quizá la evidencia más clara de lo que significó la toma
de partido de las mujeres en uno y otro bando. La presencia femenina en las
guerras de independencia no se limitó
exclusivamente a las heroínas emblemáticas de cada uno de nuestros países convertidas
en íconos referenciales de una imagen idealizada de virtud, fueron muchas las
mujeres que estuvieron allí apoyando a patriotas o realistas, en el campo de
batalla como soldados y soldaderas, haciendo labores de espionaje, en funciones
logísticas de diverso tipo; muchas de ellas fueron perseguidas, juzgadas,
castigadas o ajusticiadas. En sus declaraciones, en su correspondencia, en su
actuación es posible advertir que sabían exactamente lo que estaba ocurriendo y
que tenían una posición al respecto la cual no necesariamente estaba sujeta o
coincidía con la de sus maridos, padres o hermanos. Verbigracia María Antonia
Bolívar: monárquica furibunda, enemiga acérrrima de la República quien se le
plantó a su hermano para disentir de sus proyectos y ejecutorias, haciendo
valer sus convicciones y su idea de orden acorde a lo que había sido su
formación y su herencia familiar. No podía entender cómo los miembros de una
familia que habían sido pilar y soporte de la monarquía española, fieles y
leales servidores de la corona, defensores irrestrictos de la desigualdad y las
jerarquías como garantes de la tranquilidad pública, pudiesen un buen día,
atentar contra el orden antiguo y defenestrar las bases que habían garantizado
por siglos sus privilegios y preeminencias en la sociedad colonial.
Durante el siglo XIX, en las contiendas caudillistas, en
medio de las disputas por el poder, mientras se sentaban las bases de la
república las mujeres estuvieron presentes, combatieron, tomaron partido y
fueron protagonistas insoslayables del proceso de construcción de la nación. En
los archivos están sus cartas, sus reclamos, sus demandas, sus expectativas,
sus proclamas, sus pronunciamientos, sus voces, presentes, activas, históricas.
De la misma manera, durante el siglo XX las mujeres fueron
puntal esencial en las luchas contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, en la defensa de la democracia, en la
conquista de los derechos políticos, en el surgimiento de los partidos
políticos, en la resistencia contra el régimen militar de Pérez Jiménez y en el
proceso de consolidación de la democracia.
Las acciones de las mujeres para la conquista del voto, por ejemplo, la campaña y movilización que realizaron para que la totalidad de las mujeres pudiesen acceder finalmente a la condición de ciudadanas activas, sus peticiones al Congreso, la recolección de firmas, la redacción de periódicos y cuadernos de formación, la movilización de las mujeres para que se incorporasen a defender su derecho a sufragar a formar parte en la conducción de los destinos de la nación, derecho que había sido negado desde la fundación de la república, forma parte de este accionar, de estas presencia femeninas cuya significación no solo tiene que ver con la historia de las mujeres sino con lo que ha sido el complejo e ininterrumpido proceso de crecimiento y fortalecimiento de las prácticas republicanas entre nosotros, de la cual sin duda, las mujeres han sido protagonistas esenciales.
Yolanda Leal |
Las acciones de las mujeres para la conquista del voto, por ejemplo, la campaña y movilización que realizaron para que la totalidad de las mujeres pudiesen acceder finalmente a la condición de ciudadanas activas, sus peticiones al Congreso, la recolección de firmas, la redacción de periódicos y cuadernos de formación, la movilización de las mujeres para que se incorporasen a defender su derecho a sufragar a formar parte en la conducción de los destinos de la nación, derecho que había sido negado desde la fundación de la república, forma parte de este accionar, de estas presencia femeninas cuya significación no solo tiene que ver con la historia de las mujeres sino con lo que ha sido el complejo e ininterrumpido proceso de crecimiento y fortalecimiento de las prácticas republicanas entre nosotros, de la cual sin duda, las mujeres han sido protagonistas esenciales.
Cada una de estas mujeres tienen una historia que puede ser
referida y documentada y que, hasta tiempos bastante recientes desconocíamos
por completo, en parte por la fortaleza del discurso según el cual no había
otro espacio destinado a la vida femenina que no fuese el hogar y también
porque los estudios sobre las mujeres en la mayoría de nuestros países son
asunto bastante reciente. Todas estas mujeres, las que se pronunciaron
políticamente, las que lucharon por sus derechos, las que se enfrentaron a la
violencia doméstica, las que se pusieron al frente de sus haciendas, trapiches
o plantaciones, las que se mantuvieron con dignidad, las que aprendieron y
ejercieron un oficio, las que montaron un negocito, todas ellas tienen un
elemento en común, nos hablan de una voluntad, de un carácter, de una
determinación que las llevó a actuar para conseguir un objetivo. Los obstáculos
a vencer, las dificultades enfrentadas, las motivaciones que las llevaron a
salir adelante, los fracasos, los esfuerzos, el éxito alcanzado y muchas otras
consideraciones son parte de cada una de estas historias únicas, singulares las
cuales es importante recuperar y conocer con mayor detalle a fin de aquilatar
el inmenso valor que entrañan como referentes de la presencia y actuación
femenina en nuestras sociedades.
Lo que se ha logrado hasta el presente y las perspectivas
futuras que se desprenden de la inocultable presencia de las mujeres en la sociedad
venezolana nos permiten reconocer cuán distantes seguimos estando de los
dictados normativos que con tanta insistencia procuraron sostener a las mujeres
dentro de sus casas y me permite a mi, frente a todos ustedes agradecerles la
invitación a los organizadores de estas VIII Jornadas de Actualización en
Psicofarmacología y I Jornadas de Salud Mental de la Mujer, por darme la
oportunidad de compartir estas reflexiones en este calificado escenario, pero
también quiero aprovechar esta privilegiada y excepcional circunstancia para
reconocer y destacar ante ustedes el inmenso arrojo, la formidable
perseverancia, el impresionante coraje y la enorme fortaleza de todas estas
mujeres que a lo largo de la historia y por encima del mandato que les ordenaba
quedarse quietecitas dentro de sus casas actuaron y transformaron sus vidas y al
mismo tiempo, contribuyeron de manera decidida a transformar la dinámica de
nuestra sociedad. El mejor y más sólido homenaje que podemos rendirles además
de conocer y reconocer sus historias, es darle continuidad a ese enorme
esfuerzo a fin de consolidar las presencias y la afirmación de lo femenino en
todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Muchas gracias.
Muchas gracias.
Yolanda Alvarado: primera mujer Presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría |
Hace muchos días deseaba escribir un comentario a este magnífico artículo, que en realidad fue una conferencia. Pero un viaje de trabajo y una pertinaz gripe me dieron de baja por demasiados días. Así que desfago el entuerto y paso a lo que nos interesa. Lo he leído varias veces, porque encuentro que tiene muchísimas cosas de interés; y no deja de impactarme, cada vez que lo hago. La autora ya nos tiene acostumbrados a sus enjundiosas palabras, sus comentarios siempre sólidos y fundamentados, sus perspectivas que nos muestran un arco amplísimo para que nosotros hagamos nuestras propias conclusiones. Ojalá me hubiesen enseñado la historia de Venezuela de esta manera cuando era una niña; y también, ojalá haya profesores interesados que al leer este artículo, así como las novelas de Inés Quintero, puedan percatarse de que podemos enseñar de una manera mucho más interesante. No me queda otra cosa que decir que, lamentablemente, si bien es cierto que las venezolanas hemos alcanzado lugares destacados dentro de la sociedad tanto como madres como profesionales, no lo es menos el hecho de que aún persisten las corrientes primitivas de pensamiento que pretenden tener a las mujeres encadenadas al lavaplatos. Cuando vemos el altísimo porcentaje de niñas adolescentes que se embarazan y de las que no asisten regularmente a la primaria, el panorama es desolador. Pero eso es harina de otro costal. Lo importante en este momento es celebrar estas palabras memorables de Inés Quintero, que además nos ha devuelto la historia impactante de María Gracia Tovar. Por cierto, agradezco públicamente a mi madre - Dios la tenga en su gloria -, por su empeño para inyectarme el amor por el estudio y el deseo de estudiar.
ResponderEliminarJulieta León
Hola Julieta
EliminarAgradezco mucho tu comentario en esta gran ventana que nos abre el amigo Franklin Padilla. Efectivamente, se impresiona una de la fortaleza y profundidad del discurso y las prácticas en torno a la mujer, igualmente a sus resistencias y respuestas, no siempre acordes al mandato. Para mi fue una experiencia maravillosa poder compartir con otros profesionales mis visiones y lecturas sobre este importante e insoslayable tema. Un saludo cordial
Inés
EDGAR BENÍTEZ ESCRIBIÓ:
ResponderEliminarNecesario el reconocimiento del otro ( la otra) para podernos afirmar en nosotros mismos y en lo que realmente somos ; así como el ejercicio del autorreconocimiento,no como uno de tipo meramente diferenciador , sino como un paso necesario para poder dar entrada al otro en la tarea de crear la vida que creemos ambos merecemos. Creo firmemente que este Siglo XXI esta llamado - estamos llamados -a ser el de la resolución de muchas aparentes contradicciones generadas por diferencias , algunas de ellas sociales,económicas ,ideológicas, de género, religiosas, de preferencia sexual , etc,etc, ejercicio confraternizador que tiene que abarcar necesaria e ineludiblemente a la Naturaleza que nos rodea si queremos salir vivos de la idiota aventura a la que nos ha conducido nuestra adoración idolátrica a nuestro poder e inteligencia . En cuanto al asunto tratado por la Historiadora Inés Quintero, traigo a mi memoria un poema que escribí a mis 20 años de edad y que se me extravió, en el que decía :"porque tus pies y mis pies/ caminan hacia la misma meta" y en otro verso:" y somos iguales en nuestras igualdades/ pero también en nuestras diferencias", y también el poema LXX, página 76 de mi recién publicado libro, La huella Infinita y que no voy a copiar para no abusar del espacio, cuya imagen central es una mujer desnuda con una flor de piedra en las manos sobre la que caen rayos de oro del cielo. Dicha imagen refleja mi fé en la bella y misteriosa fuerza de lo femenino que también tiene que despertar en nosotros , los hombres , para que estemos en sintonía con este esfuerzo histórico realizado por la mujer. Es en esa línea que pondero trabajos como el de la Dra. Quintero en su proyección hacia el futuro ( el de la construcción y análisis de una Historia del Futuro ) . Mis felicitaciones a esta venezolana que me cautivó con la historia de María Gracia Tovar, por quien guardaré eterna admiración . Nota: mi amigo y profesor, el Dr. Padilla tiene el poemario que cité de modo que podría transcribir el texto poema que cité líneas antes. Edgar Benitez. )
Gracias Edgard. Realmente la historia de María Gracia Tovar es estremecedora y bien podríamos decir de un claro talante de emprendimiento y esfuerzo. Por si acaso quisieras leer más sobre esta y otras historias de mujeres venezolanas de distintos tiempos puedes revisar de mi autoría: La Palabra Ignorada. La mujer testigo oculto de la Historia. Publicado por Fundación Empresas Polar en una muy bella edición
EliminarSaludos.
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ResponderEliminarQue hermoso recorrido històrico. Gracias y un abrazo.
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