lunes, 8 de julio de 2013

Afirmación de lo femenino en la Historia de Venezuela


                                                                                                  INÉS QUINTERO


Del 19 al 21 de junio de este año el Colegio Venezolano de Neuropsicofarmacología organizó y realizó en Barquisimeto las VIII Jornadas de Actualización en Psicofarmacología y la I Jornada de Salud Mental de la Mujer. La Conferencia Magistral del evento estuvo a cargo de la destacada historiadora Inés Quintero Montiel. Doctora en Historia, Profesora Investigadora en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos y Coordinadora de la Maestría de Historia de Venezuela de la Universidad Central de Venezuela, así como Individuo de Número de la Academia de la Historia entre sus muchos títulos de su abultado currículo, la Invitada Especial de estas Jornadas dictó la conferencia que publicamos a continuación con su expresa autorización. Es tanto nuestro deseo como el suyo abrir un diálogo sobre este importante tema, por lo cual invitamos a los lectores a participar con sus comentarios.
 
"En la edad en que la muchacha pareciera apta para las letras y el conocimiento de las cosas, comience por aprender aquellas que al cultivo del alma pertenecen y las que conciernen al régimen y gobierno de la casa. Aprenderá nuestra doncella el arte de la cocina, no de la cocina tabernaria, sórdida, de manjares inmoderados para el consumo de muchos, sino aquel arte de cocina sobria, limpia, templada y frugal con que aderece la comida a su padre y hermanos mientras permanece en su doncellez, y una vez que estuviere casada, a su marido y a sus hijos, porque así granjeará no poca estima de los unos y de los otros.”

Estas y muchas otras recomendaciones, fueron escritas por el filósofo y humanista  del siglo XVI, Juan Luis Vives y forman parte del libro titulado La formación de la mujer cristiana, cuya finalidad fue organizar los principios que debían regir la educación de la mujer y divulgar las normas y preceptos que le sirvieran de guía para mantenerse dentro de la senda del Señor. Estas normas de comportamiento fueron ampliamente difundidas en España y en América a través de la misma obra de Vives y de los devocionarios y materiales de instrucción que normaban la educación de la mujer.

En el mismo libro de Vives se puede leer otra máxima fundamental en el proceso de formación y educación de las mujeres: la sujeción al hombre.

Al respecto la sentencia del teólogo valenciano es elocuente:

 

La Naturaleza, maestra sapientísima, nos dio a entender que al macho incumbía la defensa y a la hembra la docilidad en seguirte, y buscar cobijo en su tutela, y mostrársele complaciente y mansa por vivir con más comodidad y seguridad” 

 

La conclusión es lógica:

 

“La mujer casada amará todos los estudios que cultive su marido, los admirará, para todos tendrá respetos y asentimientos, dará fe a todo lo que el dijere, aun cuando contare cosas inverosímiles e increíbles; reflejará todas las expresiones de su rostro; si se riere, ella reirá, si se entristeciere, se le manifestará triste. En ninguna cosa se prefiera a su marido, téngale por padre, por dueño, por mayor y mejor que ella, y así lo crea y así lo diga”.
Este predicamento era compartido por otros teólogos y pensadores de la época, inspirados en las mismas fuentes que Vives: las Sagradas  Escrituras. El mandato, por tanto, no era un capricho proveniente de los mortales sino del Altísimo. En obras anteriores a la de Vives como el Jardín de Nobles Doncellas escrito por el padre agustino Fray Martín de Córdoba finalizando el siglo XV o en el conocido y muy difundido libro de Fray Luis de León,  La Perfecta Casada publicado en 1583, se pueden leer exactamente los mismos preceptos.

Estas consideraciones acerca de la mujer y su lugar en la sociedad, no fueron obra exclusiva de los seguidores de la palabra del Señor en los siglos XV y XVI; también entre los voceros más calificados de la ilustración dieciochesca, entre los defensores de la igualdad y la libertad, como Juan Jacobo Rousseau, se compartía la idea de que la mujer debía estar sujeta al hombre. El marido, afirmaba Rousseau, debía estar en condiciones de supervisar la conducta de su esposa, porque es importante para él asegurarse de que los hijos a los cuales está obligado a reconocer y mantener, han sido realmente engendrados por él.

Podríamos seleccionar muchas otras afirmaciones o comentarios sobre la mujer en las obras de Voltaire, Montesquieu, Locke y otros autores emblemáticos del movimiento de la Ilustración y nos encontraríamos con una concepción bastante uniforme respecto a la conveniencia de que la mujer se mantuviese alejada de  la plaza pública y se dedicase al cuidado y atención de los asuntos domésticos, bajo el ala protectora de su padre o de su esposo.

Tampoco nuestros propios ilustrados, los promotores y defensores de la revolución de independencia tuvieron en su agenda o mostraron particular preocupación por discutir o transformar este parecer inamovible sobre la condición de la mujer y el lugar que debía ocupar en la república.

Frente a la presencia inevitable de las mujeres en medio de los desajustes que produjo la guerra de independencia, fueron muy cautos los patriotas a la hora de propiciar la actuación y el compromiso de las mujeres con la causa revolucionaria. Se ocuparon más bien de saludar su apoyo en las labores propias de su sexo: ayudando a los enfermos, contribuyendo en la preparación de sus alimentos, elaborando sus vestidos o, en el mejor de los casos, encomiando sus sacrificios a favor de la patria, pero siempre teniendo muy presente las virtudes que debían adornar a una mujer de bien: sumisión, obediencia, magnanimidad, generosidad. Simón Bolívar en más de una ocasión manifestó su parecer al respecto. En sus cartas a María Antonia, su hermana, no solamente le ordenó que no se metiese en política, también le manifestó sus reservas respecto a que, como mujer, pudiese atender con solvencia la administración de los bienes y el patrimonio familiar. El lugar adecuado era la casa, lejos de la plaza y la faena pública.
Emilio Mauri: Luisa Cáceres de Arismendi

Al concluir la guerra, el inmenso compromiso que representaba construir una nueva nación, necesitaba mujeres republicanas que estuviesen atentas y fuesen respetuosas del lugar que debían ocupar en la sociedad. En todos nuestros países se publicaron manuales de urbanidad y enseñanza moral que nos remiten a las máximas de los teólogos y filósofos del siglo XVI

Uno de los primeros manuales que se publicó en Venezuela durante el siglo XIX y que tuvo amplia difusión como catecismo de educación republicana fue la obra Lecciones de buena enseñanza moral, publicada en 1841 por Feliciano Montenegro y Colón, fundador de uno de los primeros colegios laicos privados en Venezuela.  El manual de Montenegro decía así:

 

 “…convendría que los  padres recordaran a sus hijas que para llevar sus futuros deberes están obligadas, ante de todo, al aprendizaje de los oficios caseros anexos a su condición, sin desdeñar el conocimiento de los inferiores (…) no merecen este título (el de esposas) las ociosas y descuidadas; y que con preferencia a la hamaca y a la ventana, deben ocuparse del aseo de sus casas y en varias minuciosidades que no son de olvidarse”

 

Poco tiempo después se publicó  otro importante libro que se convirtió en EL MANUAL,  me refiero al Manual de urbanidad y buenas costumbres para uso de la juventud de ambos sexos escrito por Antonio Carreño en 1852 el cual además de tener numerosísimas ediciones en Venezuela no sólo durante el siglo XIX sino también en el XX, también se publicó en Colombia y otros países de América Latina. El discurso era muy similar.

Oigan lo que dice el Manual de Carreño:

 

 “En la mujer es el orden más importante que en el hombre…su destino la llama a ciertas funciones especiales, en que necesariamente ha de ser el orden su principal guía, so pena de acarrear a su familia una multitud de males de alta trascendencia. Hablamos del gobierno de la casa, de la inmediata dirección de los negocios domésticos, de la diaria inversión del dinero y del grave y delicado encargo de la primera educación de los hijos, de que depende en gran parte la suerte de éstos y de la sociedad entera”.

 

Esta misma orientación, esta misma manera de entender la vida femenina, esta forma de normar la existencia y actuación de la mujer en la sociedad era la que se reproducía en la educación formal, en las escuelas para niñas, fuesen estas laicas o católicas,  públicas o privadas. Estaba dispuesto un formato educativo que establecía una misma cartilla para las niñas que serían futuras esposas. Las que tenían la fortuna de ir al colegio se educaban en las siguientes asignaturas: Lectura, Doctrina cristiana y urbanidad, costura, escritura, bordado, gramática castellana, aritmética, dibujo, geometría, historia sagrada y profana, Religión y moral.

El dispositivo tenía  un complemento perfecto: la prensa, los artículos dirigidos a la mujer en los periódicos locales, en los nacionales, en las revistas para las damas. Un ejemplo extraído de un periódico de Barquisimeto, en el occidente de Venezuela, puede ser útil. Allí se publicó un artículo titulado “Máximas de una madre  para la felicidad de su hija”, apareció en julio de 1887.

Una mínima selección del artículo dice así:

 

“Acostúmbrate como mejor puedas al género de vida que más convenga a la persona con quien te has unido. No amargues los ratos de su recreo y descanso con la relación de disgustos domésticos. Busca aquellas ocupaciones que más agradables le sean y que más importancia y valor te den a sus ojos, prefiriendo a todas el gobierno doméstico, que es el verdadero imperio de la mujer”

 

En El Cojo Ilustrado, la más importante publicación cultural de Venezuela desde que se fundó en 1892 hasta que desapareció en 1915, se publicaban frecuentemente entregas acerca del ser femenino. Una de estas la firmaba Nicanor Bolet Peraza, escritor costumbrista venezolano. La primeras dos líneas son  suficientemente elocuentes:

“La mujer venezolana pertenece toda al hogar. Del dintel de su casa para afuera, no tiene jurisdicción alguna; pero del umbral para dentro es soberana”

 

Luis López Méndez, ensayista, crítico literario y  también diplomático, vinculado a las corrientes del positivismo, explicaba científicamente el origen de la inferioridad femenina y la razón por la cual el espacio de su actuación debía estar limitado al reducido círculo de la vida doméstica:


“…el cerebro de una mujer pesa una décima parte menos que el del hombre, a lo que deberá agregarse que las diversas regiones cerebrales no aparecen igualmente desarrolladas: en el hombre lo está la región frontal y en la mujer la lateral y posterior. Además el occipital de esta última se dirige horizontalmente hacia atrás; todo lo cual ha llevado a la conclusión de que la mujer es un ser perpetuamente joven que debe colocarse entre el niño y el hombre.”

En consecuencia, no pueden las mujeres discurrir sobre temas profundos porque su cerebro no le permite semejante exigencia. Conténtese entonces con saber leer, escribir y contar, bordar, coser, cocinar y bien administrar, lo demás bien podría darles lucimiento, pero también podría resultar un inconveniente para su estrechez mental o, en el peor de los casos, un estorbo para la sociedad.

Inspirándose en Fray Luis de León y su clásica obra La Perefecta Casada otro autor recomendaba a las esposas del siglo XX que tuviesen de modelo a las hormigas: para construir un hogar confortable, agradable, risueño, alegre, claro, íntimo y limpio. Deben esmerarse, además, en la atención del marido: tener siempre prestas sus zapatillas, planchadas sus camisolas, la ropa en sazón, nítidas las botas, los condumios preparados, los cigarros a la vista, las flores en la mesa y la sonrisa en los labios (Ecos de Gloria, 1931). La columna tenía como título “Tratado de la Perfecta Novia”.

Podemos seguir extrayendo referencias del mismo signo y contenido que reiteran hasta el cansancio las máximas de sabios, filósofos y teólogos, pasando por la preocupada madre barquisimetana hasta llegar a los preceptos que de manera inconmovible se sostienen en las primeras décadas del siglo XX, en las páginas de la prensa, en los manuales, en los programas escolares. Virtud, modestia, discreción, eubolia, eutrapelia, entrega al marido o a Dios, es lo que se exige a las mujeres sin mayores variaciones.   

Durante la década del treinta, de manera tímida, aislada y prudente, se ventilan por la prensa ideas que advierten un sutil cambio en el discurso, sin cuestionar en ningún caso el ideal fundamental de mujer-madre-esposa y sin modificar el mandato de la virtud. El cambio se refiere, básicamente, a la posibilidad de un cierto tipo de trabajo femenino fuera del hogar y a discurrir acerca de las ventajas que tendría ampliar los contenidos de la educación dirigida a la mujer, de manera que estuviese en capacidad de sortear las demandas del momento.

La formación de la mujer es, pues, una materia por resolver, pero también lo es la de aceptar la idea de su profesionalización, aunque sea en determinadas carreras: aquellas que se ajustan a su sexo. La carrera de farmaceútica, por ejemplo,  es una de ellas. Valga traer a colación las ventajas que se le asocian:"…La Farmacia es una profesión sedentaria, lo cual se adapta a su organismo y no entra en contradicción con la vida hogareña, sus funciones pueden perfectamente ser dominadas por la inteligencia de la mujer, las manos pequeñas y ágiles de las damas están hechas para manejar el granatorio, la espátula y las medidas de cristal; sus dedos para tornear píldoras, doblar papeletes y rotular los envases. Como la mujer posee un alma artística, la dispensación de los medicamentos resultaría con la elegancia y la belleza que reclama la Farmacia del ejercicio profesional" (Progreso y Cultura, 1930).

Se puede aceptar, entonces, que las mujeres salgan del hogar a realizar oficios que no están en contradicción con los alcances de su inteligencia y que se ajustan de manera natural con sus peculiaridades fisiológicas. La defensa del trabajo femenino y la idea de ampliar el espectro de su formación pretenden salirle al paso a los nuevos tiempos, pero sin desmontar el modelo establecido desde antiguo. Debe educarse a la mujer para que no se extravíe de la senda de la virtud en épocas de mayores tentaciones y peligros; igualmente es oportuno fijar el tipo de actividades que puede desempeñar fuera del lindero del hogar.

No hay disensiones. Desde tiempos remotos la cartilla luce inconmovible, sin matices: todas las mujeres debían comportarse de la misma manera, sin diferenciaciones sociales, ni locales, ni civiles: casadas, viudas, doncellas, ricas, pobres, mestizas, negras, indígenas, tenían el mismo mandato: cumplir con sus deberes de esposas, obedecer a sus maridos,  dedicarse a los asuntos propios de su sexo, entregadas al cuidado de sus hijos, a la administración del hogar y a ocuparse de aquellos oficios que no estuviesen en contradicción con el mandato de la virtud.

El problema es que la realidad dista mucho de ser tan uniforme e inconmovible como el mandato sobre el  lugar y comportamiento de la mujer en la sociedad.

Los estudios acerca de la vida femenina, las acuciosas, apasionantes y detalladas investigaciones que se han hecho sobre la historia de las mujeres aquí y en la mayoría de nuestros países en las últimas décadas,  han dejado al descubierto la fortaleza,  uniformidad y éxito de este discurso referido a la mujer a lo largo de los siglos.  Pero, al mismo tiempo, han demostrado de manera elocuente y con la misma fortaleza y contundencia  cuán distante han estado las mujeres de esta prédica inamovible. Hoy, luego de las investigaciones realizadas resulta sencillamente imposible sostener que la vida de las mujeres ha estado o estuvo circunscrita de manera exclusiva o de manera preferente o fundamentalmente a la administración del hogar, al cuidado de los hijos y  a la atención del marido. La realidad es terca y las mujeres también. No hay manera de establecer una relación directa entre la uniformidad del discurso y lo que fue la dinámica diversísima y las numerosísimas  experiencias vividas por muchísimas mujeres que no respondieron al estrecho marco establecido sobre el papel que les correspondía ocupar en la sociedad. Fueron ellas, quienes a través de su accionar, modificaron las condiciones de su  existencia contribuyendo de esta manera a transformar el entorno en el cual se desenvolvieron generando un impacto cuyas huellas forman parte sustantiva del registro de nuestra historia.

Sabemos ahora que las mujeres, aun aquellas que estuvieron en la peor condición, aquella que se vieron sometidas a la peor forma de explotación: la esclavitud. Procuraron por diferentes vías, rebelarse a su destino y construir para ellas y para sus hijos una posibilidad de vida diferente. El caso de María Gracia Tovar, es un ejemplo de ello. María Gracia nació esclava. Su entorno, las condiciones de vida, la dificultad ostensible de salir de su condición, el ambiente económico, social cultural, el sistema mismo de la esclavitud. TODO estaba en su contra…Sin embargo María Gracia tenía un solo objetivo en la vida…ser una mujer libre, y lo consiguió. Producto de su trabajo personal y de una voluntad y perseverancia excepcionales logró reunir la cantidad de 300 pesos que le permitieron ser su propia dueña, al comprar su libertad a sus amos. Esto ocurrió en 1784, después de haber vivido durante más de 20 años siendo esclava de la familia Tovar. El día que abandonó la casa de sus antiguos amos, dejó a su hija María Eugenia, esclava como ella al servicio de los Tovar. Desde ese momento y de manera ininterrumpida, María Gracia Tovar trabajó sin descanso para conseguir  también la libertad de su hija y lo logró. Cinco años después se presentó ante sus antiguos amos y compró a su hija. Es una historia de necesidad extrema que expresa no solamente una voluntad sino un carácter y una personalidad que da cuenta de la fuerza y reciedumbre de esta mujer y otras que, como ella, forman parte de nuestra historia y de las distintas maneras en que las mujeres, fueron capaces de conducir sus vidas para labrarse un futuro más digno.

Sabemos ahora que, las mujeres se ocuparon de su formación, de estudiar, de instruirse, a pesar de las convenciones y limitaciones que exigía el modelo establecido. Fueron ellas fundadoras de escuelas, de periódicos, de revistas dedicadas a las damas, se animaron a manifestarse a través de la poesía, la prosa, el periodismo, y también producto de su empuje y determinación incursionaron en las universidades, estudiaron, se convirtieron en profesionales, abriendo el camino para que otras mujeres pudiesen seguir sus pasos. Ya en la década de los noventa, había más mujeres que hombres estudiando en nuestras universidades, tendencia que se ha consolidado y ampliado, al punto que no es una extravagancia que haya mujeres calificadas y ampliamente preparadas al frente de nuestras principales casas de estudio.

Sabemos ahora que la totalidad de las mujeres no estuvieron recluidas en sus casas dedicadas a la administración del hogar y esperando apaciblemente el sustento diario. Todo lo contrario, históricamente las mujeres han sido un factor inocultable en la vida productiva de nuestros países, no sólo en el sostenimiento de la economía doméstica, lo cual ya les otorga un lugar digno y relevante en la historia, sino en los más diversos ámbitos de la vida económica. En el caso de la historia de Venezuela y Venezuela naturalmente no es una excepción, existen amplias y contundentes evidencias documentales de la actividad económica desplegada por el llamado sexo débil que dan cuenta de la diversidad de espacios productivos que eran ocupados por mujeres. En la colonia son bastante comunes los registros de mujeres dueñas y administradoras de encomiendas o que estuvieron en el negocio de las perlas; es posible conseguir haciendas de cacao que eran administradas o dirigidas por mujeres con niveles de producción variable, desde 600 hasta 5 fanegas de cacao; o propietarias de importantes trapiches con altos índice de producción de azúcar; mujeres ganaderas; comerciantes, dueñas y administradoras de embarcaciones que manejaban y dirigían negocios de intercambio dentro y fuera del territorio de Venezuela; hubo también mujeres que vendían y compraban esclavos o que eran dueñas de obrajes, telares, fábricas de tejas, de casas de alquiler, compradoras y vendedoras de oro, prestamistas o mujeres casadas, viudas, solteras que se ganaban la vida dignamente como artesanas calificadas, plateras, costureras, pulperas, chicheras, bordadoras, tejedoras, panaderas, dulceras, o ejerciendo muchos otros oficios que, de manera independiente, les permitían obtener el sustento o contribuir en el mantenimiento del hogar, fuera o dentro de sus casas.
Teresa de La Parra
Muchas de estas actividades se mantienen y diversifican durante el siglo XIX colocando a numerosas mujeres al frente de negocios y empresas de diversa índole: tipografías, fundición de metales, procesamiento del grano del café; actividades mercantiles de compra y venta de productos nacionales e importados; escuelas para niñas; talleres de costura y otras variadas actividades que pueden rastrearse en los abundantes anuncios de prensa que existen al respecto. Durante el siglo XX, por supuesto, este panorama se amplia y diversifica de una manera abrumadora. Son numerosas las experiencias exitosas de mujeres emprendedoras que producto de su creatividad, empeño, disposición y calificación han establecido negocios de enorme impacto económico dentro y fuera de Venezuela. Difícilmente puede pensarse en la vida económica de nuestro país sin considerar la presencia de las mujeres en lo que ha sido su desenvolvimiento y desarrollo.

Sabemos ahora que, aun cuando las normas y las costumbres establecidas desde antiguo ordenaban a la mujer obediencia y sumisión al hombre, aceptación irrestricta de su autoridad, de su derecho a corregirlas y llevarlas por el buen camino, muchísimas mujeres tuvieron el arrojo, el coraje, la fortaleza de dirigirse a los tribunales a denunciarlos por maltrato y sevicia cuando éstos, pretendían justificar sus excesos amparándose en el formato dispuesto para el control y sujeción de las mujeres. Los archivos están repletos de juicios adelantados por numerosísimas mujeres que se vieron en la necesidad y estuvieron dispuestas a ponerle la mano en el pecho no sólo a sus esposos, también a sus padres, hermanos e incluso a sus hijos, para llevar una vida digna, sin  humillaciones, vejaciones ni maltratos.

La lucha contra el maltrato doméstico adelantada de manera individual, aislada, desprotegida por todas aquellas mujeres que fueron víctimas de violencia en sus hogares, ha sido y sigue siendo un tema de enorme relevancia en nuestra sociedad, Sabemos también que, en las últimas décadas se ha hecho un enorme esfuerzo por atender este agudo problema a fin de establecer mecanismos capaces no solamente de apoyar y orientar a las mujeres que se encuentran en esta situación sino también para incidir en la sociedad con el propósito de transformar los fundamentos de una cultura donde la violencia y el maltrato conviven como parte de la vida doméstica. Ha sido producto de esta lucha constante de las mujeres, de la defensa irrestricta de su dignidad que contamos hoy con numerosas instituciones dedicadas expresamente a la atención de esta problemática. En 1998 se sancionó la primera ley sobre la violencia contra la mujer y la familia y en el 2007  se aprobó la Ley Orgánica sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia.
Lya Imber de Coronil

Sabemos también que la ampliación de los derechos civiles de las mujeres, que la reforma de códigos y leyes, fueron resultado de las luchas emprendidas por las mujeres, de la acción adelantada por todas aquellas mujeres que salieron a la calle,  se movilizaron,  expusieron por distintos medios la validez de sus demandas, exigieron para ellas y la totalidad de las mujeres el reconocimiento de sus derechos civiles, de compartir las responsabilidades en la en la educación de los hijos, en la administración de los bienes conyugales, enfrentando y rechazando las reservas y descalificaciones que, recurriendo a los mismos argumentos del siglo XVI,  condenaban su incursión en asuntos que no eran de su incumbencia con la aspiración de que se ocupasen de las nimiedades propias de su sexo.

Sabemos ahora que, aun cuando no estaba previsto que las mujeres intervinieran en la vida pública, fueron muchas las mujeres que participaron, estuvieron presentes, defendieron e hicieron valer sus opiniones y pareceres políticos en distintos momentos de nuestra historia. Los procesos de independencia son quizá la evidencia más clara de lo que significó la toma de partido de las mujeres en uno y otro bando. La presencia femenina en las guerras de  independencia no se limitó exclusivamente a las heroínas emblemáticas de cada uno de nuestros países convertidas en íconos referenciales de una imagen idealizada de virtud, fueron muchas las mujeres que estuvieron allí apoyando a patriotas o realistas, en el campo de batalla como soldados y soldaderas, haciendo labores de espionaje, en funciones logísticas de diverso tipo; muchas de ellas fueron perseguidas, juzgadas, castigadas o ajusticiadas. En sus declaraciones, en su correspondencia, en su actuación es posible advertir que sabían exactamente lo que estaba ocurriendo y que tenían una posición al respecto la cual no necesariamente estaba sujeta o coincidía con la de sus maridos, padres o hermanos. Verbigracia María Antonia Bolívar: monárquica furibunda, enemiga acérrrima de la República quien se le plantó a su hermano para disentir de sus proyectos y ejecutorias, haciendo valer sus convicciones y su idea de orden acorde a lo que había sido su formación y su herencia familiar. No podía entender cómo los miembros de una familia que habían sido pilar y soporte de la monarquía española, fieles y leales servidores de la corona, defensores irrestrictos de la desigualdad y las jerarquías como garantes de la tranquilidad pública, pudiesen un buen día, atentar contra el orden antiguo y defenestrar las bases que habían garantizado por siglos sus privilegios y preeminencias en la sociedad colonial.

Durante el siglo XIX, en las contiendas caudillistas, en medio de las disputas por el poder, mientras se sentaban las bases de la república las mujeres estuvieron presentes, combatieron, tomaron partido y fueron protagonistas insoslayables del proceso de construcción de la nación. En los archivos están sus cartas, sus reclamos, sus demandas, sus expectativas, sus proclamas, sus pronunciamientos, sus voces, presentes, activas, históricas.

De la misma manera, durante el siglo XX las mujeres fueron puntal esencial en las luchas contra la dictadura de Juan Vicente Gómez,  en la defensa de la democracia, en la conquista de los derechos políticos, en el surgimiento de los partidos políticos, en la resistencia contra el régimen militar de Pérez Jiménez y en el proceso de consolidación de la democracia.
Yolanda Leal

Las acciones de las mujeres para la conquista del voto, por ejemplo, la campaña y movilización que realizaron para que la totalidad de las mujeres pudiesen acceder finalmente a la condición de ciudadanas activas, sus peticiones al Congreso, la recolección de firmas, la redacción de periódicos y cuadernos de formación, la movilización de las mujeres para que se incorporasen a defender su derecho a sufragar a formar parte en la conducción de los destinos de la nación, derecho que había sido negado desde la fundación de la república, forma parte de este accionar, de estas presencia femeninas cuya significación no solo tiene que ver con la historia de las mujeres sino con lo que ha sido el complejo e ininterrumpido proceso de crecimiento y fortalecimiento de las prácticas republicanas entre nosotros, de la cual sin duda, las mujeres han sido protagonistas esenciales.

Cada una de estas mujeres tienen una historia que puede ser referida y documentada y que, hasta tiempos bastante recientes desconocíamos por completo, en parte por la fortaleza del discurso según el cual no había otro espacio destinado a la vida femenina que no fuese el hogar y también porque los estudios sobre las mujeres en la mayoría de nuestros países son asunto bastante reciente. Todas estas mujeres, las que se pronunciaron políticamente, las que lucharon por sus derechos, las que se enfrentaron a la violencia doméstica, las que se pusieron al frente de sus haciendas, trapiches o plantaciones, las que se mantuvieron con dignidad, las que aprendieron y ejercieron un oficio, las que montaron un negocito, todas ellas tienen un elemento en común, nos hablan de una voluntad, de un carácter, de una determinación que las llevó a actuar para conseguir un objetivo. Los obstáculos a vencer, las dificultades enfrentadas, las motivaciones que las llevaron a salir adelante, los fracasos, los esfuerzos, el éxito alcanzado y muchas otras consideraciones son parte de cada una de estas historias únicas, singulares las cuales es importante recuperar y conocer con mayor detalle a fin de aquilatar el inmenso valor que entrañan como referentes de la presencia y actuación femenina en nuestras sociedades.

Lo que se ha logrado hasta el presente y las perspectivas futuras que se desprenden de la inocultable presencia de las mujeres en la sociedad venezolana nos permiten reconocer cuán distantes seguimos estando de los dictados normativos que con tanta insistencia procuraron sostener a las mujeres dentro de sus casas y me permite a mi, frente a todos ustedes agradecerles la invitación a los organizadores de estas VIII Jornadas de Actualización en Psicofarmacología y I Jornadas de Salud Mental de la Mujer, por darme la oportunidad de compartir estas reflexiones en este calificado escenario, pero también quiero aprovechar esta privilegiada y excepcional circunstancia para reconocer y destacar ante ustedes el inmenso arrojo, la formidable perseverancia, el impresionante coraje y la enorme fortaleza de todas estas mujeres que a lo largo de la historia y por encima del mandato que les ordenaba quedarse quietecitas dentro de sus casas actuaron y transformaron sus vidas y al mismo tiempo, contribuyeron de manera decidida a transformar la dinámica de nuestra sociedad. El mejor y más sólido homenaje que podemos rendirles además de conocer y reconocer sus historias, es darle continuidad a ese enorme esfuerzo a fin de consolidar las presencias y la afirmación de lo femenino en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Muchas gracias.
Yolanda Alvarado: primera mujer Presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría

 

 

6 comentarios:

  1. Hace muchos días deseaba escribir un comentario a este magnífico artículo, que en realidad fue una conferencia. Pero un viaje de trabajo y una pertinaz gripe me dieron de baja por demasiados días. Así que desfago el entuerto y paso a lo que nos interesa. Lo he leído varias veces, porque encuentro que tiene muchísimas cosas de interés; y no deja de impactarme, cada vez que lo hago. La autora ya nos tiene acostumbrados a sus enjundiosas palabras, sus comentarios siempre sólidos y fundamentados, sus perspectivas que nos muestran un arco amplísimo para que nosotros hagamos nuestras propias conclusiones. Ojalá me hubiesen enseñado la historia de Venezuela de esta manera cuando era una niña; y también, ojalá haya profesores interesados que al leer este artículo, así como las novelas de Inés Quintero, puedan percatarse de que podemos enseñar de una manera mucho más interesante. No me queda otra cosa que decir que, lamentablemente, si bien es cierto que las venezolanas hemos alcanzado lugares destacados dentro de la sociedad tanto como madres como profesionales, no lo es menos el hecho de que aún persisten las corrientes primitivas de pensamiento que pretenden tener a las mujeres encadenadas al lavaplatos. Cuando vemos el altísimo porcentaje de niñas adolescentes que se embarazan y de las que no asisten regularmente a la primaria, el panorama es desolador. Pero eso es harina de otro costal. Lo importante en este momento es celebrar estas palabras memorables de Inés Quintero, que además nos ha devuelto la historia impactante de María Gracia Tovar. Por cierto, agradezco públicamente a mi madre - Dios la tenga en su gloria -, por su empeño para inyectarme el amor por el estudio y el deseo de estudiar.
    Julieta León

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Julieta
      Agradezco mucho tu comentario en esta gran ventana que nos abre el amigo Franklin Padilla. Efectivamente, se impresiona una de la fortaleza y profundidad del discurso y las prácticas en torno a la mujer, igualmente a sus resistencias y respuestas, no siempre acordes al mandato. Para mi fue una experiencia maravillosa poder compartir con otros profesionales mis visiones y lecturas sobre este importante e insoslayable tema. Un saludo cordial
      Inés

      Eliminar
  2. EDGAR BENÍTEZ ESCRIBIÓ:
    Necesario el reconocimiento del otro ( la otra) para podernos afirmar en nosotros mismos y en lo que realmente somos ; así como el ejercicio del autorreconocimiento,no como uno de tipo meramente diferenciador , sino como un paso necesario para poder dar entrada al otro en la tarea de crear la vida que creemos ambos merecemos. Creo firmemente que este Siglo XXI esta llamado - estamos llamados -a ser el de la resolución de muchas aparentes contradicciones generadas por diferencias , algunas de ellas sociales,económicas ,ideológicas, de género, religiosas, de preferencia sexual , etc,etc, ejercicio confraternizador que tiene que abarcar necesaria e ineludiblemente a la Naturaleza que nos rodea si queremos salir vivos de la idiota aventura a la que nos ha conducido nuestra adoración idolátrica a nuestro poder e inteligencia . En cuanto al asunto tratado por la Historiadora Inés Quintero, traigo a mi memoria un poema que escribí a mis 20 años de edad y que se me extravió, en el que decía :"porque tus pies y mis pies/ caminan hacia la misma meta" y en otro verso:" y somos iguales en nuestras igualdades/ pero también en nuestras diferencias", y también el poema LXX, página 76 de mi recién publicado libro, La huella Infinita y que no voy a copiar para no abusar del espacio, cuya imagen central es una mujer desnuda con una flor de piedra en las manos sobre la que caen rayos de oro del cielo. Dicha imagen refleja mi fé en la bella y misteriosa fuerza de lo femenino que también tiene que despertar en nosotros , los hombres , para que estemos en sintonía con este esfuerzo histórico realizado por la mujer. Es en esa línea que pondero trabajos como el de la Dra. Quintero en su proyección hacia el futuro ( el de la construcción y análisis de una Historia del Futuro ) . Mis felicitaciones a esta venezolana que me cautivó con la historia de María Gracia Tovar, por quien guardaré eterna admiración . Nota: mi amigo y profesor, el Dr. Padilla tiene el poemario que cité de modo que podría transcribir el texto poema que cité líneas antes. Edgar Benitez. )

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Edgard. Realmente la historia de María Gracia Tovar es estremecedora y bien podríamos decir de un claro talante de emprendimiento y esfuerzo. Por si acaso quisieras leer más sobre esta y otras historias de mujeres venezolanas de distintos tiempos puedes revisar de mi autoría: La Palabra Ignorada. La mujer testigo oculto de la Historia. Publicado por Fundación Empresas Polar en una muy bella edición
      Saludos.

      Eliminar
  3. Por favor, firmen sus comentarios. Siempre son bien recibidos.

    ResponderEliminar
  4. Que hermoso recorrido històrico. Gracias y un abrazo.

    ResponderEliminar